Salir DE la CALLE
Una fundación logró ubicar en el mercado laboral a 111 personas
En 2011, Rómulo Garbarino sintió que tocaba fondo. Después de haber pasado diez años en el exterior, regresó al país y se encontró sin trabajo, con sus vínculos familiares rotos y sin un lugar propio donde vivir. La depresión lo llevó a un pozo, y sus días empezaron a transcurrir en la calle. Hoy, a los 68 años, está nuevamente de pie: hace dos que vive en el Centro Solidario San José, en Parque Patricios, y gracias a las oportunidades que le dio el programa de reinserción laboral de la Fundación Cultura de Trabajo consigue “changas” en mantenimiento que lo ayudan con sus gastos.
“El trabajo es fundamental para mí, ya tengo cierta edad y no sé hasta cuándo voy a tener esta energía, por eso quiero hacer todo lo que pueda”, dice Garbarino, que sueña con poder volver a alquilar una casa propia.
La Fundación Cultura de Trabajo nació hace nueve años para dar respuesta a la problemática de empleo de quienes se encuentran atravesados por una gran vulnerabilidad socioeconómica y habitacional. “Aunque desean y necesitan trabajar, muchas personas no llegan a una entrevista por cosas sencillas como no tener celular de contacto, la vestimenta adecuada o plata para viajar. O, simplemente, porque no reciben a tiempo la información acerca de esa oportunidad”, cuenta Eugenia Sconfienza, de 35 años, investigadora del Conicet, politóloga y fundadora de esta organización social junto a Alexandra Carballo, de 36, con quien comparte la misma profesión y pasión por ayudar.
Según el último censo presentado por el Ministerio de Desarrollo Humano y Hábitat de la Ciudad, 1091 personas viven en las calles porteñas. Poco más de la mitad hacen “changas” para sobrevivir, y el 39,6% se dedica a cartonear. Las ONG especializadas en el tema estiman que los sin techo son más de 4000. “Son bastantes más de los que establece el censo si se cuenta a la gente que cartonea, que se queda en la ciudad durante la semana y vuelve los fines de semana a su lugar de origen, generalmente en el conurbano. Es una estadística difícil de llevar y no hay un número fiable, pero sería necesario tenerlo”, explica Carballo.
Con Sconfienza veían que había mucha gente capacitada y que quería trabajar, pero faltaban oportunidadesy mecanismo s de intermediación. Las politólogas consideran que las ganas de trabajar a veces no alcanzan y el acceso a las oportunidades laborales es desigual. Para demostrarlo, hicieron una prueba. Fueron a varios paradores y entregaron a las personas en situación de calle que encontraron ahí unos papelitos que contenían diferentes necesidades que debían ordenar por prioridad. En todos los casos, la primera elegida fue conseguir un trabajo. Incluso, la eligieron por sobre la vivienda y la comida.
Ese fue el motor que dio origen a la organización social que hoy lideran. Se desempeñan en la ciudad, pero también tienen inscriptos en el conurbano. Si bien empezaron en 2010, desde 2016 su tarea voluntaria tomó forma de programa, para acercar a estas personas a entrevistas de trabajo. Desde enero de 2017 hasta junio de 2018, recibieron y orientaron a 897. Además, coordinaron 365 entrevistas de empleo y 111 personas (50 mujeres y 61 hombres) se incorporaron a un trabajo.
Quienes se anotan en el programa pueden estar en situación de calle, institucionalizados en un hogar de tránsito o parador nocturno, o vivir en una pensión, inquilinato, hotel familiar o en barrios vulnerables. También pueden ser personas que asisten a una entidad de asistencia como un comedor comunitario.
El paso inicial fue armar una red con paradores, merenderos, hogares de Cáritas, iglesias y entes de gobierno. Hoy son más de 80 las organizaciones que la integran y que se ocupan de derivar a las personas que buscan un ingreso. El único requisito es que no presenten problemas de adicciones. El objetivo es igualar sus oportunidades de acceso al mercado laboral: ofrecerles, si lo necesitan, ropa adecuada o entrenamiento para una entrevista, plata para pagar el viático para llegar al lugar o herramientas para desempeñarse.
En la Capital funcionan, de manera regular y todo el año, 27 refugios oficiales. En uno de ellos, en Retiro, estaba Walter Viqueyra, de 43 años, hacía siete meses. Había estudiado para técnico electrónico y jamás imaginó que terminaría viviendo en la calle. Sabía que tenía que lograr que la gente confiara en él, que le dieran una oportunidad. El gran empujón le llegó de la mano de un panfleto que encontró pegado en la puerta de una iglesia. Tenía los datos de la fundación y decidió anotarse.
Una vez por semana, en la organización entrevistan a los inscriptos para relevar los perfiles laborales (la mayoría, capacitados en oficios) y volcarlos en una base de datos. Luego, los ofrecen en las búsquedas de empleos de empresas o particulares, como cualquier consultora. El acompañamiento, tanto de los trabajadores como de los empleadores, es otra de las características del programa. “Dejamos de acompañar cuando vemos que el proceso fue exitoso”, dice Sconfienza.