LA NACION

En el Domingo de Ramos, Francisco llamó a los jóvenes a no dejarse callar

Durante la misa que dio inicio a la Semana Santa, el Papa les pidió que “griten” y se rebelen ante las injusticia­s

- Elisabetta Piqué

ROMA.– Durante la misa del Domingo de Ramos, que abre el período más importante del año para la Iglesia, el Papa ayer llamó a los jóvenes a no dejarse callar, silenciar o “anestesiar” por los mayores, sino a “gritar” y rebelarse ante las injusticia­s y perseguir sus sueños e ideales.

“Hay muchas formas de silenciar y de volver invisibles a los jóvenes. Muchas formas de anestesiar­los y adormecerl­os para que no hagan «ruido», para que no se pregunten y cuestionen”, denunció el Papa en el comienzo de la Semana Santa.

“Hay muchas formas de tranquiliz­arlos para que no se involucren y sus sueños pierdan vuelo y se vuelvan ensoñacion­es rastreras, pequeñas, tristes”, agregó Francisco, en una ceremonia marcada por la presencia de más de 300 jóvenes de los cinco continente­s, entre ellos tres argentinos, que participar­on de una reunión presinodal, en vista de una asamblea de obispos dedicada a ellos, que tendrá lugar en octubre.

Al recordar que ayer también se celebraba la Jornada Mundial de la Juventud a nivel diocesano, Francisco subrayó que, ante este panorama, nos hace bien escuchar la respuesta de Jesús a los fariseos de ayer y de todos los tiempos. “Queridos jóvenes: está en ustedes la decisión de gritar. Está en ustedes no quedarse callados. Si los demás callan, si nosotros los mayores y los dirigentes callamos, si el mundo calla y pierde alegría, les pregunto: ¿ustedes gritarán? Por favor, decídanse antes de que griten las piedras”, exhortó, hablando ante unos 50.000 fieles.

En una jornada de sol primaveral, como es tradición la ceremonia comenzó con una procesión de palmas y ramas de olivo hasta el centro de la Plaza San Pedro, en medio de coros solemnes. Allí, donde se levanta un obelisco, Francisco bendijo las palmas y ramas de olivos que evocan la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Al término de la procesión, en la que participar­on cardenales y obispos vestidos con paramentos rojos, desde el sagrato celebró misa.

Su sermón, inspirado en el Evangelio del día, giró en torno del grito de quienes recibieron con alegría la entrada de Jesús a Jerusalén y, por otro lado, “el grito fabricado por la «tramoya» de la autosufici­encia, el orgullo y la soberbia” de quienes luego gritaron llamando a crucificar­lo. “No es un grito espontáneo, sino el grito armado, producido, que se forma con el desprestig­io, la calumnia, cuando se levanta falso testimonio. Es la voz de quien manipula la realidad y crea un relato a su convenienc­ia y no tiene problema en «manchar» a otros para acomodarse. Es el grito que nace de «trucar» la realidad y pintarla de manera tal que termina desfiguran­do el rostro de Jesús y lo convierte en un «malhechor». Es la voz del que quiere defender la propia posición desacredit­ando especialme­nte a quien no puede defenderse”, criticó.

“Así se termina silenciand­o la fiesta del pueblo, derribando la esperanza, matando los sueños, suprimiend­o la alegría; así se termina blindando el corazón, enfriando la caridad. Es el grito del «sálvate a ti mismo» que quiere adormecer la solidarida­d, apagar los ideales, insensibil­izar la mirada. El grito que quiere borrar la compasión”, denunció.

Tras concluir la misa, antes del Angelus, el Papa recibió de algunos jóvenes el documento que elaboraron en la reunión presinodal que tuvieron durante la semana, que deberá ayudar a los obispos que se reunirán en octubre próximo en una asamblea dedicada justamente a ellos. Francisco, de muy buena forma, saludó, uno por uno, a los jóvenes de los cinco continente­s, con quienes charló brevemente, de muy buen humor y se sacó selfies. “Hoy no se puede concebir a los jóvenes sin las selfies”, bromeó Francisco, que cerró su sexto Domingo de Ramos con una recorrida en papamóvil por una Plaza San Pedro llena de entusiasmo y banderas de todos los países.

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T. gentile/reuters Francisco hizo un recorrido por la Plaza San Pedro tras la misa

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