LA NACION

Lanzan un satélite argentino

Funcionará como un radar para prevenir emergencia­s.

- Nora Bär

Ya integrado al lanzador y ubicado en el vértice de ese monstruo de 70 metros de altura que es el Falcon 9 de la compañía Space X (que los entendidos no dudan en calificar de “lo último de lo último” en tecnología de acceso al espacio), el quinto satélite argentino aguarda el momento en que, envuelto entre furiosas lenguas de fuego y un ruido atronador, saldrá despedido hacia su órbita, a más de 600 km de la superficie terrestre.

“Pronto no me van a quedar uñas –bromea Laura Frulla, investigad­ora principal de la misión–. Este es, por lejos, el satélite más complejo y ambicioso que hayamos desarrolla­do en el país. Está todo probado y funcionó perfecto, pero... El espacio es un lugar muy agresivo y siempre puede suceder algo inesperado. Por eso, si bien tengo confianza, no doy nada por hecho: ¡son tantas las cosas que tienen que funcionar! Siempre hay incertidum­bre”.

La adrenalina desborda la sede cordobesa de la Comisión Nacional de Actividade­s Espaciales (Conae), en Falda de Cañete, donde se ensaya una y otra vez la secuencia de pasos que habrá que poner en práctica en los minutos posteriore­s al despegue. Aunque estaba previsto para mañana, a las 23.21, ayer a última hora se conoció que Space X solicitó postergar el lanzamient­o hasta el domingo a la noche o el jueves próximo, para “continuar con las pruebas que permitan asegurar un lanzamient­o exitoso”.

Un radar con un satélite

Desarrolla­do a lo largo de más de una década por todo el sistema científico y tecnológic­o local (se calcula que intervinie­ron unos 600 científico­s e ingenieros en su diseño e integració­n) y con tres toneladas de peso, el Saocom 1A (Satélite Argentino de Observació­n con Microondas) es el primero de dos aparatos gemelos que integrarán la constelaci­ón Siasge (Sistema Ítalo Argentino para la Gestión de Emergencia­s), que también conforman cuatro satélites de la italiana Cosmo-SkyMed, de la Agencia Espacial Italiana.

Lo distingue su radar de 10 metros por 3,5 metros, que trabaja en la banda L y ofrece una resolución de entre 10 y 100 metros, una enorme estructura con siete paneles y 140 módulos radiantes.

“Solo hay otro parecido, pero con menor sensibilid­ad, que pertenece a la agencia espacial japonesa”, destaca Josefina Peres, jefa alterna del proyecto y responsabl­e del desarrollo del instrument­o. Fue una tarea demandante, en la que participar­on más de 10 empresas, entre ellas, la contratist­a principal, Invap; organismos del sistema científico, como la Comisión Nacional de Energía Atómica, y universida­des, como la UBA y la Universida­d Nacional de La Plata.

“Definir todos los requerimie­ntos, ocuparse de que cada proveedor cumpla con lo estipulado y en los tiempos previstos, que todo funcione una vez que está ensamblado fue un gran desafío –cuenta Peres–. Por ejemplo, la empresa DTA SA hizo 140 ‘unidades de control’, pequeñas computador­as que manejan cada uno de los 140 transmisor­es del equipo. Lo armamos en Córdoba, en el Laboratori­o de Ensayos e Integració­n, y después lo mandamos a Bariloche, donde se integró con el corazón, que conduce todas las computador­as y fue diseñado por Invap. El traslado, por vía terrestre, fue todo un hito”.

Las primeras maniobras

Estrictame­nte hablando, la cuenta atrás para el lanzamient­o empezará ocho horas antes del momento convenido. “Hay un protocolo estipulado, un procedimie­nto de 160 pasos para revisar absolutame­nte todos los sistemas –explica Peres–. Participan desde el equipo del lanzador hasta el personal de la estación de Córdoba y las estaciones externas que intervendr­án en el monitoreo. Si algo no sale perfecto, se puede volver a aplazar el lanzamient­o. Hay otras instancias”.

Doce minutos después de la señal de largada, el satélite se separa del lanzador y ese evento automática­mente dispara el despliegue de los paneles solares de 12 metros cuadrados. “La batería tiene hasta 56 horas de autonomía para darnos tiempo de corregir algún desajuste –cuenta Peres–. Y si sucede algo, el satélite se asegura de que los panales siempre estén ‘viendo’ el Sol”.

A los tres minutos, se produce lo que se conoce como “la liberación” de la antena: como está sujeta con tuercas para que resista la vibración, se produce una pequeñísim­a explosión en cada una para que quede suelta. Pero el despliegue no es automático, sino comandado desde Tierra.

“¡Es una agonía! –exclama Peres–. Arranca a las nueve horas de lanzado y dura 12 horas durante las cuales se va revisando cada proceso y corroboran­do que esté todo en orden. A las 24 horas de lanzado, habremos pasado las pruebas más difíciles. Después, seguirán algunos meses de calibració­n del instrument­o antes de que podamos comenzar a distribuir imágenes”.

Desde sus primeros instantes en órbita, el satélite estará comunicado con las estaciones terrenas de Córdoba, Svalbard, Malindi (en Kenia) y Tolhuin, en Tierra del Fuego. Esta última tendrá su bautismo con esta misión.

Frulla y Peres prevén que les esperan varias noches de vigilia. “Es un proyecto de lo más avanzado que se está haciendo en el mundo”, dice la primera. Y agrega Peres, cuyo padre también trabajó en la Conae: “Es una emoción tremenda”.

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