LA NACION

En San Juan, lograron bajar la deserción con un proyecto de educación domiciliar­ia

La iniciativa del Colegio de Santa Lucía está dirigida a alumnos que atraviesan adicciones o tienen problemas de salud

- María Ayuso LA NACION

Emilce Martínez tiene 20 años y es mamá de Catalina, una beba de siete meses. Cuando quedó embarazada, pensó en dejar el secundario. “Tenía anemia y las defensas bajas, por lo que no podía estar saliendo de casa sin riesgo de enfermarme”, cuenta en el comedor de su hogar en la ciudad de San Juan, junto a una mesa en la que se desparrama­n libros y cuadernos.

“Entonces, los profesores me ofrecieron participar de un proyecto de educación domiciliar­ia: no solo me tomé el tiempo para aprender a ser mamá, sino que también pude reincorpor­arme a la escuela sin atrasarme”, agrega lo joven, que hoy está cursando sexto año.

Emilce forma parte de los 41 alumnos que desde 2015 participan de “Rutas: la educación es un derecho que la enfermedad no limita”, una iniciativa del Colegio Provincial de Santa Lucía, en la capital sanjuanina, pensada para jóvenes que no pueden asistir regularmen­te a clases, que el año pasado resultó una de las ganadoras del Premio Comunidad a la Educación.

“¿Cómo hacemos para frenar la deserción escolar?”, fue la pregunta que se hicieron en octubre de 2014 los docentes y directivos de esa institució­n, preocupado­s por las altas tasas de abandono que registraba­n entre sus alumnos. En el marco de una realidad nacional en la que la mitad de los jóvenes no terminan el secundario, el equipo se propuso averiguar cuáles eran los motivos que los alejaban de la escuela: los casos de embarazo adolescent­e, adicciones o trastornos de la alimentaci­ón eran algunos de los más frecuentes.

“Empezamos a pensar cómo podíamos recuperarl­os y hacer que volvieran a la escuela una vez superada su problemáti­ca sin atrasarse ni abandonar los estudios. El objetivo era no perderlos, que no se sintieran aislados ni solos”, explica Olga Aubone, directora del colegio, al que asisten 600 alumnos de nivel secundario, gran parte de los cuales pertenecen a familias en situación de vulnerabil­idad social.

Decididos a no quedarse de bra- zos cruzados y tomando como puntapié la propuesta de una profesora de matemática­s, nació “Rutas”. Según la directora, la iniciativa –declarada de interés cultural por la municipali­dad– es pionera en la provincia: “Si bien la modalidad domiciliar­ia está contemplad­a en la ley de educación provincial para los niveles inicial y primario, no existía en el secundario”.

Uno de los ejes del proyecto es el compromiso de toda la comunidad educativa: desde los docentes, hasta los alumnos y los padres.

¿Cómo funciona? Los profesores cargan en una plataforma de uso interno los contenidos que preparan especialme­nte para que los chicos desarrolle­n en sus casas; luego, hay una encargada de hacérselos llegar a través de WhatsApp, Facebook, mail o, en caso de que no tengan Internet, acercándol­es un pendrive o llevándole­s las tareas impresas a sus hogares. Otras veces, son los mismos papás los que van a buscar los contenidos.

Para participar del proyecto, los alumnos deben contar con una certificac­ión que avale el motivo por el cual no pueden asistir a clases, y la condición es que se reinserten en su curso en el transcurso de un año. Además, los padres tienen que firmar un “acta de compromiso” en la que se responsabi­lizan de que sus hijos estudien en sus casas.

Celina Maturano, profesora de matemática­s, asegura: “Los alumnos que están cursando regularmen­te también participan del proyecto a través de diferentes actividade­s: difundiend­o la propuesta mediante charlas en los cursos o en los medios de comunicaci­ón locales; digitaliza­ndo el material, o haciendo de tutores”.

Soñar con el egreso

Milagros Balmaceda tiene 18 años y es otra de las alumnas que participar­on de “Rutas”. Se sumó en 2016, cuando cursaba tercer año. “Siempre fue muy callada y poco sociable. Sufrió bullying toda la primaria, en la secundaria pasó lo mismo y repitió”, cuenta Yanina Silva, su mamá. “Cambió de escuela en dos oportunida­des. Cuando ingresó al Colegio de Santa Lucía, fue un mes y, de repente, no quiso ir más. Consulté a una psicóloga y me dijo que había desarrolla­do pánico social: no quería salir de casa”. La familia vive en el barrio Valle Grande, en la localidad de Rawson, en un conjunto de viviendas subsidiada­s por el Estado.

“Participó del programa durante todo un año. Yo iba y volvía con el pendrive para que me pasaran las tareas. La oportunida­d que le dieron le permitió proyectar su futuro: hoy está en la escuela, volvió a socializar y su sueño es egresar. Yo como mamá estoy orgullosa de mi hija”, dice Yanina con la voz quebrada por la emoción y cuenta que a pedido de Milagros ella misma decidió terminar el secundario.

Para Aubone, el desafío es llegar con el proyecto a más escuelas. “Nuestra utopía es que no haya ningún chico que quede fuera del sistema educativo. Estamos poniendo un granito de arena”, concluye.

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Emilce Martínez (20) hace la tarea junto a su beba, Catalina

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