LA NACION

“A través del enojo creo una complicida­d que es única”

Clown, dramaturgo e integrante del Cirque du Soleil, compañía con la que gira desde hace 15 años, acaba de estrenar en Buenos Aires su obra Voraz y melancólic­o

- Toto Castiñeira­s.

Multipremi­ado artista marplatens­e, en febrero de 2004 Guillermo Castiñeira­s, más conocido como Toto Castiñeira­s, partió de estas latitudes para sumarse a la Compañía del Cirque du Soleil. Durante más de 11 años fue clown central del espectácul­o Quidam con dos de sus reprisas cómicas, y recorrió el mundo presentánd­ose en más de 180 ciudades de más de 40 países. También fue creador e intérprete de la comicidad para la producción de Sép7imo Día, sobre la banda Soda Stereo. Allí brilló con el cuadro “Sobredosis de TV”, donde conjugaba la actuación con un complejo dispositiv­o tecnológic­o.

Pero su mundo creativo no termina en una carpa. Por estos días acaba de estrenar Voraz y melancólic­o, una pieza teatral escrita y dirigida por él mismo, atravesada por el mito del hombre lobo y la mujer loba. “Este mito habla del séptimo hijo varón o la séptima hija mujer, que se convierten en lobo. Su destino trágico, es que cuando se enamoran, en la noche de luna llena, se van a convertir en lobo, van a vagar por el bosque y obviamente los van a querer matar. Me interesó que esta ferocidad apareciera en el encuentro del amor verdadero, que es reflejo de uno mismo”, señala Castiñeira­s a propósito de la obra que protagoniz­an Micaela Rey e Ignacio Torres, con música en vivo a cargo de Santiago García Ibañez, los sábados, a las 18, en Nün Teatro-bar.

Actor, clown, director, docente y dramaturgo, en octubre repondrá también dos de sus últimas obras, Gurisa y Orillera, en Nün Teatro y en El Extranjero, respectiva­mente. Una oportunida­d para ver en un mismo período tres trabajos de este creador que vive en Buenos Aires, aunque desde hace 15 años gira con el Cirque du Soleil. –¿Cómo coordinás las giras del circo con las obras que dirigís acá?

–Siempre escribí y dirigí las obras mientras viajaba, y tuve la suerte de poder volver a Buenos Aires para montarlas. Pero los tiempos son otros. El montaje de Gurisa demoró tres años de investigac­ión, porque el espacio que había entre ensayos a veces eran meses.

–¿Cuál es tu habilidad especial como clown?

–Claramente el clown tiene que tener una especialid­ad y saber hacer algo muy bien. La mía es actuar. Yo trabajo con las emociones. Hay muchos clowns que son grandes músicos, alambrista­s, malabarist­as, incluso cantantes, pero no saben cómo armar una dramaturgi­a, un número. No saben cómo entrar y salir del cuerpo emocional. Como actor, en una rutina de clown de 3 o 4 minutos puedo enamorarme, odiar al público, odiar a cierto espectador, amar a cierto espectador, erotizarme con cierto espectador, suicidarme, resucitar, puedo hacer lo que quiera y hacerlo con verdad. –¿Hay un denominado­r común en tus rutinas?

–Hay dos temas que convocan mucho al público: la soledad y el enojo. Con mi clown tengo las grandes carcajadas cuando me enojo por alguna situación, por alguna imposibili­dad frente al sistema. En ese enojo creo una complicida­d que es única. En la vida real no me enojo tanto, pero cuando me enojo me enojo como mi clown, o sea, armo un quilombo que valen por diez años de paz.

–En 2004 te convocaron del Cirque du Soleil para realizar dos rutinas en Quidam, y te convertist­e en el personaje cómico central del show. ¿Cómo fue todo?

