La visita de Don Bartolo, 150 años después
La vigencia de LA NACION ha residido en el desarrollo de un intangible llamado reputación, cimentado sobre la coherencia de sus ideas y valores
Si Don Bartolo y su gran amigo, Juan María Gutiérrez, hubiesen podido viajar al día de hoy, como lo imaginó Steven Spielberg en Volver al futuro, estarían asombrados al ver que ese diario de una sola página, nacido el 4 de enero de 1870, conserva 150 años más tarde su vigencia.
Imaginemos que ambos ingresasen ahora en las nuevas oficinas del diario, en Vicente López. Don Bartolo, con su clásico chambergo y su cicatriz estrellada. Don Juan María, con sus patillas barbadas y su cuello palomita. Cuando el diario fue fundado, todavía circulaban carretas por Buenos Aires y el público lector de la ciudad era muy limitado. El país era un territorio reducido y aún no integrado; no incluía Chaco ni Formosa, ni el norte de Santa Fe. Hacia el sur, no integraba a la Patagonia ni a las partes más australes de Mendoza y San Luis. La Guerra del Paraguay habría de culminar ese año y la consolidación del país unificado en 1862 rendiría sus frutos en los años subsiguientes.
Los dos ilustres visitantes se sorprenderían al encontrar aquel ejemplar de un folio, compuesto e impreso en casa de Gutiérrez, ahora enmarcado, como la declaración de la independencia, en estas modernas oficinas. Con mucho cuidado, sus descendientes los irían introduciendo en el siglo XXI explicándoles cómo esa única hoja, tamaño sábana, se fue transformando en un diario de papel con decenas de páginas y variadas secciones, con distinta diagramación y formatos, hasta la era digital.
Ninguno de ellos conoció la radio, ni otra forma de comunicación a distancia más que el telégrafo o la paloma mensajera. Mitre y Gutiérrez recorrerían la Redacción, con sus múltiples pantallas y tan pocos papeles. Ante su estupefacción, no olerían tinta, ni encontrarían prensas ni linotipistas. Se asombrarían ante el milagro de la televisión al ingresar en los sets de LN+ y probablemente, luego de preguntar por los pájaros metálicos bajando hacia el aeroparque, los coches sin caballos por la avenida General Paz y los multifacéticos teléfonos celulares, pedirían regresar al Buenos Aires de 1870, prometiendo olvidar todo lo visto y oído, para no alterar el futuro.
Si los cincuentenarios son eventos relevantes e inusuales, celebrar tres veces estos extensos trancos de vida, que subsumen varias generaciones, distintos contextos históricos, cambios políticos, diferentes paradigmas, alteraciones tecnológicas y desafíos axiológicos, es una ocasión inusual para preguntarse: ¿cómo fue posible?; ¿cuál es el hilo conductor que permitió esa capacidad de éxito en sociedades del descarte y la volatilidad?
Durante sus primeros 50 años, fue la nacion actor y testigo de la más profunda transformación del país. Entre 1870 y 1920, pasamos de la diligencia al primer subterráneo; de las postas al ferrocarril; del analfabetismo a la lectura extendida; de los últimos caudillos al aluvión inmigratorio. De 1,8 millones de habitantes a 10 millones. De 700 kilómetros de vías a 40.000. De la nada a la expansión de las escuelas primarias, escuelas normales, bibliotecas populares e instituciones científicas.
Por aquel entonces, solo existía la prensa escrita y creaba “contenidos” (al decir la nacion actual), con información y opinión, para las conversaciones, las tertulias, los discursos y las conferencias. Ese fue un gran período para los diarios, fuente principal de noticias y de ideas, alimentando el debate en la vida política y cotidiana. Como es sabido, se definió como la nacion “tribuna de doctrina” y así continuó hasta ahora.
Al cumplir sus “segundas” bodas de oro, entre 1920 y 1970, se había producido un dramático giro institucional, cuyas consecuencias aún vivimos. Después de décadas de prosperidad y su culminación con la ley Sáenz Peña, las nuevas ideologías de entreguerras repercutieron en la Argentina. La revolución de 1930, el golpe de Estado de 1943, la aparición del peronismo, la llamada “Revolución Libertadora”, los breves interregnos democráticos de Frondizi e Illia, y el dramático septenio de dictadura militar, con los “bastones largos”, el Cordobazo y el asesinato de Aramburu por parte de Montoneros.
