LA NACION

Daniel Willington el recuerdo del ídolo de vélez a 50 años del título de 1968

Cordobés por adopción, Fontanarro­sa le dedicó un cuento y fue amigo de Ringo Bonavena; el 10 que fue elogiado por Pelé

- TEXTO Gabriela Origlia / Diego Lima para la nacion foto

CORDOBA.– Para los cordobeses es, simplement­e, “el Daniel”. Para Roberto Fontanarro­sa, “el exorcista”. Le dedicó un cuento –con ese nombre– recordando cómo jugó Daniel Willington hace 50 años, en 1968, cuando Vélez ganó su primer título profesiona­l. Fue en el Gasómetro de Boedo y el cordobés fue el abanderado del equipo.

“Willington levantó su pierna derecha con el movimiento lento y acompasado de las garzas, hasta que el pie alcanzó la altura de su propia cabeza. Y la pelota, la trastornad­a, la rabiosa, la enloquecid­a, se posó sobre la punta de ese pie derecho para quedar allí, mansa, sosegada, como el halcón que encuentra la mano enguantada de su señor”, describe Fontanarro­sa quien admite “ni siquiera sé cómo salimos ese día. Me acuerdo, solamente, de esa pelota que bajó Willington”.

Santafesin­o de nacimiento –es de 1942– se siente cordobés; en esta provincia Talleres (donde debutó a los 16 años, en 1959) le dio categoría de ídolo. Su papá, Atilio, también jugó en el club; es “muy querido por los viejos que lo conocieron”. Llegó a Talleres al mismo tiempo que a Córdoba, a los cuatro años, cuando la familia buscaba mejores aires para su asma.

Tenía estampa de líder, pero acompañó siempre su 1m85 de estatura con buena pegada, habilidad y creativida­d. Debutó en Vélez el 25 de marzo de 1962; lo recomendó Victorio Spinetto, quien lo vio en un preliminar de la selección. Tenía 20 años y no había terminado el colegio; el presidente del club, José Amalfitani, lo anotó en un colegio nocturno y se encargó de que completara la primaria.

“Me cuidó todos los años; era mi padre don Pepe. Cuando vio que no progresaba en nada, me empezó a quitar la plata y me daba solo para moverme con mi familia; y a los años me dio la casa y el auto que me había comprado. Gracias a él tengo algo”, cuenta a la nacion mientras lo llaman por teléfono para un asado y sus perros se inquietan porque les quita atención.

Willington habla de “don Pepe” con afecto y respeto, igual que de Vélez. “Es el súmmun; me siento querido; vamos siempre con mi esposa. Fue un club que me dio oportunida­des; crecí mucho”. Es un consagrado de la hinchada de Liniers, con su escultura en la puerta y su nombre en una calle.

En 1969, jugando un amistoso con el Santos erró un penal pero después hizo el gol del empate. Pelé dijo: “Es el mejor jugador del mundo”. Willington se acuerda y se ríe. “Cómo no voy a querer a ese club donde viví debajo de la tribuna casi tres años con otros jugadores, entre ellos Eduardo ‘el Indio’ Solari. Tengo mucha gente amiga y me cuidaron mucho; un año tenía una anemia terrible y don Pepe nos mandó de pretempora­da a Mar del Plata para que me recuperara”.

En 1971 se fue a Tiburones Rojos de Veracruz (México), donde estuvo un año y regresó a Córdoba. Al Fortín retornó en 1978 y ese año se retiró del fútbol profesiona­l; en 1988 llegó como DT y se quedó un año sin cumplir –dice él mismo– las expectativ­as que tenía la gente.

La diferencia económica que hizo la perdió con la quiebra del banco Velox y su transferen­cia al Azul. “Me quedé sin nada de lo que tenía en Buenos Aires; era amigo del gerente, por eso tenía la plata ahí; comíamos asados pero nunca me dijo nada de lo que se venía”.

Cantante de tangos, “el Daniel” fue muy amigo de Ringo Bonavena, a quien conoció en el boliche “La bola loca”. Recuerda que era del padre del rockero Piero y que fueron a jugar al bowling con sus compañeros. El boxeador le apostó una botella de whisky, “un Chivas”. Terminaron siendo “hermanos” y fue Ringo quien convenció a Huracán de llevarlo al cordobés que estaba por irse de nuevo a México.

“Ringo se creía que era buen jugador de fútbol –menciona con cariño–. Solíamos ir con su Mercedes a una cancha de Villa Dominico; no era bueno. Se cuidaba, no tomaba alcohol y a veces andaba con ese toscano que a mí no me gustaba porque dejaba olor. Lo extraño; era muy noble, muy amigo”. La relación hizo que el cordobés dejara atrás su admiración por Gregorio “Goyo” Peralta, histórico rival de Bonavena. “Cuando lo conocí a Ringo, me quedé con él”.

Sobre su llegada a Huracán, dice que Bonavena le preguntó a César Menotti si no lo quería “al cordobés” en el equipo. Se conocían porque habían compartido la preselecci­ón en 1962. “Me estaba por volver a México, donde me buscaban del América, pero me quedé y le gané el puesto a Babington; jugamos un amistoso con San Lorenzo y le ganamos; la gente estaba feliz”.

Asegura que lo echaron de un partido “por algo que no hice” y le dieron siete fechas; entonces empezó a jugar con la tercera división a las 12 del mediodía. “La cancha se llenaba”, rememora.

No perdió la costumbre de juntarse con sus amigos, jugar a las cartas y compartir asados. “Los sábados los hago yo, porque ellos trabajan. Cuando era joven, venía a Córdoba y me gastaba la plata con los muchachos. No me arrepiento”.

También pasó por Instituto, donde integró equipo con Osvaldo Ardiles y Mario Kempes. En el

’74 volvió a Talleres, donde jugó dos años. Dirigido por Ángel Labruna, “la T” le ganó a Belgrano la final de la Liga cordobesa de

1974; Willington hizo un gol desde 30 metros.

Por esos años Jorge Valdano lo enfrentó jugando para Newell’s; suele rememorar que el cordobés pateó un tiro libre desde 40 metros y “casi rompe el travesaño. Me di cuenta de que Willington había muy pocos”. En los ’90 “el Daniel” pasó de nuevo por Talleres, ya como DT y consiguió el ascenso a la “A” en 1994.

“Como técnico te amargás más que como jugador –señala–. No voy a la cancha a ver fútbol por eso, para no amargarme. Veo en la tele, pero de afuera, fútbol de acá, poco y nada”.

Willington integró la preselecci­ón argentina en 1962, 1966 y

1970. “Nunca quise estar; en esos años se prefería a los jugadores de River, Boca, Racing, San Lorenzo… Los demás íbamos de relleno”.

Amigo de Juan Carlos “Milonguita” Heredia, fue un admirador del holandés Johan Cruyff; “un grande”. Reconoce a Lionel Messi como el número 1, pero advierte: “Se mezclan los tiempos y los jugadores son como los autos, valen por años. Fueron Pelé, Cruyff, Maradona y ahora le toca a Messi. Lástima que no sabemos querer lo que es nuestro”.

En Córdoba camina por la calle “cabeceando” para responder a los saludos y a las sonrisas de los que lo conocen, pero no se animan a hablarlo. “Me debo equivocar, pero prefiero saludar. Pararme, charlar. Siempre fuimos así”.

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