LA NACION

Vivir y morir tratando de alcanzar la cima del Everest

Los especialis­tas en rescates corren los mayores riesgos cuando deben recuperar cuerpos de alpinistas muertos

- Texto John Branch | Fotos Josh Haner y Dawa Finjhok New York Times © The

AAlrededor del cuerpo congelado había cinco sherpas. Usaron picos y comenzaron a golpear alrededor del cadáver para intentar desprender­lo de su tumba gélida. Removieron pedazos de nieve de encima del cuerpo y los pedazos desprendid­os cayeron por la montaña. Cuando, por fin, pudieron liberar una pierna y levantarla, todo el cuerpo, inerte y contorsion­ado, se movió –hasta los dedos–.

El sol brillaba con fuerza, pero el aire era peligrosam­ente frío y con poco oxígeno a más de 8300 metros de altitud. Una columna de humo nevado no dejaba ver más allá de la cresta hacia la cima del Everest, pese a que estaba tan cerca. Cuando llegaron los sherpas con las máscaras de oxígeno sobre sus bocas y los tanques sobre sus espaldas, el único movimiento que había en la zona era el golpeteo por el viento de los bolsillos de la campera del hombre muerto. La cara y las manos expuestas se habían encogido y ennegrecid­o después de más de un año de estar expuestas a los elementos de la naturaleza. Su traje, de color amarillo chillón, ahora era del tono de una hoja caída en otoño. La suela de sus botas daba hacia la cima. Sus brazos congelados estaban doblados en el codo, sobre su cabeza y con dirección cuesta abajo. Era casi como si el hombre se hubiera sentado para descansar antes de caer hacia atrás y quedarse congelado así.Los sherpas picaron alrededor del cuerpo y, con palabras casi indistingu­ibles y señas, discutiero­n cómo era mejor sacarlo de la montaña. Esa cara como de fantasma, con sus dientes blancos expuestos, los asustaba; prefiriero­n cubrir la cabeza del cadáver con la gorra de la campera. No había tiempo que perder. A esa altitud le dicen la “zona muerta” por algo. Los sherpas sabían por experienci­a lo difícil que es escalar la montaña más alta del mundo. Quizá lo único más complicado es cargar de regreso hacia abajo el cuerpo de alguien que murió. El hombre se llamaba Goutam Ghosh y la última vez que fue visto con vida fue el 21 de mayo de 2016. Ghosh era un oficial de policía de 50 años de Calcuta y parte de una expedición de ocho personas –cuatro alpinistas del estado indio de Bengala Occidental y cuatro guías sherpas de Nepal– que se quedaron sin tiempo y sin oxígeno en la cima del Everest. Los guías terminaron por abandonar a los cuatro alpinistas a su suerte. Tres murieron y solo una mujer de 42 años, Sunita Hazra, sobrevivió.

Al momento de la tragedia estaba por terminar la temporada de ascensos a la montaña. Camino a la cima en esas últimas dos noches la veintena final de alpinistas se topó con el cadáver rígido de Ghosh en una sección empinada de piedra y hielo. Para rodearlo, ellos y sus guías, inhalando oxígeno por medio de sus máscaras y con un amarre doble a una cuerda para fines de seguridad, se quitaron sus guantes. Desataron sus mosquetone­s uno por uno antes de dar un paso alrededor del cuerpo de Ghosh para volver a amarrarse, habiéndolo dejado atrás. Para los cuatro alpinistas indios, provenient­es de una cultura que impulsa el alpinismo en Bengala Occidental, la montaña era la máxima conquista, algo que les daría satisfacci­ón personal y prestigio. Ascender el Everest es caro. Algunos gastan hasta 100.000 dólares para tener acceso a los mejores guías, servicio y seguridad. Los alpinistas indios tenían sueldos mensuales de, máximo, unos cientos de dólares. Para cumplir con su sueño pidieron prestado dinero y vendieron posesiones preciadas.

Aventurero­s

Ghosh compartía un departamen­to con ocho miembros de su familia extendida. Paresh Nath, de 58 años, era un sastre manco que apenas podía sobrevivir junto con su esposa e hijo. Subhas Paul, de 44 años, conducía un camión de entregas y usó parte del dinero de la jubilación de su padre para intentar escalar el Everest. Hazra era una enfermera casada, con un hijo. Alrededor de 5000 personas han alcanzado la cima del Everest, a 8848 metros de altitud, por lo menos una vez desde que Tenzing Norgay y Edmund Hillary lo hicieron por primera vez, en 1953. Y alrededor de 300 personas han

muerto en el intento, desde ese año, según Himalayan Database. Los funcionari­os nepalíes estiman que aún hay unos 200 cadáveres esparcidos por el Everest.

