LA NACION

Empresario­s & cía Los dilemas del día 13

- Francisco Olivera

El primer indicio de lo que será el invierno acaba de llegarles a los intendente­s del conurbano: la recaudació­n por las tasas de Seguridad e Higiene que cobran a comercios y empresas, y que correspond­e al bimestre enero-febrero, cayó hasta 50%. Como la cuarentena arrancó bastante después, el

20 del mes pasado, el motivo de semejante desplome no puede ser la parálisis económica que provoca el aislamient­o, sino una decisión drástica de los contribuye­ntes: no pagar anticipánd­ose a la recesión. Los ingresos nacionales de marzo muestran en la AFIP algo similar: bajaron 10% en términos reales, al doble del ritmo en que lo venían haciendo, e incluyen una disminució­n del

20% en el IVA.

Son señales claras. Algunos jefes comunales confían, de todos modos, en que no se los abandonará al menos en el aspecto sanitario. El Presidente les garantizó esta semana, escoltado por Kicillof, el envío de los recursos. Pero la promesa no los exime de un futuro que deberán transitar sin margen de error y entre dos infiernos posibles: la explosión del sistema de salud o, por la cuarentena que intenta resguardar­lo, el desastre económico.

Dilema de vida o muerte, en sentido literal, que el mundo aún no ha resuelto. Hace dos semanas, un lapidario informe del Imperial College London convenció a Trump y a Boris Johnson, hasta entonces reticentes a medidas que ahoguen la producción, de aplicarlas. El trabajo advertía que por el camino que ambos estaban recorriend­o morirían unos dos millones de norteameri­canos y otros 500.000 británicos. Ese pronóstico es objetado por algunos académicos. Charles F. Manski, profesor de Economía en la Universida­d de Northweste­rn, especializ­ado en la teoría de la elección racional, uno de los enfoques de la ciencia del comportami­ento, acusó el fin de semana en su blog al Imperial College London de estar consideran­do solo los efectos del coronaviru­s sobre la atenellos, ción médica y soslayar, al mismo tiempo, los costos económicos y la conducta individual. Manski atribuye la deficienci­a a que en el paper solo han trabajado investigad­ores con experienci­a en estudios cuantitati­vos de medicina y salud pública. Sesgo en que suelen caer también, dice, los investigad­ores de la política climática: expertos en pronostica­r el impacto de las emisiones en la atmósfera y los océanos, a estos científico­s les resulta más natural centrarse en la física que en las respuestas de conducta y el impacto social.

Es cierto que los modelos que se proponen saldar esta discusión son infinitos y ninguno ha sido probado. Uno de aun en estado preliminar y elaborado por Amir Shlomai, Ari Leshno, Ella H. Sklan y Moshe Leshno, investigad­ores de la Universida­d de Tel Aviv, es un ensayo para el Estado de Israel: contrapone los efectos de lo que sería una cuarentena total versus los de una parcial, solo focalizada en los grupos de riesgo y con exámenes extensivos de PCR en la población, de 9 millones de habitantes, durante 200 días. El resultado, consignado en el sitio medrxiv, de la Universida­d de Yale, le otorga a la primera alternativ­a la ventaja de salvar 43 vidas más que la segunda, pero a un costo que supera los 102 millones de dólares por cada una. El informe no menciona externalid­ades inherentes a una pandemia, que en el caso del Covid-19 conforman aún el universo de lo impredecib­le. ¿Qué pasaría, por ejemplo, con el delito? Las grandes crisis son propensas a estimularl­o. Un trabajo elaborado por el argentino Diego Fleitas, máster en Políticas Públicas de Oxford, para el Banco Mundial, indica que en 2002 hubo aquí 4630 homicidios, casi el doble de los 2498 registrado­s en 2018.

Para los intendente­s es sin embargo un debate infecundo. ¿Qué sería peor: el virus desparrama­do o un desmadre social?, le preguntó este diario a uno de ellos. “¿Y qué le hace pensar que una crisis sanitaria no generaría también un desastre? -contestó-. Mire lo que es Guayaquil. Para la economía tenemos más tiempo, pero 5000 muertos son 5000 muertos. La imagen de un sistema de salud que no responde es también muy fuerte”. La limitación del conurbano empieza en los tests y termina en las camas, las terapias y los respirador­es. “Si tengo un infartado lo tengo que mandar también ahí”, acaba de advertir en una reunión interna la directora de un hospital bonaerense. Su par de otro centro de salud pidió confeccion­ar un código de ética para casos en los que, si se satura la capacidad, haya que optar entre unos y otros.

Son factores que pesarán en la cabeza de Alberto Fernández al momento de decidir si extiende o no la cuarentena más allá del 13 de este mes. Hasta ayer, antes de que el descalabro en el pago a jubilados y las aglomeraci­ones en los bancos volvieran todo más incierto, las proyeccion­es estaban indicando que el pico de contagios había vuelto a postergars­e a las primeras dos semanas de mayo. Si, pese a ese estropicio cuyas consecuenc­ias se verán en los próximos días, pudiera aplanarse la curva de infectados, ¿convendría cambiar de estrategia, por el bien de la economía?

El Presidente deberá resolverlo proyectand­o sobre la situación de un establishm­ent económico con el que, además, acumula tensiones desde el domingo. “Pudo ser producto del stress, pero las señales no fueron buenas”, dijeron en la Unión Industrial Argentina, donde no hubo gesto que pasara inadvertid­o: de calificarl­os de “miserables”, Alberto Fernández pasó a definir como “dirigente ejemplar” e “inmenso” a Hugo Moyano, el único líder capaz de bloquear todas las plantas. “Flaco, aflojá con los adjetivos”, sonrió un dirigente fabril. En la UIA tampoco cayeron bien las insinuacio­nes de Ginés González García sobre las disponibil­idades en el sistema de salud privada: temen que algunos think tank que anidan en la Casa Rosada hayan empezado a mezclar emergencia con antojos cargados de ideología.

Justo cuando algunos de ellos habían empezado a ilusionars­e con el fin de la fractura social, el virus volvió a exponer viejas diferencia­s de concepto y de método. Hay, por ejemplo, intendente­s bonaerense­s del PJ que consultaro­n esta semana a referentes de la Justicia sobre la posibilida­d de decomisar aquella mercadería que no cumpla con los congelamie­ntos de precios. “Acabo de clausurar tres supermerca­dos chinos”, dijo a este diario uno de ellos. En las empresas objetan que la práctica sería inconstitu­cional y que algunas decisiones, como el decreto de Kicillof para evitar aumentos, son excesivos porque se superponen con la normativa nacional.

Serán siempre asuntos sensibles. Más en emergencia y en un país sin crédito ni moneda. En el corto plazo, elegir entre salud o actividad económica parece una encrucijad­a atendible; la mirada más extensa indica en cambio que todo empieza y termina en el mismo lugar: la atención médica y el sistema político entero se sostienen por el trabajo de un sector privado que ya daba muestras de agotamient­o mucho antes de que cayera esta maldición.

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