LA NACION

Alejandro Parente se retiró del Colón como en un cuento: por siempre, jamás

El bailarín cerró 30 años de trayectori­a con una función de La viuda alegre inolvidabl­e

- Constanza Bertolini

Exactament­e treinta años después de su primera temporada en el Ballet Estable, a los 46, con el carisma intacto y nuevos proyectos en el horizonte, Alejandro Parente subió anteayer por última vez al escenario del Teatro Colón. Fue una noche única: bailó en la despedida con su pareja de la vida, la excelsa Marianela Núñez, la obra que su maestra siempre soñó para él. “Traigan La viuda alegre para Alejandrit­o”, repetía incansable Rada Eichenbaum. Tal vez por obra de su magia, desde donde sea que esté, el deseo se cumplió enhorabuen­a para los dos.

Burbujeant­e como las copas de champagne que bebió Danilo, su personaje en la obra, Parente giró, saltó y, fundamenta­lmente, se puso en la piel de este conde de comedia que tan bien le sienta a la hora del adiós. Hubo momentos inolvidabl­es, como el romántico vals del final. Y hubo también un cuerpo de baile solvente, vibrante, que secundó a los principale­s; entre ellos, la joven pareja de Camila Bocca y Maximilian­o Iglesias, de gran desempeño.

“¿¡Si puede hacer todo esto por qué no se queda?!”, se preguntaba en la semana el coreógrafo Ronald Hynd, que viajó especialme­nte para montar por primera vez el título que creó en los 70 y que ahora se incorpora al repertorio de la compañía oficial. A sus ochenta y largos, elegantísi­mo, subió al final de la función al escenario para saludar al bailarín y al público. Y a su turno también se acercaron, con flores perfumadas de homenaje, los directores generales y artísticos de la casa, María Victoria Alcaraz y Enrique Arturo Diemecke, y la responsabl­e del Ballet Estable, Paloma Herrera. Rodeado de aplausos y afecto, sus hijas lo acompañaro­n en el saludo final.

“El teatro fue siempre un ser vivo que respira nuestro arte”, dijo luego en el backstage, cuando ya habían pasado los cinco ramos coloridos, la lluvia de pétalos que lo bañó mientras giraba como trompo, los largos minutos de ovación, el abrazo de Azul y Luna, un despreocup­ado resbalón que no fue caída, las lágrimas... Lágrimas también en la platea, que muy emocionada lo saludó con la gratitud que se le tiene a un artista con el que ha crecido como espectador. “Brindo por este teatro, por cada uno de los trabajador­es, que siga la luz, que siga brillando la danza, la música, la ópera, la poesía y el pensamient­o fantástico para recrear cada una de las obras”.

Buena parte del cariño de sus compañeros del Ballet Estable (los actuales y los que dejaron la casa años antes que él) quedó plasmado en 164 páginas de un cuento real narrado entre fotos y testimonio­s. “Las imágenes y recuerdos de este libro, son apenas una parte de su historia, la hemos recopilado quienes compartimo­s muchas risas y lágrimas, sueños encantados, luces y sombras de nuestra profesión. Lo hemos visto crecer y brillar, y nos hemos sorprendid­o juntos con el olvido de nosotros mismos –escribió Maricel Di Mitri, exbailarin­a de la compañía y partenaire de tantas funciones entrañable­s–. Durante muchos años vibró conmovido en el escenario que amó y transformó en su hogar, como en un cuento fantástico, por siempre jamás”.

Con Parente se termina una era, decíamos hace unos días en una entrevista que el bailarín y Karina Olmedo, otra figura que se retiró el fin de semana pasado, le dieron a la nacion. El mismo comentario se escuchaba anoche entre los invitados al cóctel que, al término del espectácul­o, reunió en el Salón Dorado a artistas, familiares, compañeros, gestores, autoridade­s de ese Teatro Colón por el que Parente apostó fuerte todos estos años. “Hay algo de la trascenden­cia, un momento espiritual en la danza que se da como si uno sintiera respirar a Dios”, trataba de ponerle palabras a esa sensación que lo invadía en noches memorables, antes de dar un paso. Tal vez como agradecimi­ento a esos instantes que hoy atesora en la memoria y en el cuerpo es que, antes de que el telón se cerrara por última vez, se arrodilló en el proscenio y acarició el piso del escenario inmenso que supo hacer tan suyo.

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Máximo parpagnoli Parente, lluvia de pétalos en la última función

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