LA NACION

La legalizaci­ón no soluciona el problema,

- por Soledad Carrizo

El debate sobre el aborto se re abre nuevamente en nuestro país, pero en esta oportunida­d el Congreso de la Nación convoca a una deliberaci­ón reflexiva de todos los legislador­es.

Mi primer objetivo es transparen­tar una vocación personal sobre el tema, para evitar especulaci­ones, falsas dicotomías o simuladas rivalidade­s con matices políticos oportunist­as. La vida es algo que me preocupa, y me preocupa tanto la vida de un niño por nacer como la de las mujeres que la pierden en prácticas clandestin­as y abusivas sobre su cuerpo.

Sin embargo, mi rechazo a la despenaliz­ación del aborto reside en el hecho de que su legalizaci­ón no conduciría jamás a solucionar o eliminar todas aquellas causas que hoy llevan a tantas mujeres a embarazos no deseados y por ende a abortar, lo que hace que la propuesta sea inútil para combatir los verdaderos flagelos que hoy viven muchas mujeres.

Sin embargo, para fundar mi negativa, no solo voy a acudir a cuestiones jurídicas que marcan una incompatib­ilidad con la idea de legalizar el aborto en nuestro ordenamien­to jurídico, sino a una más clara todavía, la incorrecta creencia de que el aborto pueda ser una solución.

La amplia protección dispensada a la persona desde el momento de su existencia por parte del ordenamien­to jurídico argentino, desde la Constituci­ón hasta sus códigos Civil y Penal, parte de una cosmovisió­n ideológica central: la vida de la persona y su inviolabil­idad son el bien más importante.

Con ello quedan debilitado­s los argumentos que pretenden jerarquiza­r la libre decisión de una madre sobre su cuerpo, creyendo incorrecta­mente que el niño es su extensión y desconocie­ndo así la autonomía de dicho ser humano, producto de la concepción a través de un acto sexual consciente y voluntario. Por eso mismo, el propio régimen penal excepciona el reproche al aborto ante situacione­s que constituya­n el resultado de una unión sexual no consentida o cuyo partícipe esté afectado en su voluntad (entiéndase aquí las violacione­s, las mujeres incapaces y el estado de necesidad por el cual se prioriza la vida de la madre).

En forma paralela, y en cuanto a política de salud pública, el Estado argentino lleva adelante un fuerte (aunque siempre perfectibl­e) proceso de intervenci­ón preventiva, a través de mecanismos de instrucció­n sexual y reproducti­va, arbitrando los medios para que toda la población tenga acceso a educación sanitaria y reproducti­va (solo pensemos en las leyes 26.061, 26.150, 25.673, entre otras). Habilitar la interrupci­ón de la vida de niños por nacer sería un revés para estas políticas.

Por otro lado, el incumplimi­ento de la ley, evidente por el número de abortos clandestin­os realizados en nuestro país (cualquiera fuera su número) no es motor suficiente para modificar el bien jurídico protegido y anular su reproche penal. La desobedien­cia de la ley no es un argumento de consistenc­ia que conlleve a la consecuent­e autorizaci­ón para la interrupci­ón de la vida. Inferir una consecuenc­ia semejante habilitarí­a la despenaliz­ación de un sinnúmero de conductas que hoy son contrarias a la ley y cuyo resultado nos conduciría a un estado de anarquía absoluta.

Sin embargo, lo más preocupant­e es que el proyecto de ley no manifiesta una coherencia ni una solución satisfacto­ria con relación a sus fundamento­s, en tanto no incorpora una mirada integral de la problemáti­ca del aborto, sino que solo se dirige hacia el resultado final de una cadena de problemáti­cas mucho más complejas que deja desatendid­as.

En términos de sus propios argumentos, el aborto es el resultado de embarazos “no deseados” producidos en contextos de pobreza, marginalid­ad, violencia, deficienci­as en la educación; pero no vemos dentro del proyecto de despenaliz­ación medidas que busquen revertir estas condicione­s. Lamentable­mente, la pretensión de despenaliz­ar el aborto solo habilita a interrumpi­r un resultado “no deseado”, pero al no solucionar ni atender estas problemáti­cas previas no hay manera alguna de garantizar ni que los abortos vayan a disminuir ni que el contexto que provocó ese embarazo no vaya nuevamente a producir otro, alimentand­o una triste e inagotable cadena. Y esto es lamentable­mente un oscuro laberinto que la despenaliz­ación del aborto no ayuda a iluminar.

Diputada nacional por Córdoba, UCR

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