La mayoría no está a la vista. Algunos han sido movidos o tirados por los peñascos o hacia recovecos, a pedido de familias molestas de que sus seres queridos fueran usados como puntos de referencia para otros, o a solicitud de funcionari­os de Nepal, preocupado­s de que ver los cadáveres desincenti­ve el turismo. Sin embargo, cada vez es más frecuente que las familias y amigos de quienes mueren en el Everest y las otras grandes montañas del mundo ansíen recuperar los cuerpos. Eso puede llegar a ser más peligroso y costoso que la expedición que desembocó en la muerte del alpinista.

Qué hacer con los cuerpos

Hay cuestiones prácticas, como si buscar o no activament­e los cuerpos de quienes se cree que murieron o están desapareci­dos, en caso de que eso fuera factible, y si recuperar el cadáver o dejarlo descansar eternament­e donde se encuentra. Hay cuestiones emocionale­s, quizá culturales o religiosas, para poder cerrar el duelo. Hay problemas logísticos, como el peligro y el costo, las costumbres locales y las leyes internacio­nales. En ocasiones, en algunos lugares, no solo se desea recuperar los cuerpos, sino que se requiere hacerlo para comprobar la causa de muerte, con el fin de que los deudos que necesitan la ayuda financiera tengan acceso a servicios o beneficios. Todo esto debió tomarse en considerac­ión después de que los cadáveres de los tres hombres de India terminaron esparcidos por el Everest en 2016. Las esperanzas tenues de que hubiera un rescate se convirtier­on en demandas para recuperar los cuerpos, impulsadas por el gobierno de Bengala Occidental.

Durante el plazo de unos días, en el corto período entre el último de los intentos de ascenso de la temporada pasada y el comienzo de la temporada de monzones que afecta a los Himalayas e imposibili­ta la subida a la montaña hasta el año siguiente, un equipo de recuperaci­ón de seis sherpas contratado­s intentó encontrar a los fallecidos para llevarlos de regreso abajo. No tenían ni el tiempo ni las personas requeridos. Al primero que enrojos fue a Paul, el conductor de entregas e instructor de medio tiempo de guitarra que vivía con su familia, incluidas su esposa e hija de 10 años, en el pueblo de Bankura. Estaba a pasos del sendero cercano al campamento IV, a unos 8000 metros de altitud. Tardaron cuatro horas en picar el hielo a su alrededor para sacarlo de la tumba helada y otras doce para llevarlo hacia el campamento II, desde donde un helicópter­o trasladó el cuerpo hasta el campamento base.

Luego, dos de los sherpas se movieron de nuevo hacia el campamento IV. La altitud de este lo pone apenas detrás de las quince mayores cimas del planeta. Está en los márgenes de la zona de la muerte, en la que apenas hay oxígeno, y es el último punto de descanso para los alpinistas antes de su impulso final hacia la cima. Los sherpas buscaron entre las tiendas de campaña abandonada­s, algunas ya deshechas por el viento, hasta que encontraro­n el cuerpo de otro de los hombres indios. Sabían que era Nath, el sastre, porque solo tenía una mano; la otra la había perdido en un accidente con petardos cuando era niño. Los vientos feroces no les permitiero­n seguir subiendo en busca de Ghosh. Los monzones veraniegos ya estaban cerca y la temporada de ascensos, por terminar. Ghosh y Nath, que habían sido abandonado­s a su suerte en la zona de la muerte, se quedarían en el Everest por lo menos un año más. Quizá para siempre.

La esposa de Ghosh, Chandana, no se quitó el tilak de sindoor, la raya de polvo rojo que las mujeres hindúes casadas se ponen en la frente hacia el cabello, ni los brazaletes

Sabita no tenía dinero para traer el cuerpo de su marido a casa Ella y su esposo, Paresh, pasaron muchas horas cosiendo mochilas y camperas para poder pagar el viaje de él

y blancos en su muñeca derecha; todavía era una mujer casada. No se los quitaría hasta estar segura de que era viuda. Dejó de cambiar el calendario de la habitación que compartía con Ghosh y este se quedó marcando la fecha: mayo de 2016. Para ella ese momento era cuando se había detenido el tiempo. “Todavía creo que sigue vivo –dijo en su hogar de 2017–. Hasta que lo vea y sea cremado, no voy a cambiar”. Mientras, en el pueblo acerero de Durgapur, la esposa de Nath, Sabita, intentaba seguir con su vida. No tenía dinero para traer el cuerpo a casa. Ella y su esposo nunca discutiero­n qué sucedería si él moría, pero ahora ella estaba convencida de que él querría quedarse en la montaña. Sabita Nath y su esposo, Paresh, pasaban muchas horas haciendo mochilas y camperas en máquinas de coser para poder costear el viaje de Paresh.

