Una tormenta perfecta externa que aún no terminó
Ante la actual crisis cambiaria local, en reiteradas oportunidades, las autoridades –tanto del Poder Ejecutivo como del Banco Central– han mencionado las “cambiantes condiciones del contexto internacional” como la principal causa de la reciente pérdida de valor de nuestra moneda. ¿Es esto así? ¿No habrá otros factores que inciden? Y entonces, ¿qué puede esperarse del futuro escenario económico mundial?
Respecto del primer punto, es claro que a la fecha, las condiciones del mercado global se han modificado negativamente.
En efecto, durante los dos primeros años de gestión del actual gobierno, el sistema financiero internacional presentó características muy favorables para un país que, como el nuestro, apostó a financiar su programa de gradualismo (sobre todo fiscal) mediante financiamiento externo: crecimiento global sincronizado y razonable, alto grado de liquidez y muy bajas tasas de interés.
En otras palabras: fácil acceso al crédito internacional, con costos históricamente bajos.
Sin embargo, era previsible que tal situación no podía mantenerse en el mediano plazo. Quien inicio el proceso de “cambio” fue Estados Unidos, país que –a partir de diciembre 2015– comenzó gradualmente a subir la tasa de referencia de su autoridad monetaria (Fed), la cual pasó de 0,0% al actual 1,75%. En paralelo, en el mercado comenzó también a incrementarse la tasa del bono del Tesoro de ese país a 10 años, la cual pasó desde el último mes de 2015 de 1,68 a 2,40% al cierre de 2017.
No todo terminó allí. En efecto: a fines de abril de este año, datos de inflación y crecimiento del empleo de los Estados Unidos superiores a los estimados por el “consenso” provocaron claras expectativas de futuras subas, tanto de la tasa de referencia de la Fed como de la tasa de 10 años.
El día “D” fue el 25 de abril pasado, cuando esta última tocó el techo psicológico de 3%.
La reacción de los mercados fue inmediata: flight to quality (expresión que podría traducirse como refugio hacia la calidad por aumento de la inversión al riesgo) de los capitales internacionales, con la consecuente salida de los mismos de los mercados más riesgosos hacia el refugio del dólar.
Volatilidad en el mundo
El resultado fue el esperado. Hubo una devaluación de las monedas emergentes, incluido el peso argentino, y una mayor volatilidad en los mercados bursátiles. A partir de allí, nuestra moneda aceleró su pérdida hasta el valor de $2,98 por dólar registrado al cierre de ayer.
Queda claro, pues, que las condiciones del mercado internacional (especialmente en los Estados Unidos) cambiaron negativamente e impactaron en nuestra crisis cambiaria. Sin embargo, también es cierto que hay factores internos que han pesado tanto o más que los externos.
En efecto, no cabe duda de que los déficits fiscales y de cuenta corriente, sumados a una oposición demagógica e irracional en términos económicos y el impuesto a la renta financiera, entre otros, han exacerbado la aversión al riesgo hacia la Argentina.
Lo anterior queda demostrado cuando se advierte que, desde comienzos del año y hasta el fatídico 25 de abril, la moneda argentina ya se había devaluado un 7 por ciento. Más aún, entre esa fecha y el cierre de ayer, el peso se devaluó un 13,1%, mientras que –solo a modo de ejemplo– el real perdió 2,6% de su valor; el euro, 2,1, y el rublo, 0,5 por ciento.
Resta aclarar, entonces, cuál sería el escenario internacional más probable en el mediano plazo. Lamentablemente, las perspectivas para nuestra economía no son positivas: continuará la suba de tasas, la disminución de liquidez y los conflictos geopolíticos mantendrán su virulencia actual. Aunque, sin duda, podría aumentar por la decisión del presidente Donald Trump de abandonar el Acuerdo Nuclear con Irán, con el consiguiente impacto en la cotización del petróleo.
En síntesis, la actual crisis cambiaria ha sido generada no solo por “las cambiantes condiciones del contexto internacional”, sino también –y quizá principalmente– por los factores internos ya mencionados.
Por su parte, a mediano plazo, el escenario internacional no parece presentarse como favorable para nuestra economía.
El autor es economista