LA NACION

La edad avanzada abre el debate de la capacidad de los líderes para gobernar

La mayoría de los Estados no limita el acceso al poder de los aspirantes longevos

- Adam Taylor Traducción de Jaime Arrambide

WASHINGTON.–¿Cuándo se es demasiado viejo para ser un líder mundial? Los votantes de Malasia muy pronto tendrán que sopesar esa pregunta, tras la decisión de la alianza opositora de elegir al ex primer ministro Mahathir Mohamad para que enfrente a Najib Razak, al actual primer ministro sumido en el escándalo.

A los 92 años, Mahathir es casi 30 años más viejo que Najib. Fue el primer ministro malasio que ocupó más tiempo ese cargo, desde 1981 hasta 2003. Si gana las elecciones, previstas para antes de agosto, Mahathir se convertirá en el jefe de Estado o de gobierno más anciano del mundo.

Si se incluye a los gobernante­s hereditari­os y los líderes autocrátic­os, en ese ranking hay mucha más competenci­a. La reina británica Isabel II, de 91 años, ostenta el título de líder más viejo del mundo, un puesto que le arrebató el año pasado al zimbabuens­e Robert Mugabe cuando lo depusieron a los 93 años de edad. El presidente de Túnez, Beji Caid Essebsi, tiene 91 años y es el líder elegido en funciones más anciano del mundo.

La decisión de Mahathir de competir refleja el estado actual de la política en Malasia, en particular, por su oposición pública a su exaliado Najib, quien está involucrad­o en un megamillon­ario escándalo de corrupción relacionad­o con un fondo de desarrollo del Estado. Se cree que de ser elegido, Mahathir usará su poder para indultar a otra importante figura opositora, Anwar Ibrahim, quien cumple una condena de cinco años de prisión por cargos de sodomía, una causa que según sus seguidores tiene motivacion­es políticas.

Si lo indultan, Ibrahim, de 70 años, podría competir para primer ministro y eventualme­nte suceder a Mahathir, su exaliado, y luego rival, y ahora otra vez aliado.

Al mismo tiempo, las elecciones en Malasia también se enmarcan en el debate mundial sobre la edad máxima de los jefes de Estado. Esa discusión ha sido especialme­nte acalorada en Estados Unidos, donde en 2016 se enfrentaro­n Donald Trump, porentonce­s de 70 años, y Hill ar y Clinton, de 69, los dos candidatos de mayor edad de una campaña presidenci­al norteameri­cana, con la excepción de la reelección de Donald Reagan en 1985.

Algunos opositores a Trump argumentan que la edad del presidente, sumada a su mala alimentaci­ón y su poco ejercicio físico, han afectado negativame­nte sus capacidade­s cognitivas. Esa idea ha cobrado fuerza tras la aparición del nuevo libro Fire and Fury, que retrata a Trump como un hombre infantil e incapaz de concentrar­se en las responsabi­lidades de su cargo.

La Casa Blanca ha desmentido tajantemen­te esa idea, y el propio Trump ha asegurado ser “un genio muy estable”. Su gobierno también tildó de “ridículos” a quienes hicieron notar que en un discurso del mes pasado, el presidente parecía arrastrar las palabras.

Por supuesto que tener en el cargo a un mandatario de edad tiene sus beneficios: cuentan con la sabiduría acumulada tras largas décadas de moverse en los más altos niveles de la toma de decisiones, concitan apoyo y la gente los conoce. Pero tampoco caben dudas de que ser jefe de Estado conlleva una carga de trabajo y una exigencia de viajes que pueden ser difíciles de cumplir para los candidatos de mayor edad.

Desde una miraba global, ha habido algunos mandatario­s cuya edad parece haber afectado su labor. Antes de ser depuesto, Mugabe era famoso por quedarse dormido en medio de reuniones de alto nivel. El año pasado, cuando se vio forzado a renunciar, los líderes de la intentona argumentar­on que su “avanzada edad” le hacía físicament­e imposible seguir a cargo del gobierno.

En Estados Unidos, hacia el final de su segundo mandato, Reagan solía olvidarse las cosas, lo que generó especulaci­ones sobre su salud mental en la opinión pública norteameri­cana. Tras dejar el cargo, a Reagan le diagnostic­aron Alzheimer, y su hijo posteriorm­ente declaró que ya había manifestad­o síntomas de la enfermedad cuando era presidente.

Sin embargo, es infrecuent­e que se ponga límite a la edad de los jefes de Estado o de gobierno. Por el contrario, la mayoría de los países suelen establecer algún tipo de re- querimient­o de edad mínima para postularse para un cargo. Durante los últimos años, el mundo ha sido testigo de un auge de líderes jóvenes. El presidente francés, Emmanuel Macron, llegó al cargo a los 39 años, mientras que el líder norcoreano Kin Jong-un, tiene actualment­e 34 años. El líder más joven del mundo es Sebastian Kurz, elegido canciller de Austria el año pasado: tenía 31 años.

Los expertos suelen coincidir en que la edad por sí sola no sirve para determinar ni la salud ni la capacidad de alguien para trabajar. El año pasado, Mahathir concedió una entrevista al diario Strait Times, donde explicó que su secreto para verse siempre joven (el periódico señalaba que efectivame­nte su aspecto había cambiado muy poco en los últimos 12 años), era muy sencilla: no comer de más.

Pero la preocupaci­ón de los votantes malasios tal vez no sea que Mahathir haya cambiado mucho, sino más bien que no haya cambiado lo suficiente. Durante sus 22 años como primer ministro, Mahathir tenía la temible reputación de ser un líder autoritari­o con pocas pulgas para los valores liberales, y fueron sus prácticas las que allanaron el camino para el ascenso de Najib. Y desde su regreso a la arena política, Mahathir no ha expresado el menor arrepentim­iento por sus excesos del pasado.

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