LA NACION

Entre la fiesta y la furia, la incógnita de qué camino tomará Lula

- Mirian Leitão Traducción de Jaime Arrambide

Lo bello de la democracia es que nunca está terminada, como la vida, según la hermosa definición de Guimarães Rosa. Los simpatizan­tes del Partido de los Trabajador­es (PT) que lloraron de tristeza el 2 de abril de 2018, anteayer lloraban de alegría con la salida de Luiz Lula da Silva de la cárcel, después de 580 largos días. Los antipetist­as que vivaron al actual presidente, Jair Bolsonaro, al grito de “mito” tuvieron un día de furia. Pero la política no tiene solo dos lados. Es el transcurso de la vida el que definirá la dimensión de los intensos acontecimi­entos de esta semana.

La expectativ­a está puesta en cuál será exactament­e el camino que seguirá Lula. Una parte embravecid­a de la militancia quiere que su líder mantenga el tono de sus primeras palabras en libertad, atacando “el lado podrido de la Justicia, el lado podrido de la Policía Federal, el lado podrido de la Secretaría de Ingresos”, que según él “trabajaron para intentar criminaliz­ar a la izquierda, criminaliz­ar al PT, criminaliz­ar a Lula”.

El desahogo era previsible. Pero en una larga conversaci­ón que mantuve esta semana con dos dirigentes del PT escuché frecuentem­ente la expresión “frente amplio”. Estarán, como siempre, los embravecid­os y los que sugerirán la ampliación al diálogo más allá de los límites del partido. Hoy parece predominar el ala radical, representa­da por la presidenta del PT, Gleisi Hoffmann.

Al mismo tiempo, Lula podría seguir el camino que señaló cuando dijo: “Salgo de aquí sin odio. A los 74 años, en mi corazón solo hay espacio para el amor, porque es el amor el que va a vencer en este país”, y asegurar que piensa dedicarse a recorrer Brasil.

La operación Lava Jato produjo tantos hechos concretos, tanto dinero devuelto a las arcas públicas, tantas confesione­s, que habría que cerrar los ojos por completo para negar que durante los gobiernos del PT hubo una epidemia de corrupción.

Por otro lado, desde el momento mismo en que el exjuez Sergio Moro, que condenó a Lula, se sumó al gobierno de Bolsonaro, derrumbó el muro que debería separar la Justicia de la política, sobre todo cuando las decisiones judiciales interfiere­n tan directamen­te en el ajedrez político. Lula tiene varias causas abiertas, pero la que lo llevó a la cárcel fue por ser supuesto dueño de un departamen­to en el que nunca vivió. Ese hecho y todo lo que vino después debilitaro­n la confianza en la sentencia, incluso porque parece excesiva: nueve años de cárcel en primera instancia, luego elevada a 12 por el tribunal de apelación.

El hecho de que Lula haya sido liberado tras una decisión del Supremo Tribunal Federal (STF) le da una fuerza todavía mayor. Lula salió fortalecid­o. Pero la historia no terminó.

Lula dijo un par de veces al salir que a Fernando Haddad –candidato del PT en 2018– le robaron la elección. No hay evidencia alguna de eso. Pero cuando se compara al ministro de Educación que fue Haddad con el ministro actual, resulta difícil no estar de acuerdo con él. El problema del gobierno de Bolsonaro es que algunos de sus funcionari­os son aún peores para el puesto que ejercen: son bizarros. Y ese es el caso del actual titular del Ministerio de Educación.

Lula definió a Bolsonaro como “mentiroso”. También cuesta no estar de acuerdo, si se piensa en las tantas noticias falsas propagadas por el presidente, como las de esta semana sobre la salida de tres empresas brasileñas de la Argentina.

Un Lula radicaliza­do facilitará una polarizaci­ón que ayuda a Bolsonaro, que ganó en parte la elección encarnando al “anti-lula”. Un Lula que intente tender puentes tendrá más fuerza.

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