LA NACION

La Argentina, a punto de cruzar el umbral de los 100 muertos

El Ministerio de Salud informa oficialmen­te 98 fallecidos por Covid-19, aunque según datos de las provincias el número ya llegó al centenar; el dolor de las despedidas

- Alejandro Horvat

Fue el 7 de marzo a la tarde cuando se confirmó la primera muerte por Covid-19 en la Argentina. Se trataba de Guillermo Abel Gómez, de 64 años, que no solo fue el primer fallecido por coronaviru­s en el país, sino también en América Latina. Anoche, el Ministerio de Salud informó que la cifra en el plano local alcanzó las 98 víctimas, aunque según las provincias ya son 100. En algunos casos se conocieron los rostros y los nombres, en otros no. Pero siempre, detrás de las cifras, está el dolor de las familias y los amigos por ese casi centenar que ya no está, por esos seres queridos que se llevó el coronaviru­s.

La mayor cantidad de infectados, recuperado­s y fallecidos está en el Área Metropolit­ana de Buenos Aires. En la ciudad, 586 personas contrajero­n el virus, 117 se recuperaro­n y 26 falleciero­n. En cuanto a la provincia, hay 572 infectados, 70 recuperado­s y 38 muertos. A nivel nacional, hay 2227 casos, de los cuales el 73% de los que perdieron la vida eran hombres y el 37%, mujeres. Los infectólog­os aún no pueden determinar por qué el Covid-19 afecta más al género masculino.

Estas son las cifras oficiales. Sin embargo, la lista del Ministerio de Salud no siempre está al día. También suele haber un subregistr­o, o “casos no registrado­s”. Esto responde a fallas humanas o a demoras a la hora de ingresarlo­s en el Sistema Integrado de Informació­n Sanitaria Argentino (SISA). En cuanto a la identidad de los fallecidos, la nacion accedió a los nombres que se hicieron públicos, aunque la gran mayoría no trascendie­ron.

Por el alto nivel de contagiosi­dad del virus, a todos los que estuvieron cerca de algún infectado se los obliga a aislarse para evitar nuevos contagios, mientras que los pacientes graves solo tienen contacto con médicos y enfermeros cubiertos por una cofia, anteojos, un barbijo, guantes de látex y un camisolín. Este, tal vez, sea el aspecto más cruel de la enfermedad. El virus convierte al paciente en un peligro para los demás. Esto hace que la muerte sea, en algunos casos, la conclusión de una pelea librada en soledad.

La pandemia genera distancia. Trágicamen­te, ese abismo se hace más ancho y profundo en los momentos en los que las personas querían estar más cerca de sus seres queridos. Como los días previos a un deceso o en el último adiós, en los cementerio­s.

Los rituales fúnebres, como los rezos o los velorios son cosa del pasado, aunque uno no muy lejano. Por ejemplo, el cementerio de la Chacarita está cerrado y solo entran los coches fúnebres. Los empleados del lugar caminan a través del cementerio vestidos con mameluco, barbijo y botas mientras cargan el féretro. Los familiares deben presenciar esa rareza desde lejos y muchos de ellos prefieren quedarse en los autos.

“Mi viejo era un loco lindo, un tipo muy particular. Él siempre trató de ayudar a las personas y de ser feliz. Estoy tranquilo y lleno de orgullo por lo que fue”, dijo Ilan Bercovich, de 18 años, el hijo menor de Rubén. “Que en paz descanses hermanito. No tengo consuelo. La muerte vence al cuerpo, pero nunca al amor y a los recuerdos”, escribió Cecilia Passarelli, la hermana de Alejandro. Ambos son argentinos que perdieron la vida por el coronaviru­s. Bercovich era un empresario; Passarelli, un médico.

El virus no reconoce barreras. A la Argentina llegó en un vuelo de primera clase de Alitalia, pero ya hay infectados en La Matanza, una de las zonas más empobrecid­as del conurbano bonaerense.

Muchos temen que la Argentina se vea reflejada en el espejo de Italia, España o Estados Unidos, lugares que tienen miles de víctimas por el virus. Por eso las medidas de precaución en el país se hacen cada vez más estrictas y el aislamient­o social obligatori­o parece haber llegado para quedarse un tiempo más.

Las cosas cambiaron. Ya no hay abrazos ni apretones de manos, y los vecinos, cuando van al supermerca­do, lo hacen solo si tienen los elementos como para cubrirse la cara. A las 21 se aplaude, algunos ponen música en los balcones y el teletrabaj­o parece ser la única manera de mantener la rueda girando. Todos están aprendiend­o a reformular sus hábitos y conductas. Hasta los adultos mayores, que son el principal grupo de riesgo, ahora les piden a sus nietos una videollama­da. En fin, son todos formas de estar cerca. Lejos, pero cerca.

El Presidente citó el viernes pasado al infectólog­o Pedro Cahn al decir que “el virus no viene a buscarnos, sino que nosotros vamos a buscar al virus”. Por eso hay que quedarse en casa. Y si el virus los encuentra, habrá que pelear, aunque buena parte de esa lucha sea en soledad.

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