LA NACION

Un bono y un billón para paliar la crisis

- Florencia Donovan —para LA NACION—

El Gobierno no parece tener intencione­s de caer en default con los acreedores internacio­nales. Al menos, la decisión de suspender los pagos de la deuda en moneda extranjera de ley nacional –que algunos sitúan en cerca de US$10.000 millones, pero podría llegar a US$12.600 millones, incluyendo los Discount– le da aire al ministro Martín Guzmán para negociar con los bonistas internacio­nales hasta junio. Para los locales, según el artículo 3° del decreto que se publicará hoy, podría haber un bono, aún de caracterís­ticas inciertas. Varios analistas dudan de si esta decisión no es, de todas maneras, un default técnico.

El Covid-19 obligó al Gobierno a tirar por la borda todos los manuales. La economía argentina ya era frágil antes de la explosión de la pandemia. En el corto plazo, en pos de sostener la actividad, está decidido que la emisión monetaria no tendrá restricció­n. “Pierdo mi optimismo ahora en la intención de que la inflación baje rápidament­e”, se sinceró el presidente del BCRA, Miguel Ángel Pesce, en una entrevista, este fin de semana. No es para menos: lejos está la política del BCRA hoy de asemejarse a la que en diciembre pasado se imaginaba Pesce.

El BCRA, que lleva emitidos solo en marzo $585.080 millones para auximillon­es liar al Tesoro, tiene todavía un ancho de espadas que no descarta usar para contrarres­tar el parate económico mientras dure la pandemia: son los más de $1,3 billones de utilidades anotados en el balance 2019 del banco.

“Si es necesario, las vamos a usar”, admiten cerca de Pesce. El balance, que todavía no fue sometido a la aprobación del directorio, ofreció ganancias extraordin­arias no solo por la devaluació­n del peso en 2019, sino también por la decisión de la nueva gestión de modificar a fin de año la valuación de las letras intransfer­ibles en el activo de la entidad (pasaron de contabiliz­arse de $20 por dólar a $60).

Las utilidades devengadas se sumarán así a los $1,03 billones que ya el BCRA entregó al Tesoro en la forma de adelantos transitori­os (préstamos). El Central tiene un límite legal para los adelantos y solo tendría resto en los próximos días de transferir­le a su principal accionista unos $50.000 más. En la entidad, además no descartan ir liberando parte de los $1,26 billones que los bancos tienen colocados en Leliq para que estos vuelvan al crédito privado.

Para el Gobierno es imperiosa la necesidad de darle financiami­ento a una economía que está a la vera de una profunda depresión. Y el BCRA es el único que tiene los pesos para oxigenar un mercado sin aire: los ingresos se desacelera­n de manera alarmante –la recaudació­n de marzo es apenas una muestra de lo que podría suceder en abril– y el Tesoro no tiene espaldas (ni ahorros) para aliviar los síntomas que la pandemia exacerbó. Es el problema de no haber hecho los deberes cuando había que hacerlos.

El presidente Alberto Fernández anticipó por caso que cooperará con municipios y provincias para el pago de salarios. En algunas, como en Chubut, la situación financiera es acuciante. Fue, de hecho, uno de los territorio­s que más demandaron a supermerca­dos donaciones adicionale­s de alimentos.

La política hacia el sector privado es dispar. El Gobierno prometió asistencia para facilitar el pago de salarios en empresas de hasta 100 empleados. Pero el mensaje para las grandes fue: aporten capital o arréglense con el sindicato. La mayoría estarían eligiendo la segunda opción. Hay una racionalid­ad entre sindicalis­tas que no se ve en las autoridade­s. Saben que en una depresión económica, los despidos pueden terminar siendo la solución más barata, aun con la doble indemnizac­ión vigente. Al Ministerio de Trabajo estarían llegando acuerdos de rebajas salariales del 20%, y con el 80% restante no remunerati­vo.

Descartada la política monetaria, al Gobierno solo le queda la política del garrote para contener la inflación. Fernández le adelantó a Horacio Verbitsky que, vía decreto, sumará a los intendente­s al control de precios en almacenes. El lunes pasado, en una reunión en la quinta de Olivos, el Presidente se encargó de negociar con Eduardo Maquiavell­o, presidente de Cilfa (la cámara que agrupa a los laboratori­os nacionales), un congelamie­nto de precios de medicament­os por 90 días. A cambio, en el encuentro, del que también participó Luana Volnovich, titular del PAMI, prometió un bono por la deuda que la obra social de jubilados y pensionado­s tiene con la industria, estimada en unos $12.000 millones. Las otras cámaras, Caeme y Cooperala, se subieron al acuerdo.

Aun en crisis, el Presidente no delega en sus ministros las decisiones de gestión. Pareciera que Fernández no viene a romper con el proceso de “presidenci­alización de la política”, concepto acuñado por los académicos Poguntke y Webb, que describe la creciente tendencia presidenci­alista en la que operan las democracia­s modernas. En este punto no hay grieta: lo mismo hicieron Macri y Kirchner.

En la negociació­n de la deuda, no obstante, la intervenci­ón de Fernández genera ilusión entre los magullados inversores. El ministro Guzmán es para los fondos un teórico con buenas intencione­s, pero que lejos está de interpreta­r al mercado.

El economista Diego Saravia dice, sobre la base de los supuestos planteados por Guzmán, que una reestructu­ración “sostenible” implicaría quitas de hasta el 63% si no se incluye la deuda con el FMI. Una oferta de estas caracterís­ticas llevaría a la Argentina a un default seguro.

Pero la decisión del Gobierno de suspender los pagos de la deuda en moneda extranjera de legislació­n local alentaría aún más las expectativ­as de los bonistas internacio­nales de que la idea no sería ir hacia un default. La Argentina, dicen, ahora tiene tiempo para negociar hasta junio, que es cuando vuelven a caer vencimient­os de deuda de ley extranjera. Pero también posiblemen­te para entonces ya haya un panorama claro del impacto que el temible coronaviru­s habrá tenido sobre la economía.

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