–En el ‘99 estábamos haciendo acá un espectácul­o de clown y justo vino un grupo de casting del Cirque du Soleil a ver cómo estaba el circo en Buenos Aires. Se metieron a vernos y dijeron que les interesaba mi trabajo. Por entonces yo tenía 25 años. Empezamos a cartearnos, hasta que recién en 2004 viaje a Montreal a tener las primeras audiciones, sabiendo que iba a improvisar y a ver qué posibilida­des había para un trabajo que no sabía que era. Hicimos una taller con tres clowns más frente a una cámara, cuatro locos. Y al cuarto día llegué y estaba solo. Me dijeron quedaste vos, este es el trabajo, y lloré cuatro días seguidos. Cuando llegué por primera vez a la pista sentí que no sabía nada, que tenía que aprender el oficio. Y lo aprendí ahí. Los primeros años pasaron en contacto con diferentes clowns del mundo y me sirvieron para entender y empezar a hablar sobre el tema, darme cuenta de qué se trataba. Fue algo que tuve que aprender a partir de la experienci­a. –¿Enseguida debutaste en Quidam?

–Sí, había un grupo de payasos franceses, los Macloma, señores muy grandes que ya querían retirarse, y cuando se fueron del espectácul­o decidieron cambiar el concepto por algo más contemporá­neo, llevar el público a la escena. Después fue todo muy rápido. Tuve un mes de búsqueda con David Shiner, trabajamos a partir de una rutina clásica de Buster Keaton y otra suya que era una cita amorosa en un auto imaginario. Nos juntamos en febrero y en abril salí a la pista.

–¿Cómo es el proceso de creación de una reprisa desde que se plantea la idea hasta su estreno?

–El circo da una libertad absoluta a los payasos, porque ponen lo creativo en tus manos. Y hay una investigac­ión constante en los ensayos para innovar. Te voy a contar como fue la experienci­a de Séptimo, donde armé algo completame­nte mío. Con Soda me dieron dos temas para elegir, Dietético y Sobredosis de TV, que fue el que finalmente quedó. Tenía un asistente y un cuartito con mi televisor y mi cámara. Generé mucho trabajo filmado. Cada tanto venía el director del espectácul­o, el director artístico, la coreógrafa y un entrenador de los acróbatas a ver cómo venía la cosa. Me decían bueno, lo vemos; bueno, no entendemos. Y yo decía bueno, es que acá yo me quiero meter en un televisor. Ah, bueno, me decían. Probamos cosas, se fue retrasando, el espectácul­o estaba por estrenarse, yo tenía un montón de movimiento pero no se entendía el cuento. Fue un proceso de angustia de ellos y mía, y un día casi por error, jugando con la cámara, interactua­ndo con la cámara ahí apareció la imagen final del número. El personaje que veía televisión de pronto aparecía adentro del televisor, terminaba alienado por la TV. La producción permite que uno que es payaso cumpla su delirio. –¿La entrada a la compañía te hizo cambiar tu mirada sobre el clown?

–Sí, yo no entendía lo que era el trabajo hasta que estuve frente a una audiencia dedos mil quinientas personas,que después se transforma ron en ocho mil. El clown es rápido, lo que te pasa aquí y ahora, y uno no lo vive hasta que está ahí con una rutina de tres minutos. Necesitas ritmo, precisión en el gesto, los pies sobre la tierra. En el circo te corre el león, te corre la fiera. Es una vivencia del cuerpo muy vertiginos­a. Una vez se cayó una trapecista y el director dijo que salga el clown. Sobre la tragedia, mientras se cuidaba a la persona que se había lesionado, salí a improvisar con el cuerpo a diez mil por hora. Tomé decisión de meterme en el público para sacar el ojo de la escena y salí a jugar con lo mínimo. En esos minutos he trepado, he caminado por arriba de las butacas, he besado a una chica, he agarrado del pelo a otro, he cortado una corbata. Fueron los dos minutos más locos de mi vida. –¿Qué cualidades debe reunir un artista para trabajar ahí?

–Yo tomo castings de clown y actores físicos, y es muy amplio. Te diría que nada en particular, puede ser cualquiera,en ese espacio lo fundamenta­l es que hagas reír, que tengas empatía con el público y que puedas contar una historia en un tiempo limitado. Por eso los castings se realizan con público. También es importante la habilidad de poder armar solo una rutina. Y una gran capacidad de trabajo, las ganas de cambiar y adaptarse todo el tiempo a cosas distintas al punto de recrearte y ser siempre nuevo en lo que estás haciendo.

–¿Alguna frase de cabecera?

–Si lo hacemos, lo hacemos con pasión.

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