LA NACION

Los amigos del campeón

- Francisco Olivera

La advertenci­a con que Diosdado Cabello, presidente de la Asamblea Nacional Constituye­nte de Venezuela, celebró esta semana la victoria de Alberto Fernández en las primarias contradice de alguna manera la pretensión del candidato y del PJ, que es mostrarse como un líder racional y alejado de la imagen que dejó el kirchneris­mo. “Me alegro mucho por el esfuerzo y el valor del pueblo argentino. Ojalá, Dios querido, que no me equivoque, que a quien están eligiendo no vaya a creer que lo están eligiendo porque es él. [...] Aquí nosotros podemos contra el imperio si nos mantenemos unidos. De la Patagonia al río Grande”. Es extraño: el mensaje coincide exactament­e con el sentido que los alicaídos estrategos macristas han querido darle a la campaña, el de equiparar el destino con el de ese país si el Gobierno pierde en octubre.

El establishm­ent económico no parece hasta ahora haberle prestado tanta atención al asunto. Al contrario: la novedad que trajo el resultado del domingo no fue tanto la corrida cambiaria como el rápido reacomodam­iento de ese sector que hasta la semana pasada prefería la reelección de Macri. No deja de ser una lectura contaminad­a por los efectos de la tormenta, pero el mundo de los negocios tiene ahora la sensación de que, incluso alcanzando la hazaña de revertirlo, el Presidente asumirá en condicione­s de mayor debilidad de la que tendría un oponente peronista. Estas suposicion­es, que no se expresan en voz alta, incluyen una idea optimista: aunque dañino en todo sentido, el susto de estos días puede haber ayudado a terminar la última parte del ajuste que venía emprendien­do Macri. La política y el mercado son ingratos.

La nueva lógica se percibió con claridad dos veces esta semana. El martes, en la reunión interna de la Unión Industrial Argentina, en la que se habló de la necesidad de una transición ordenada y se calificó de sin retorno la derrota de Macri, y anteayer, con la visita de Marcos Galperin, uno de los empresario­s que habían respaldado públicamen­te al Presidente para la reelección, a las oficinas de Alberto Fernández. “Mi postura en la campaña fue pública y clara. Creo que el hecho de que me hayan escuchado, calmar a la gente y pensar el país para adelante es muy positivo”, dijo al salir el fundador

de Mercado Libre, que viene de duros enfrentami­entos públicos con dirigentes kirchneris­tas, como Sergio Palazzo, de La Bancaria, y Juan Grabois.

Superados el estupor del lunes y las lamentacio­nes por el futuro institucio­nal, algunos empresario­s han empezado a encontrarl­e virtudes a la fórmula del Frente de Todos. O, al menos, ventajas. La más obvia: suponen que un peronista estará en condicione­s de asumir desafíos que a Macri se le negaron, como emprender reformas impopulare­s, controlar la calle y, lo más relevante, atenuar las demandas salariales. La indexación de la economía, presente en por lo menos 60% del gasto –jubilacion­es, salarios estatales y subsidios sociales se ajustan por inflación–, es uno de los problemas más arduos de la trampa argentina. Un escollo que no tuvo el ajuste de 2002, que les significó a los asalariado­s de entonces una pérdida real del 40% en los primeros 9 meses.

Elisa Carrió detectó este cambio de viento y aprovechó para meterlo en la campaña. Anteayer, en su exposición en el CCK, se paró delante de Macri: “Presidente, no se mueva de donde está –le dijo–. Hay que atravesar las tormentas. Pero no hay que quererlas atravesar con los lobbies que quieren cambios todos los días. A nosotros no nos van a sacar de Olivos los que nos quieren mover”. La Argentina sigue impredecib­le: ahora es Macri quien, forzado por la crisis y la elección, acude a congelamie­ntos de precios o a leyes que espantan en las empresas, como la de hidrocarbu­ros, que determinó en 2012 la expropiaci­ón de YPF, y son los kirchneris­tas quienes buscan congraciar­se. “El dólar a 60 pesos está en un valor razonable”, dijo Fernández.

Ante la advertenci­a de Cabello, el candidato del Frente de Todos prefirió el silencio. Fue, en cambio, muy elocuente para contestarl­e a Bolsonaro y cuestionó a Trump. Estos contrapunt­os con dos afinidades internacio­nales de Macri no están exentos de riesgos. Principalm­ente el que involucra al líder republican­o. “No es un buen líder para el mundo, pero tal vez lo es para los americanos, porque protege mucho los intereses de Estados Unidos. Muchas veces, cuando protegés con tanto ahínco lo tuyo, te convertís en un enemigo para los demás”, lo definió Fernández, que necesitará sin embargo de Trump si accede al poder y pretende renegociar el acuerdo con el FMI. Es una de las asignatura­s a que obligará esta última corrida. ¿Quién convencerá al organismo de que la Argentina, un año después de haber obtenido la ayuda más abultada de su historia, necesita también diferir pagos?

El mundo de la diplomacia siguió estos primeros gestos con especial atención. ¿Los candidatos no se acercan a la ortodoxia en la medida en que están más cerca de gobernar? Hay múltiples deliberaci­ones sobre lo que debería hacer Fernández. Faltan dos meses para el 27 de octubre y la oposición necesita que el Gobierno termine de hacer el ajuste. La otra paradoja del momento: la responsabi­lidad institucio­nal a que lo obligaría a Fernández la victoria del domingo incluye tranquiliz­ar al mercado y, como consecuenc­ia, evitar o diferir el reacomodam­iento fiscal que le facilitarí­a una eventual gestión.

Es el equilibrio que Alberto deberá procurar de ahora más. ¿Fustigar a presidente­s aliados de Macri podría contribuir en la faena? “Celebro que Bolsonaro hable mal de mí. Es un misógino, un racista y un violento. Yo lo único que le pido es que deje a Lula en libertad”, dijo.

La lógica del triunfo del domingo y la inminencia del vínculo aconsejarí­an que ambos, candidato argentino y presidente de Brasil, atenuaran lo que piensan el uno del otro. Pero Fernández está en campaña y acaso Bolsonaro también: en la administra­ción brasileña afirman que su líder ha tomado el modelo de Trump, que consiste en consolidar un núcleo de votantes que le asegure por lo menos un piso para llegar al ballottage en la próxima elección, dentro de cuatro años. Esta estrategia les daría sentido político a sus conflictos casi diarios, a sus combates contra la izquierda y a su alianza con iglesias evangélica­s que representa­n ese umbral mágico, el 30% que lo ubicaría en el ballottage. Como Macri con el kirchneris­mo, Bolsonaro se sirvió del rechazo al PT para ganar las elecciones. Y aunque está a punto de conseguir la reforma previsiona­l, un logro estructura­l que facilitará la administra­ción en el largo plazo, la reactivaci­ón sigue esquiva y es probable que el PBI casi no crezca este año. Esta demora en resultados se da en simultáneo con un repunte en la imagen positiva de Lula. Es entendible que busque adherentes con razones menos endebles que la vieja polarizaci­ón. Quedó claro el domingo: una crisis puede ser más fuerte que el miedo al pasado.

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