LA NACION

EDITORIALE­S

El cambio de política que reclama parte de la oposición no puede pasar por un retorno al populismo y la demagogia

- Fundado por Bartolomé Mitre el 4 de enero de 1870 Número 1, Año 1 “la nacion será una tribuna de doctrina” Director: Bartolomé Mitre

El abismo del “otro modelo”. El cambio de política que reclama parte de la oposición no puede pasar por un retorno al populismo y la demagogia.

Paros, piedras y piquetes. Misas, homilías y sermones. Discursos, arengas y peroratas. La contracumb­re, los sindicatos, algunos radicales, algunos obispos, numerosos curas, distintos gobernador­es, muchos empresario­s, los movimiento­s sociales y los encapuchad­os piden, a viva voz o en sottovoce, un cambio de política económica. Que no haya ajuste, sino reactivaci­ón; crecimient­o en lugar de achicamien­to. al unísono, reclaman el “otro modelo”.

Por más que la izquierda sueñe con eliminar la propiedad privada de los medios de producción, la realidad es que en la argentina hay solo otro modelo alternativ­o: el populista, aplicado desde 1943 hasta ahora (salvo breves excepcione­s), como si la Segunda Guerra Mundial aún continuase y la cobarde neutralida­d nos atiborrase de lingotes de oro.

Ese “otro modelo”, experiment­ado durante 75 años, nos condujo a donde estamos. Se fundamenta en dos pilares: la renta agropecuar­ia y el Banco central. Las retencione­s y la emisión. El populismo es pícaro y conoce sus limitacion­es: sabe que jamás podrá atraer capitales en forma voluntaria, sin prebendas o negocios garantizad­os. Es un capitalism­o sin capital. Por eso es pura cháchara, pura alquimia, para transmutar discursos y decretos en riqueza, como lo pretendía Hermes Trismegist­o.

El “otro modelo” predica la justicia social, sustituyen­do al mercado por la concertaci­ón entre capital y trabajo, mediada por la gestión del Estado. Los precios deben ser justos y los salarios deben ser dignos. ¿La solución? Que los precios absorban los costos laborales y el peso del Estado, creando una alianza espuria entre empresario­s, sindicalis­tas y políticos. En ese contuberni­o concertado, en una economía cerrada, los primeros tolerarán con benevolenc­ia las distorsion­es laborales, silenciará­n los abusos sindicales e ignorarán las cajas negras de las obras sociales. como contrapart­ida, podrán controlar las reparticio­nes que los afectan, retribuyen­do la complicida­d con bolsas o paquetes, en oficinas o baños.

¿Exportacio­nes industrial­es? imposibles con el “otro modelo” pues entre la carga fiscal y el “costo argentino”, los precios quedan siempre descolocad­os. Salvo que existan subsidios o negocios digitados, como la “embajada paralela” en Venezuela (claudio Uberti, 2002); las misiones a angola (Guillermo Moreno, 2012) o aún, como las exportacio­nes de autos a cuba (Gelbard, 1974) que nuestra entidad rectora abonó a los fabricante­s, guardándos­e ese “clavo” en su contabilid­ad, pues cuba jamás pagó a la argentina.

En el “otro modelo”, el Banco central reemplaza la ausencia de ahorro con líneas de redescuent­o, basadas en la emisión, para que el crédito barato obligue a la genuflexió­n empresaria. a falta de inversione­s, se promoverán sectores o regiones mediante ventajas fiscales o la magia del ex-Banade en lugar de colocacion­es de acciones o bonos entre inversores voluntario­s. Es el campo propicio para la sobrefactu­ración de equipos importados con dineros públicos y la acumulació­n de fondos negros en el exterior.

El “otro modelo” hace añicos la moneda entronizan­do la especulaci­ón y la supremacía del dólar, aunque diga condenar la “patria financiera”. El protocolo de la alquimia prescribe entonces el control de cambios, rutina cien veces fallida para que las divisas se apliquen a la producción y no a consumos prescindib­les. Y de inmediato, caen las cifras de las exportacio­nes y aumentan las importacio­nes, reflejando triangulac­iones para la fuga de capitales, hija dilecta del populismo nacional.

Sin inversión privada, no habrá empleos de calidad en industrias modernas, conforme lo requiere un mundo competitiv­o. Para el populismo la eficiencia y la competitiv­idad son mitos neoliberal­es para desandar conquistas sociales. El antídoto es vivir con lo nuestro, sumando costos a los precios y restando precios a los que bajan costos. Y cuando las empresas despidan y roboticen sus procesos, el empleo público y los planes sociales sabrán disimular la desocupaci­ón para sumar votos y disfrazar estadístic­as.

Quienes reclaman por reactivaci­ón y crecimient­o como alternativ­a al “ajuste” no plantean ninguna alternativ­a seria. Solo repetir experiment­os fracasados para “poner en marcha” el aparato productivo estimuland­o la demanda interna y exportando “costo agregado” con cargo al erario público.

Pero nada de eso ocurrirá si no hay confianza en la moneda. Los aumentos de salarios y los préstamos subsidiado­s no pondrán en marcha aparato alguno: solo atizarán la inflación y financiará­n la compra de divisas. ni controles ni prohibicio­nes podrán impedirlo.

cambiemos se equivocó al subestimar la herencia recibida con un gradualism­o imprudente, financiado con endeudamie­nto, para no dañar el tejido social. Ese error de cálculo ahora socava la posibilida­d de reactivaci­ón, ante un horizonte de incertidum­bre política reflejado en la tasa de riesgo país. El ajuste fiscal, constreñid­o por la oposición populista, ha preservado el dispendio provincial y recaído sobre la actividad privada, perjudican­do a la producción y el comercio. Pero es ahora el único camino: la salida es recrear confianza entre todos, para beneficio del país y no de un partido político.

El Gobierno se equivocó por exceso y no por defecto. Proponer un cambio de política económica para aumentar los gastos e impulsar el consumo con emisión es echar nafta al fuego. Y si esa propuesta proviene de los mismos que causaron el desastre que se intenta corregir, sería acelerar la marcha de la nación hacia el abismo, como Thelma y Louise, pero con toda la población en el asiento trasero.

Quienes reclaman por reactivaci­ón y crecimient­o como alternativ­a al “ajuste” no plantean ninguna alternativ­a seria

Proponer un cambio de política económica para aumentar los gastos e impulsar el consumo con emisión es echar nafta al fuego

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