LA NACION

Un fiasco que provoca un giro drástico en la forma de gobernar

- Ellen Barry y Stephen Castle THE NEw YoRk TIMES Traducción de Jaime Arrambide

LLONDRES os anales de la política británica están repletos de historias sobre el control de hierro, a veces aterrador, que tiene el gobierno sobre cuestiones parlamenta­rias.

Jack Straw, exsecretar­io de un gabinete laborista, recuerda cuando era un joven legislador y se cruzó por primera vez en un pasillo con el principal operador de su partido en el Parlamento: el hombre lo agarró con fuerza de la entrepiern­a, y cuando Straw le preguntó qué había hecho mal, el hombre le dijo: “Nada”. Y a continuaci­ón agregó: “Así que imaginate si me hacés enojar”.

Todas esas historias sobre legislador­es británicos a los que se mantenía alineados con mano de hierro chocan de frente con los hechos de esta semana, cuando la primera ministra, Theresa May, y sus colaborado­res intentaron infructuos­amente que los miembros de su partido apoyaran el plan del gobierno para la concreción del Brexit.

El martes, el ministro de Medio Ambiente y aliado de la primera ministra, Michael Gove, intentó enderezar con advertenci­as a algunos legislador­es descarriad­os de su partido y para hacerlo utilizó la ominosa terminolog­ía de la serie Game of Thrones: “Si esta noche no aprobamos el acuerdo, parafrasea­ndo a John Snow, se viene el invierno”.

La táctica tampoco funcionó y, el martes por la noche, a May la dejó sola la mayor parte de su partido.

El fiasco del Brexit parece estar forzando un giro drástico y profundo en el modo de gobernar Gran Bretaña: ahora el Parlamento saca músculos y la premier no logra impulsar su agenda de gobierno.

La rebelión parlamenta­ria es encarnada por John Bercow, el excelente orador y combativo presidente de la Cámara de los Comunes.

Hijo de un vendedor de autos usa-

dos del norte de Londres, Bercow entró al Parlamento en 1997 y con sus orígenes de clase obrera se destacó entre las elites del Partido Conservado­r educadas en Eton.

Histórico referente de los legislador­es de las ligas menores, la semana pasada Bercow escandaliz­ó a los tradiciona­listas al permitir que uno de esos parlamenta­rios jóvenes pusiera a votación una enmienda –que fue aprobada– que le exige a May presentar un plan B para el Brexit en el lapso de los tres días de labor parlamenta­ria posteriore­s a la votación de anteayer.

Hacía décadas que no se otorgaba un permiso como ese, y al día siguiente muchos periódicos británicos expresaron su indignació­n, tildando a Bercow de “enano sudoroso y petulante” y de “fantoche egocéntric­o”. Pero Bercow se mostró satisfecho de su decisión.

A los estudiante­s de Ciencias Políticas de Gran Bretaña se les enseña el término “dictadura electiva”, acuñado por un exlord canciller para describir el dominio que ejerce el Poder Ejecutivo sobre el Parlamento. Tal vez sea hora de dar de baja esa frase.

“Los expertos constituci­onalistas se van a hacer un festín durante años con este tema”, dice Rob Ford, profesor de Ciencias Políticas de la Universida­d de Manchester. “Más de una tesis doctoral se escribirá sobre los sucesos de enero de 2019”.

Detrás de ese cambio hay giros políticos que hacen cada vez más difícil que los gobiernos se aseguren mayorías convincent­es en el Parlamento, y ahora la norma parecen ser las elecciones con resultados no concluyent­es y los gobiernos en situación de minoría.

En 2017, May llamó a elecciones esperando imponerse por amplio margen. Por el contrario, perdió la mayoría heredada y quedó debilitada antes de enfrentar el desafío legislativ­o de negociar el Brexit.

El tema del Brexit rompe con las tradiciona­les lealtades partidaria­s. “Hay un resquebraj­amiento en el funcionami­ento tradiciona­l de los partidos”, dice Bronwen Maddox, director del Instituto de Gobierno, un grupo de expertos de políticas públicas de Londres. “Se supone que los miembros del Parlamento siguen las directivas del líder partidario. Pero ahora están tironeados por el modo en que votaron quienes los eligieron y por sus propias conviccion­es”.

Lo cierto es que la mística del látigo partidario se esfumó y no hay anécdotas recientes sobre agresiones físicas como la que recuerda Straw.

“Recurrían a cualquier estratagem­a, por sucia que fuese, como amenazar a los legislador­es con destruir sus carreras políticas, pero ahora parecen llamarlos para pedirles por favor”, dice Maddox.

Esa transforma­ción preocupa a conservado­res como Tim Stanley, historiado­r y periodista, que asegura que el sistema británico presupone que el Ejecutivo debe concretar las promesas de su plataforma partidaria. En un sistema como ese, el Parlamento queda confinado a ser un controlado­r del Ejecutivo.

Stanley señala que potenciar el rol de los legislador­es nuevos en la fijación de políticas públicas haría posible que pequeñas fracciones subviertan la autoridad del Ejecutivo, no solo en el Brexit, sino en temas como salud pública e impuestos, lo que en los hechos dejaría al gobierno británico “a la deriva”.

“Tenemos menos controles y contrapeso­s de lo que la gente cree –dice Stanley–. Podrá sonar dictatoria­l, pero por eso nuestra democracia ha perdurado. Así es el consenso democrátic­o, y ha funcionado”.

En cualquier caso, es probable que May no olvide el nombre de los legislador­es que el martes aceleraron su épica derrota. Tras el recuento de votos, el encargado de anunciarlo fue su estridente adversario John Bercow.

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