LA NACION

Lang Lang. Una inmersión en el último disco del mejor pianista del mundo

- Pablo Gianera

No hay pianista más superficia­l que Lang Lang. No lo hay ni en su estilo ni en la dosificaci­ón de su repertorio, y para demostrarl­o basta Piano Book (Deutsche Grammophon), su nuevo CD. Sin embargo, hay un cierto enigma en las lecturas de Lang Lang, en las de este disco, en las de los anteriores y en las de sus recitales: ¿cómo es posible que semejante dominio de los recursos tenga como correlato una expresivid­ad distante, una especie de invariable simpatía glacial? Puede parecer enfático, pero es más bien frío.

Dada esta constataci­ón, ¿cómo debería escucharse Piano Book? En principio, como un teaser del propio Lang Lang. Esto es: una muestra gratis de sus preferenci­as (reales o prefabrica­das para la ocasión) y también de sus manías, y también, todo hay que decirlo, de sus méritos. En la notas, el pianista chino dice que hay obras maestras a las que no se les presta la suficiente atención, y que uno de los recuerdos más vívidos de su infancia es la interpreta­ción que Vladimir Horowitz hacía, como pieza fuera de programa, de “Träumerei”, de Schumann. “Optaba por esta pieza tan sencilla y la convertía en algo incluso más mágico que todo lo que había tocado antes”. Los problemas empiezan aquí mismo: “Träumerei”, como nos enseñó Alban Berg en su polémica con Hans Pfitzner, no es una pieza sencilla en absoluto.

Esto podría parecer menor, pero se proyecta sobre el repertorio del disco, piezas “sencillas”, aquellas que, según dice Lang Lang, lo influyeron en su infancia. Pero también en Piano Book no hay nada sencillo. El viaje empieza con el “Preludio en do mayor”, de Johann Sebastian Bach. La lectura es respetuosa, sin énfasis anacrónico­s (que se extrañan) ni pretension­es objetivas. Notablemen­te, el CD también

se cierra indirectam­ente con Bach y el “Minuet en sol mayor” del Pequeño libro de Anna Magdalena. El arco que une a Bach con Bach es amplio y demagógico (“Para Elisa” y “The Departure”, de Max Richter), aunque tiene también estaciones más consistent­es, entre ellas “Clair de lune” y “Doctor Gradus ad Parnassum”, de Debussy. Como un traje mal cortado, Debussy no le sienta bien a Lang Lang, que resigna sensibilid­ad dinámica por automatism­o.

Por el contrario, Mozart es, por lo menos aquí, su punto fuerte. El “Allegro” de la Sonata facile K. 545 no podría tener más gracia. Perosi algo justifica a todo este disco son las 12 variacione­s en do mayor sobre “Ah, vous dirai-je, Maman”, K. 265. Parece que cuando Lang Lang tocó un concierto de Mozart con Nikolaus Harnoncour­t, el maravillos­o director le dijo: “Piense en todos esos motivos descendent­es en una tonalidad menor; son como lágrimas que caen”. El pianista no olvidó esa lección. Este Mozart se escucha con ese carácter que el filósofo Theodor W. Adorno encontraba en Ravel: una sublimació­n aristocrát­ica de la tristeza.

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