La tarde del 20 de mayo de 2016, Ghosh, Nath, Paul y Hazra intentaron dormir entre la ansiedad en una tienda de campaña en el campamento IV. Usaron máscaras de oxígeno y trajes de nieve brillantes y voluminoso­s llenos de plumas. Después de semanas en el campamento base y en las cuestas bajas de la montaña, la cima estaba al alcance. Si todo salía bien, estarían de regreso en el campamento IV dentro de 24 horas. En la tarde, cuando ya estaba oscuro y después de la hora que habían planeado, salieron de la tienda, cada uno con su guía. La cima no puede verse desde el campamento IV, pero sí se ve buena parte de la ruta. Por ahí pasan varias cuerdas, utilizadas por todos los alpinistas del Everest, que están atadas a anclas que son atornillad­as en la roca y el hielo por los sherpas cada vez que empieza la temporada.

El Balcón

La ruta se mueve por un campo de hielo casi desértico, cortado por grietas profundas, y hacia arriba, por una cuesta empinada y rocosa, hasta llegar a un punto plano, una plataforma al lado de la montaña. Ese lugar es conocido como el Balcón, en la cresta sureste y a dos horas o más de la cumbre sur. Desde ahí ya se puede ver por completo la cima del Everest. Algunas personas tardan menos de doce horas en hacer el viaje redondo desde el campamento IV y alpinistas y guías experiment­ados saben que no debería tomar más de dieciocho: doce en el ascenso; seis de regreso. Estar expuesto de manera prolongada es muy peligroso. La expedición de Bengala Occidental estaba en el Balcón antes de la madrugada. Había cuatro clientes y solo tres guías porque el guía de Nath se quedó en el campamento IV, por razones que nadie supo.

El administra­dor de la expedición que se encontraba en el campamento base recibió una llamada por radio de Bishnu Gurung, el único de los guías del grupo con experienci­a en alcanzar la cima. Dijo que les recomendó a sus clientes regresar, pero que se rehusaron. Nath fue el único al que logró persuadir de retornar al campamento IV. Paul y Lakpa Sherpa alcanzaron la cima a las 13.45, según una cámara recuperada después del cadáver de Paul. Los otros del grupo –Ghosh, Hazra, Nath y sus guías– se quedaron debajo en algún punto. La última fotografía que Ghosh tomó con su cámara es de las 13.57, en lo que parece ser la cumbre sur. Hazra, la única sobrevivie­nte, dijo que llegó a la cima a las 15, pero no hay evidencia de que realmente lo haya hecho. A Bengala Occidental llegaron rápidament­e los reportes, sin detalles y sin veracidad, el 21 de mayo: los alpinistas habían llegado todos a la cima.

Pero cuando cayó la noche llegaron los informes actualizad­os desde el Everest. Los alpinistas estaban perdidos. Las primeras fotografía­s llegaron el 16 de mayo, un martes, un día después de que comenzó la temporada de ascenso de 2017. La imagen mostraba un cuerpo con un traje de nieve amarillo desteñido que estaba doblado en forma de herradura y medio enterrado entre la nieve. No se veía la cara, pero las botas y el equipo eran como los que tenía puestos Ghosh hacía un año. Todos estuvieron de acuerdo: era su cuerpo. Tres hombres del gobierno de Bengala Occidental se apuraron para llegar a Katmandú. Hicieron un acuerdo con Mingma Sherpa, dueño de Seven Summit Treks, una compañía grande de expedicion­es en los Himalayas. Pactaron un precio que el gobierno bengalí pagaría para la recuperaci­ón de los dos cuerpos: 90.000 dólares, que las autoridade­s ya habían aparcontra­ron tado unas semanas antes cuando anunciaron que pagarían por la operación.

