Las misteriosas piedras del Pai Mateus
Lejos de la playa y las caipirinhas, un paisaje totalmente distinto del nordeste brasileño, con clima desértico, alojamiento rural y unas curiosas formaciones
El sueño del cocotero propio. Brasil se asocia al descanso del viajero panza arriba en la playa de arenas blancas, con una cerveza o capirinha helada en la mano mientras mastica un pão de queijo y la cuchara se hunde en una moqueca que de tan sabrosa parece hecha por la misma Doña Flor.
Pero existen destinos en este país que combinan ese escenario con propuestas más activas como el turismo cultural o de aventura. Y por más insólito que resulte, en Paraíba, uno de los estados del nordeste brasileño, se conjugan todas estas alternativas.
Una vez que el visitante se empachó de playas a cual más bella y agreste –especialmente las del Municipio de Conde, a pocos kilómetros de la capital, João Pessoa, entre acantilados, de mares tibios color turquesa–, podrá alquilar un auto o contratar una excursión hacia el interior paraibano. Previo desayuno de una o tres deliciosas tapiocas con queso o coco, especie de panqueque hecho con harina de mandioca en el momento,
Desde João Pessoa hay que tomar la ruta PB 230 y luego la PB 148 hasta Cabaceiras, a 180 km de la capital, en la región llamada Cariri, subregión del Brejo o pantano, bien seca y agreste.
Inmediatamente al salir de la ciudad el terreno se vuelve cada vez más árido, aunque esconde ríos, sitios ceremoniales con pinturas rupestres, cascadas y reservas de la selva Atlántica.
Cabaceiras es considerada como una incipiente Hollywood brasileña: en la entrada hay un cartel gigante que indica la llegada a la Roliúde Nordestina. Una de las razones por las que fue elegida es la falta de precipitaciones, hasta ahora se filmaron 30 series y films.
En 1924 se filmó la primera, A ferracao dos Bodes; más tarde llegaron
Canta María, Auto da Compadecida de Ariano Soassuna (uno de los filmes más famosos de este país) y, más cerca en el tiempo, la última serie grabada por la Rede Globo, Onde
nascem os fortes, exhibida durante el primer semestre de este año.
Conmueve su aire pueblerino, de gente relajada en musculosa y bermudas sentada en la vereda tomando el fresco frente a sus fachadas de colores de casas bajas. Las calles adoquinadas suben y bajan por el desnivel del terreno serrano.
Otra buena razón para visitar el interior de Paraíba son las fiestas: en Camp in aGrande,l asegunda ciudad más importante de Paraíba, se celebra San Juan durante un mes; y en Cabaceiras la fiesta del Chivo Rey, plato típico de la región. De hecho toda esta zona es conocida por la preparación del bode o chivo, que se cocina a la parrilla, al horno de barro, guisado o el más clásico,en bu chad a, junto con sus vísceras: vegetarianos abstenerse.
Más especialidades de la zona: el arrumadinho paraibano, que lleva poroto verde, carne de charqui, cebolla, tomate y ají picados; a veces, pollo o panceta.
Piedra y camino
Pero lo que terminará de cambiar el paradigma del cocotero en la cabeza del viajero será la posibilidad de adentrarse en sinuosos caminos de tierra durante 20 km hasta encontrarse con la Fazenda y el Lajedo del Pai Mateus, antigua estancia dedicada al cultivo de algodón, inmersa en un paisaje rocoso. Y desde allí, a unos 20 minutos de caminata por la caatinga arbustiva- mata verde de pequeño porte-, asoman en el horizonte unas increíbles piedras redondas gigantes sobre una elevación rocosa de un km cuadrado, con forma de plato de sopa invertido.
Se trata del Lajedo del Pai Mateus, explanada de inmensos bloques de granito modelada por la acción de las lluvias y los vientos caprichosos durante millones de años. Posee cuevas y un cielo protector: al caer el sol los interesados suben con cierta dificultar a las enormes piedras y se acuestan sobre ellas para contemplar las estrellas como los antiguos habitantes de la región. Para ellos, la zona era un centro ceremonial sagrado; algo de esa energía se vislumbra hoy y van muchos grupos de turismo de contemplación.
En una de estas cuevas vivió el hombre que dio nombre al lugar, el Pai Mateus. Su historia se remonta a 1830: dicen los que cuentan que era descendiente de esclavos y que huyó para vivir en libertad; otros, en cambio, se inclinan a pensar que se retiró a rezar y meditar. Lo cierto es que la gente comenzó a visitarlo para que los curase de males del cuerpo y el alma y se destacó por sus virtudes como benzedeiro o sanador. Su leyenda perdura hasta hoy.
En este rincón desolado, temprano en la mañana o al atardecer, la naturaleza y el silencio se vuelven sanadores. En Brasil la espiritualidad se siente a flor de piel, con otra dimensión, no importa el credo del viajero.
Mañanas campestres
La fazenda se reconvirtió al turismo y realiza cría de animales. Los interesados pueden alojarse en cuartos como si se tratara de una estancia en Argentina, solo que el terreno es un poco más irregular y los caminos más sinuosos. Los huéspedes se acuestan con el sol y amanecen con el canto de los gallos: la tranquilidad es absoluta porque no hay nada para hacer. Las cabras bajan de la sierra al son de la campana, los pastores las guían y hay que esperar a que pasen para continuar el camino. Hay cáctus, sequedad en la piel y en la boca de los climas áridos y vegetación desértica.
De hecho el camino que sale de la sede del Hotel Hacienda Pai Mateus pasando por lugares como Bolsa de Lana, Laguna de Bendo, Lajedo de la Salambaia y Sitio del Bravo se considera la mejor travesía para mountain bike en terreno rocoso de Brasil. Pero nada está señalizado y es muy fácil perderse o encontrarse con animales; mejor ir con guía.
En el camino hacia Cabaceiras se puede pasar por el sitio arqueológico de la Piedra de Inga, roca de 24 metros de longitud por 4 de altura con diseños precolombinos o itacoatiaras (piedras pintadas en guaraní). Las piedras orillan un río entre bellos camalotes y lagartijas.
Las pinturas rupestres de Ingá, de más de 6 mil años de antigüedad, son motivo de peregrinación de arqueólogos de todo el mundo. Eso sí, de nuevo es difícil llegar y no hay prácticamente servicios.
Dirán que esta escena podría ser el cotidiano de cualquier provincia del Norte argentino. Es que Brasil es tan grande y se conoce tan poco...