Mientras ello ocurría, la tecnología revolucionaba las comunicaciones: de la primera emisión radial en 1920 a la transmisión de televisión en blanco y negro, en 1951. De los elegantes carruajes y primeros automóviles a la llegada del hombre a la Luna en 1969. Esos años fueron la edad de oro del teatro, el cine, la radio y la televisión. Fue también la época de oro del cine nacional, con noticieros que ilustraban, en forma tardía, los “Sucesos Argentinos” anticipados por los medios de prensa. El suplemento literario de la nacion, con prestigio en todo el mundo de habla hispana, congregaba a escritores de la talla de Joaquín V. González, Eduardo Mallea, José Ortega y Gasset, Rubén Darío y Leopoldo Lugones, primero, y de Jorge Luis Borges, Manuel Mujica Lainez, Adolfo Bioy Casares y Victoria Ocampo, más tarde.
En 1978 llegaron las primeras PC a la redacción y, menos de una década después, las Underwood y las Remington pasaron a la historia. En los años 90, se introdujo la telefonía celular, se expandió la TV por cable y por satélite, y el protocolo de transferencia de hipertexto abrió las puertas de internet. Ese fue el cambio de modelo en las comunicaciones, con la aparición de las redes sociales, la mensajería instantánea, los buscadores y portales. En 1995, lanzó la nacion su edición digital, la primera para un diario del país. En 2016, inauguró su canal LN+ y cambió su tradicional formato, al adoptar el berlinés durante los días de semana.
Entre 1970 y 2019, los argentinos hemos vivido la subversión armada, el retorno de Perón, la represión, la dictadura militar, la Guerra de las Malvinas y la recuperación de la democracia. El contexto económico fue dramático: del Rodrigazo a la “tablita”; de la hiperinflación a la convertibilidad, que estalló con el mayor default de la historia mundial en 2001. Distintas presidencias, distintos estilos, incluidos algunos oscurecidos por el acoso a la prensa independiente y el manejo sectario de la pauta publicitaria oficial, además de cepos a los anunciantes.
La vigencia de radicó en el desarrollo la nacion de un intangible llamado reputación, cimentado sobre la coherencia de sus ideas y valores. El público puede creer en la nacion, en su análisis de los sucesos y sus trabajos de investigación periodística. El lector puede confrontar su particular punto de vista con las variadas columnas de opinión, la línea editorial y las espontáneas cartas publicadas diariamente, y hasta puede interactuar, gracias a las nuevas tecnologías, emitiendo comentarios. Frente al tsunami informativo que atraviesa las autopistas informáticas y las redes, con su bagaje de fake news, que se dispersan al instante en todas las pantallas, verifica y la nacion constata. Compara, recuerda y contrasta. Ahonda, agrega, descarta y subraya. Intenta constantemente adaptarse a los nuevos tiempos, sin claudicar ante el oportunismo o las conveniencias del corto plazo, y sin dejar de admitir sus errores.
Don Bartolo y su amigo, Juan María, luego de digerir el aluvión de acontecimientos ocurridos en 150 años, podrían confirmar, a pesar de tantos cambios, que actual conserva los la nacion valores liberales y republicanos que inspiraron la Constitución de 1853/60 y que hicieron posible la irrupción de la modernidad en las décadas siguientes. Y Gutiérrez diría, observando la Argentina presente, que sin esa transformación institucional no habría ahora clase media, ni movilidad social, ni inigualable desarrollo cultural, ni mucho menos apetito de democracia, respeto a la diversidad y conciencia de los derechos humanos.
Al despedirse, Don Bartolo concluiría, recordando los años previos a 1852 y aconsejando a sus descendientes que esos logros no podrían nunca alcanzarse si el populismo y el caudillismo impusieran su hegemonía totalitaria, en una regresión tribal a la sociedad cerrada y represiva. Luego de tres cincuentenarios y tantas vicisitudes impensadas, ha quedado confirmado que la paz social y el bienestar general solo pueden lograrse con división de poderes, elecciones libres, periodicidad de los mandatos, independencia de la Justicia, respeto por los derechos individuales y plena libertad de prensa.