Sabita Nath y Chandana Ghosh recibieron llamadas de un funcionari­o de gobierno pidiéndole­s que firmaran un certificad­o de “no objeciones” para los intentos de recuperaci­ón. Accedieron. El Departamen­to de Turismo nepalí estableció un requisito: no quería que los cuerpos descendier­an mientras cientos de alpinistas buscaban ascender. A finales de mayo, hacia el término de la temporada de ascensos, cinco sherpas dejaron el campamento II a la una de la mañana. Una hora después prendieron sus tanques de oxígeno, en nivel bajo. Los sherpas normalment­e solo usan el oxígeno en la zona muerta, arriba del campamento IV, pero querían moverse rápidament­e. El líder era Dawa Finjhok Sherpa, guía de 29 años que había llegado a la cima del Everest en cinco ocasiones.

Recuperar los cadáveres

Alrededor de las 11, los sherpas llegaron al campamento IV, una ciudad fantasma a esas alturas de la temporada; tiendas y equipo abandonado­s por doquier. Unas horas después, en la misma ruta, otros seis sherpas salieron del campamento II, con la intención de recuperar a Nath. Para el miércoles a la tarde, a las 13.39, hora local, el equipo que buscaba a Ghosh se topó con el cadáver. Los sherpas lo conectaron a otra cuerda, atornillad­a a una roca unos nueve metros más adelante, y usaron picas para romper el hielo alrededor del cuerpo. Cuando este se movió, lo hizo como si fuera un solo pedazo: todas las extremidad­es, los músculos y las articulaci­ones estaban congelados. Dawa Finjhok Sherpa dijo que el cuerpo probableme­nte pesaba unos 130 kilos, el doble de lo que pesaba Ghosh cuando estaba vivo.

Lo bajaron con ayuda de un sistema de poleas con las mismas cuerdas fijas que usan los alpinistas que van en ascenso. El cuerpo llegó a la zona de los crampones –a 6600 metros de altitud, cerca del glaciar de Khumbu, es el último punto alcanzable con solo caminar– hacia la medianoche. Los sherpas contratado­s para recuperar su cuerpo habían trabajado durante unas 28 horas seguidas, pero el trayecto de Ghosh quedó temporalme­nte interrumpi­do en espera de que llegaran Nath y el helicópter­o que los llevaría hacia la base de la montaña. El cuerpo de Nath, aún con su traje de nieve rojinegro, que él mismo cosió, llegó a la zona de crampones a las 14 del jueves 25 de mayo. Estaba envuelto y sobre una camilla de plástico. El equipo de Ghosh los alcanzó ahí desde el campamento II y llevaron a ambos hombres en trineos improvisad­os hacia abajo. En una hora llegaron al lugar de aterrizaje del helicópter­o.

Cuando hablaron por la radio con el campamento base les dijeron que el helicópter­o no llegaría ese día. Lo que los sherpas no sabían, y tampoco las familias de Ghosh y Nath, es que tendrían que esperar a que también llegara el cuerpo de otro alpinista indio que había muerto unos días antes. Seven Summits quería reducir los costos al bajar los tres cuerpos de una vez. El helicópter­o llegó para llevarse los cuerpos a la base de la montaña después de tres días de espera. El 28 de mayo, finalmente, el helicópter­o rodeó el valle y aterrizó. En su reporte los doctores anotaron que la causa de defunción de Ghosh era “indetermin­ada”, al igual que sucedió con Nath. El cuerpo de Nath llegó en un carruaje fúnebre a su casa, donde lo aguardaba una multitud. Abrieron la tapa del ataúd y descubrier­on la cabeza, que estaba debajo de cubierta plástica. Encima del cuerpo pusieron una bandera de la asociación de montañista­s de Durgapur.

Sabita Nath sollozaba y abrazaba a su hijo, Adrishikar; ambos enfrentado­s al cadáver de su ser querido después de un año de negar que hubiera muerto. En el hogar de los Ghosh, la viuda del montañista, Chandana, ya no usaba el sari colorido, sino uno blanco con detalles de flores. No tenía más el tilak de sindoor, el detalle de rojo en su raya del cabello que indica que una mujer está casada, ni un punto bindi en su frente. Los brazaletes rojos y blancos en su muñeca tampoco estaban. Los rompió mientras incineraba­n el cuerpo de su esposo. Un año después de que Ghosh murió en el Everest, por fin sabía con certeza que era viuda. El calendario que había dejado sobre la pared de la habitación todavía decía que era mayo del 2016.

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Las tareas de los rescatista­s, una vista del Everest, la ceremonia fúnebre de uno de los montañista­s muertos y el dolor de la viuda de Subhas Paul
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