Una infraestructura detenida en el tiempo
Algunos escenarios argentinos quedan expuestos por sus precarias instalaciones
Tres de los cinco estadios seleccionados para la Copa América 2020 fueron construidos (o remodelados) para el Mundial de 1978: el Monumental, el Mario Alberto Kempes (Córdoba) y el Malvinas Argentinas (Mendoza). Los otros dos son más nuevos: el Ciudad de La Plata (administrado por el gobierno bonaerense e inaugurado en 2003) y el Bicentenario de San Juan (16 de marzo de 2011, también provincial). El coliseo cordobés fue refaccionado para la Copa América de 2011. Y Mendoza también recibió arreglos para ese torneo.
La infraestructura de los estadios es una prioridad a futuro para la Superliga y, en cierta medida, también para la AFA. Por algo Racing encaró un programa exhaustivo de reformas en el Cilindro, que también había sido postulado por la AFA y que hasta último momento pujó para quedarse con algún partido del torneo continental. Estudiantes acaba de inaugurar su remodelado José Luis Hirschi. Y Santiago del Estero invirtió más de $1000 millones en la construcción de su propio estadio único.
La conclusión es clara: a la Argentina le faltan estadios a la altura de las principales potencias continentales. Es cierto que la comparación no puede hacerse con Brasil, que organizó un Mundial hace cinco años y que, además, acaba de tener a la última Copa América. Pero para encontrar un plan integral de reformas en estadios argentinos hay que remontarse a la Copa América de 2011, disputada en nuestro país y ganada por Uruguay. Eran otros tiempos: Julio Humberto Grondona todavía presidía la AFA y los comités organizadores de los torneos continentales estaban presididos por dirigentes locales (en aquel momento el cargo lo ocupó José Luis Meiszner, hoy suspendido de por vida por la FIFA para trabajar en el fútbol).
En las oficinas de la Superliga y en las charlas que mantienen los expertos en la industria del fútbol se habla de la “experiencia del hincha” en los estadios argentinos. Y las calificaciones son unánimes: las canchas nacionales desaprueban. Las razones van desde accesos imposibles hasta una fuerza de seguridad demasiado invasiva, hasta el flagelo de las barrabravas. Y también influyen ascensores que no funcionan, plateas despintadas o asientos inservibles. Baños en pésimo estado o escasez de transporte público son otras de las cuestiones en las que los estadios argentinos tienen que mejorar. Sobre todo si el objetivo sigue siendo hospedar la mayor cantidad de partidos de esa utopía llamada Mundial de 2030.