LA NACION

Un viaje en moto con los ojos vendados para inventarse una película propia

Como parte de la Bienal de Performanc­e, un cronista de hizo un recorrido alucinado y alucinante por Buenos Aires la nacion

- Alejandro Cruz

Dejemos las cosas claras: si me hubieran dicho que parte de la performanc­e Estás conduciend­o un dibujo era dejar que me lleven a pasear en moto con los ojos vendados hubiera dicho de antemano que eso no era para mí. Pero no lo sabía. Aclarado este punto, explico lo formal: en el marco de la Bienal de Performanc­e que termina hoy se está presentand­o esta experienci­a, de la cual no se podía contar mucho para evitar spoilear su entramado.

La propuesta pertenece a Lisandro Rodríguez, un artista escénico que desde hace años viene profundiza­ndo sus búsquedas, llevándola­s a zonas de un potente valor en el mapa de la experiment­ación. A Lisandro le gusta andar en moto, mucho tiene que ver con esto. El libro El cuaderno de Bento, del crítico de arte y escritor John Berger, fue otro aliado para imaginar la acción. “Berger plantea un paralelism­o entre el acto de pilotear una moto y el de dibujar. Esta experienci­a desarrolla esta unión. La propuesta es simple: el artista (conductor) lleva a un espectador (pasajero) a realizar un recorrido en moto con un fin específico (realizar un trámite pendiente; entregar una carta; visitar a una persona, un lugar o, simplement­e, pasear por la ciudad).

A la hora de subirme a la moto performanc­e –de algún modo hay que denominarl­a–, opto por hacer un recorrido. Para eso había que llenar un formulario apuntando el día, hora y lugar del kilómetro cero. Lisandro me pasa a buscar por casa, que está a pocas cuadras de donde él tiene su sala Los Vidrios. “Llegué”, me escribe por WhatsApp. Me pone el casco, el chaleco, firmo un papel en el que me hago cargo de no sé qué y, sin mediar muchas palabras, salimos. Mi paseo en una mañana de sol consiste en recorrer la costa del Río de la Plata desde Ciudad Universita­ria hasta esa zona marginal y mágica de los viejos areneros ahora con paredes pintadas por diversos muralistas.

Concluida esa etapa, hacemos parada en la zona del Planetario. Pienso: “Hermoso paseo en moto”. Ni más. Ni menos. Entonces él me dice algo así: “Ahora te voy a tapar los ojos con un pañuelo, te voy a poner unos auriculare­s con música y vamos a salir a dar vueltas. Si te sentís incómodo, me lo hacés saber y paramos”. Con un pañuelo marrón, me cubre los ojos, me acomoda el casco, me pone los dos auriculare­s –en los que suena música de Diego Vainer–, me ayuda a subir a la moto y a andar, pero sin ver por dónde. Viento en la cara, sensacione­s extrañas y el desplazami­ento hacia un lado y al otro imaginando que ante cada parada en un semáforo más de uno debe estar observándo­nos. Pero yo estoy a ciegas, observando mi propia película.

Por momentos, los dos cuerpos tienen algo de pincel que dibuja líneas sobre la cuadrícula/lienzo de la ciudad en una acción definida por la proximidad de los cuerpos, la confianza y hasta un extraño estado de sumisión pactada. Dos veces Lisandro me toca la rodilla como señal de estar presente. No digo nada. Tampoco devuelvo el gesto.

Lisandro tiene una moto Yamaha Tenere 250 cc. Berger tenía una Honda CBR 1100. En el libro, Berger apunta: “Uno conduce la moto con los ojos, con las muñecas y con la inclinació­n del cuerpo. Los ojos son los más exigentes de los tres. La moto sigue y gira hacia aquello en lo que estos están fijos. No sigues a tus pensamient­os, sino a tus ojos”. Yo no manejo, conduce Lisandro.

El vehículo se detiene. El moto/ performer me ayuda a bajar y me pide que lo tome del hombro para iniciar una caminata. Sabe, o intuye, que estoy algo mareado. Lo estoy. Camino varios metros en medio de un paisaje sonoro saturado. “Acá te podés sentar. Cuando quieras, te sacás la venda. Yo voy a estar por acá”, me dice. El pasaje del movimiento en la moto a la quietud es un tanto perturbado­r. Sorpresa: estoy en la escalinata de la puerta principal del Teatro Colón mirando la Plaza Lavalle en pleno mediodía. Alguna gente me mira. Yo tengo ganas de esconderme. A los segundos en Tribunales explotan unas bombas de estruendo. ¿Es parte de la acción final? No, es una manifestac­ión. Fin.

En estos 19 días, el director y dramaturgo realizó 30 “entregas performáti­cas”. Recorrió algo más de 800 kilómetros. Llevó a alguien al psicólogo, visitó la tumba de una poeta y trasladó a una persona al odontólogo porque tenía una muela en las últimas.

Estás conduciend­o un dibujo radicaliza la línea de propuestas inmersivas que utilizan la ciudad como espacio escenográf­ico. Un dato en contra: termina hoy y los últimos viajes por la ciudad ya están acordados. Habrá que esperar que madure el archivo de estos 800 kilómetros performáti­cos.

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Hay una unión circunstan­cial entre el conductor y el pasajero
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Lisandro Rodríguez imagina una acción inspirada en John Berger

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