Internet ya no es lo que era en 1983
La base de la crisis actual de la Red, que amenaza la privacidad, la libertad de expresión y la innovación, es más bien conceptual. Creemos que Internet es hoy la misma que en 1983. Y resulta que no es así.
La Internet original se pensó para conectar a pares sobre la base de la confianza mutua; estaba subvencionada por el Estado, y aunque se hacían negocios, no despertó la fiebre del oro sino hasta que pasó de su etapa académica a la comercial.
Esa fiebre del oro terminó en la explosión de lo que se dio en llamar la burbuja puntocom. Hacia 2003, cuando la tormenta cedió, otro síntoma se hizo evidente. El grueso de los negocios online se concentraban en un puñado de compañías.
En los años siguientes, los inversores fueron más cautos, pero el pecado original de esta industria siguió allí. Los negocios online se concentran de nuevo en un conjunto demasiado pequeño de empresas. Son más que en 2001, sencillamente porque hay más usuarios y mejores tecnologías, pero hay cada vez más concentración.
Al revés que 35 años atrás, los actores no confían entre sí, sino que compiten, y la Bolsa de valores toma buena parte de las decisiones que, en otra época, se habrían dejado en manos de los ingenieros. Esto no es del todo malo en el caso de la industria digital, porque la innovación siempre paga bien. Pero la concentración supone el riesgo de que las innovaciones se vuelvan endogámicas.
Hasta donde sabemos, los inventos disruptivos suelen originarse en el circuito off, en las afueras o en laboratorios de grandes empresas que, adrede, dejan a sus científicos más o menos en paz.
Seguimos usando la misma palabra, Internet. Sus protocolos funcionan, a grandes rasgos, de la misma forma. Pero el mapa mental detrás de aquella primera Red era diferente en todos los aspectos del actual. El problema está en que hoy la economía global depende de que Internet siga siendo más parecida a la de 1983 que a la de 2018. En otras palabras, el debate sobre la neutralidad, la privacidad, la transparencia y la concentración es asunto serio. Hay dos fotos que lo demuestran de manera brutal.
La primera muestra Google Maps. Hace 35 años (o más), se necesitaba invertir vidas y dinero para averiguar cómo era el territorio del enemigo en el caso de un conflicto armado. Hoy es posible pararse en casi cualquier esquina de casi cualquier ciudad del planeta usando el celular. Es fuerte.
La segunda muestra a Facebook. No solo sabe más de nosotros que cualquier agencia de inteligencia, sino que hace poco más de un mes vimos a un empresario de 33 años explicándole al Senado de la mayor potencia económica y nuclear del planeta que tal vez les habían hackeado las elecciones presidenciales mediante su red social. También es fuerte.