LA NACION

ECHEGARAY DAVIES RECORRIÓ A PIE TODO EL PAÍS Y VA POR MÁS

Con 61 años, salió de Tierra del Fuego trece meses atrás, ya pasó por todas las capitales del país, cruzó Bolivia y ahora anda por Perú, siempre a pie y con su carro de 180 kilos, rumbo al norte

- Daniel Flores

“Hasta ahora fue todo muy positivo, en todas partes la gente me ayuda. Sigo pensando que voy a llegar a Alaska. Para achicarse hay tiempo”

11.850 kilómetros. Eso es lo que Martín Echegaray Davies, 61 años, caminó desde el martes 31 de octubre de 2017, cuando salió con su carro a cuestas de Tierra del Fuego con una idea simple: caminar hasta Alaska.

No es hombre de atajos: para la primera etapa del viaje, en lugar del trayecto más directo, prefirió tocar cada una de las capitales provincial­es del país. Como para que la aventura no fuera tan fácil...

En marzo de este año, La Nación encontró a Echegaray tirando de su

carricatre de cuatro ruedas por la banquina del kilómetro 420 en la ruta provincial 226, en dirección hacia Bolívar. Entonces, su plan ya era claro, pero su concreción aún se vislumbrab­a incierta.

Ocho meses, tres pares de zapatos y miles de kilómetros después, el caminante ya dejó la Argentina, exactament­e de acuerdo con lo proyectado, cruzó Bolivia y avanza a paso bastante firme por Perú.

Desde Ica, a 300 kilómetros de Lima, se muestra justificad­amente satisfecho: “Hasta ahora fue todo muy positivo, en todas partes la gente me ayuda y logré que me firmaran el cuaderno bitácora para certificar lo que estoy haciendo”, explica.

Echegaray Davies es nacido y criado en Trelew, pero para esta aventura salió de la bahía Lapataia, Tierra del Fuego. Después de un duro comienzo por la Patagonia y La Pampa, el invierno lo encontró atravesand­o el centro del país y el norte, siempre trazando una especie de zigzag para pasar por cada capital de provincia. Así, el 24 de septiembre entró en Bolvia y 25 días más tarde ingresó a Perú.

En cada localidad, el peregrino causa una pequeña conmoción. A veces es recibido por las autoridade­s. Otras, simplement­e por buenos vecinos, encargados de estaciones de servicio o motoqueros, de conocido sentido solidario con los personajes del camino. En cada lugar, Echegaray se saca selfies con quienes paran a saludarlo y las publica en su facebook, donde a cada kilómetro recorrido acumula más y más seguidores, para convertirs­e en todo un fenómeno de las redes. Aunque curiosamen­te sin tanta repercusió­n fuera de ese ámbito.

Tres Américas

La llama Caminata las Tres Américas. La primera etapa fue recorrer por completo la Argentina, unos 9000 kilómetros. Cuando termine en Alaska, serán unos 28.000. Calcula que podría lograrlo en dos años más. “Aunque uno tiene un plan, después surgen modificaci­ones y no queda bien decir que va a hacer algo y después hacer otra cosa. Pero sigo pensando que voy a llegar a Alaska. Para achicarse hay tiempo”, aclaraba en marzo último, mucho antes de llegar adonde ya llegó, sin achicarse.

Echegaray Davies es descendien­te de galeses y vascos, como se puede inferir por los apellidos y por las banderas que adornan el carro. Tiene esposa, tres hijos y seis nietos. “La familia, muy bien”, resume cuando se le pregunta qué opinan de su proyecto. En Trelew reparaba molinos y alambrados rurales.

Martín asegura que lo inspiró la marcha de aquellos 153 colonos galeses que en 1865 arribaron a bordo del velero Mimosa al Golfo Nuevo y desde allí anduvieron en busca de agua hasta el Valle de Chubut. “La tradición galesa es caminar cantando. Yo no sé cantar en galés, lamentable­mente. Pero camino”.

Suele andar con camisa, corbata y boina. Eso es parte de lo que llama la atención en cada pueblo, además de su enorme carro. “Uno se pone corbata y ya entra encualquie­r parte de otra manera”, dice. La corbata se la regalaron los choferes de una empresa de micros. Se la probó y quedó como un emblema del viaje.

Al carro lo llama Carricatre Pilchero. Lo diseñó y construyó, pero también debió modificarl­o en el camino. Partió con cuatro ruedas de bicicleta, que pronto tuvo que cambiar por las actuales, de ciclomotor, más resistente­s. Además, adaptó el tren delantero para mejor arrastre y menor desgaste de cubiertas. Le puso un arnés que le permite avanzar con las manos libres y saludar a los camiones sin detenerse. Siempre lo ayuda algún mecánico, un herrero en la ruta.

Cada tanto, aprovecha una balanza camionera para controlar el peso. Salió con 140 kilos y hoy marca 180, “Ahora, en Perú, estoy caminando extensione­s más largas sin agua ni comida, así que tengo que cargar más bidones y otras cosas”, observa sin protestar.

El día del meteorito

También porta un inflador y la carpa en la que durme la mayoría de las noches desde Tierra del Fuego. Por ahí, lo invitan a descansar en alguna casa. Más seguido le proveen comida, una ducha caliente, la posibilida­d de lavar la ropa. Algo de dinero para poder seguir adelante. Acepta todo tipo de ayuda, menos que lo lleven (“¿cuál sería la gracia?”, se pregunta). Salvo en Bolivia, cuando sufrió por la altura y debió hacer una excepción por un centenar de kilómetros, hasta recuperars­e.

“Acá hay gente más tranquila –dice de Bolivia y Perú–. Algunos paran, me abrazan y lloran. A la gente de campo le interesa saber. Pero casi no me preguntan nada. Sólo de dónde vengo y adónde voy.”

En el Carricatre Pilchero también guarda un cuaderno y un anotador. Al cuaderno le dice bitácora y lo hace firmar y sellar en la secretaría de Turismo o de Deportes de cada capital que visita, para tener una validación oficial.

En el pequeño anotador azul, marca Norte, registra datos del viaje: lugares, horarios, distancias, nombres. “Miércoles 14/3, 13.20. Ruta 226. Periodista de La Nación”, escribió cuando nos encontramo­s por primera vez, hace miles de kilómetros.

También anotó el lunes 12 de noviembre a las 4:05 AM. Esa madrugada, en pleno desierto, no muy lejos de las míticas Líneas de Nazca, Echegaray Davies se estaba por tomar un café con leche, solo en cientos de kilómetros, cuando vio un meteorito cruzar el cielo. “Entre 20 y 30 segundos después, escuché el impacto, como un golpe seco. Fue una experienci­a increíble. Una de tantas cosas increíbles que me pasaron desde que arranqué”, dice.

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Una selfie en la ruta: 11.850 km y tres pares de zapatos después

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