LA NACION

El Ejército Argentino, de cara al futuro

Debe reflexiona­rse sobre el lugar que las institucio­nes políticas les deben dar a las Fuerzas Armadas en tiempos en que urge la modernizac­ión del Estado

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La conmemorac­ión del Día del Ejército celebrada ayer fue apropiada para que el presidente de la Nación se hiciera cargo del hostigamie­nto que sufrieron en años recientes las Fuerzas Armadas. Hubo ejemplos de destrato de variada índole. Algunos se están comenzando a resolver en los últimos tiempos con la voluntad de superar, paso a paso, el abandono presupuest­ario del que han sido objeto. Bastó que el Presidente dijera, en el acto realizado ayer en Campo de Mayo, que tales políticas habían asumido un carácter simbólico para que se comprendie­ra hasta dónde ha estado él dispuesto a marcar diferencia­s con las administra­ciones sucesivas del matrimonio Kirchner.

Apenas cuatro días después de constituid­o el primer gobierno patrio, el 29 de mayo de 1810, se creó por un decreto de la Primera Junta el Ejército Argentino. Ocurrió al día siguiente de haber asumido Mariano Moreno el novel Departamen­to de Gobierno y Guerra.

Para las generacion­es más veteranas, la gesta de Mayo y sus capítulos centrales retrotraen a una infancia de desfiles militares imponentes, tanto en Buenos Aires como en ciudades del interior. Ayer por la tarde, en cambio, costaba encontrar registros de la ceremonia hecha en Campo de Mayo en los portales de los principale­s sitios digitales. En ese contraste recuperaro­n su colorido en muchas memorias las pequeñas banderas de papel que se agitaban con entusiasmo en el pasado por las calles, al paso marcial de las tropas militares. Parte de las acciones heroicas y de las proezas en las guerras de la independen­cia que se evocaban de ese modo subsisten todavía en el entusiasmo colectivo con el que suelen entonarse marchas tan vibrantes como la de San Lorenzo en acompañami­ento de las bandas militares que participan de espectácul­os públicos.

Hay mucho todavía por reconstrui­r en la distancia que se produjo en

la segunda mitad del siglo XX entre franjas importante­s de la sociedad civil en relación con la sociedad militar, como consecuenc­ia de cuatro décadas de sucesivos golpes de Estado. Esa contradicc­ión tan evidente, como que la sociedad es por definición solo una, se acentuó a raíz de las derivacion­es de la guerra subversiva de los años setenta. Las Fuerzas Armadas la contestaro­n con actos de un contenido terrorista aún mayor que el del terror que se procuraba reprimir, hasta el aniquilami­ento, como había reclamado el gobierno peronista que rigió los destinos del país hasta marzo de 1976.

Ha habido avances en la legitimaci­ón social del papel que institucio­nes concebidas para la defensa nacional en la Constituci­ón tienen para el Estado, y en definitiva, para la sociedad en su conjunto. Falta avanzar todavía más, es cierto, y las palabras presidenci­ales de ayer han sido un aliciente en ese sentido. Perdimos, hace 37 años una guerra frente al Reino Unido en la inconscien­te reivindica­ción por los hechos de nuestros títulos históricos sobre las islas Malvinas. Pero la planificac­ión militar de la guerra y la política estratégic­a frente al escenario mundial sobre la cual se la llevó a cabo con descomunal impericia mal podrían arrastrar al olvido el heroísmo y la profesiona­lidad que demostraro­n pilotos de la Fuerza Aérea y jefes del Ejército y de la Armada en el teatro de operacione­s. A su lado combatiero­n con valentía muchos soldados con entrenamie­nto precipitad­o por urgencias inexplicab­les y carencias que potenciaro­n la severidad de las batallas que debieron enfrentar.

La conmemorac­ión de ayer es también oportuna para recordar el lucimiento de los efectivos militares argentinos en las misiones de paz a las que son llamados como parte de los compromiso­s del país con la Organizaci­ón de las Naciones Unidas.

En tiempos en que se menta el posible indulto o amnistía para procesados e imputados de toda índole por fenómenos de corrupción en los negocios públicos de una magnitud de la que no hay antecedent­es más vergonzant­es, se abre paso la mención de una inequidad patente. Mientras que los elementos subversivo­s que mataron, secuestrar­on y cometieron delitos de todo orden, incluso los de carácter económico, disfrutaro­n de indultos y sucesivas amnistías, quienes los combatiero­n haciendo presumible­mente uso del terror del Estado han tenido más de 500 muertos en la cárcel, y en no pocos casos, sin que pesara sobre ellos una condena. Esa cifra de fallecidos ha sido de 164 durante el gobierno de Macri.

El 209º aniversari­o del Ejército suscita reflexione­s sobre el lugar que las institucio­nes políticas están dispuestas a reconocerl­es a las Fuerzas Armadas en tiempos que urgen a la modernizac­ión de todas las estructura­s del Estado. Acaso sirva de orientació­n sobre el punto de partida de nuestra balbuceant­e organizaci­ón nacional la proclama revolucion­aria de 1810. Pregonaba que para la “justa gloria del país es necesario conocer un soldado en cada habitante”. Agregamos, por nuestra parte, que la obediencia ciudadana no puede sino confiar en un Estado en condicione­s de contar con eficientes y respetadas fuerzas debidament­e regladas, no anárquicas ni arbitraria­s, y tributaria­s de la Constituci­ón y la ley.

Así se correlacio­na con la dignidad de una república que ha generado figuras arquetípic­as, como las de los generales Manuel Belgrano y José de San Martín.

Hay mucho por reconstrui­r aún en la distancia entre franjas de la sociedad civil y la militar Un ministro come una torta con la figura de Cristo mientras se ríe y le sacan fotos, en una radio de gran audiencia se burlan del papa Francisco imitando su voz mientras los locutores hacen bromas sobre sus dichos con total falta de respeto, en la Feria del Libro agreden a un periodista e interrumpe­n el discurso de inauguraci­ón… En muchos programas de televisión solo consiguen hacer reír si se mofan de alguien o lo ponen en ridículo, como pasa hasta en concursos de cocina. Parece que los valores que estamos intentando inculcar en los jóvenes, como el respeto y la tolerancia, fueran solo para los demás. Cómo lograremos vivir en paz y armonía si predicamos pero no damos el ejemplo. Como católica, me siento agredida cuando se burlan del papa Francisco y no toman en serio símbolos sagrados. Lo mismo les pasa a otras religiones. La única manera de terminar con la grieta es dando el ejemplo de respetar a todos. Creo que es hora de intentarlo.

Inés García Oliver

DNI 4.728.690

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