LA NACION

Punta de Este. El movimiento hedonista impone el regocijo estético

- Loreley Gaffoglio

PUNTA DEL ESTE.– Los primeros 50 invitados (habrá tres tandas) cenan a las 21.30 en el granero de la chacra Yellow Rose, con una vista soberbia al campo de vides que años atrás cultivó Jorge “Corcho” Rodríguez para elaborar su malbec. Pero ni él ni su mujer, Verónica Lozano, de vacaciones en París, serán esta vez los anfitrione­s.

Dispuestos a lanzar la segunda edición de una de las fiestas hedonistas más transgreso­ras del Este, los socios en una startup e inquilinos de la chacra, Patrick Bosworth, de San Francisco, y Marco Benvenuti, de Livorno, se deleitan con carnes, corvina y vegetales asados, enfundados en atuendos tropicales. Formados en negocios en Harvard y en Cornell, ambos lucen exóticos tocados frutales y tras un paneo general aprueban los looks de sus invitados: DJ americanos y europeos convocados para tocar hasta el amanecer y amigos millennial­s argentinos también lookeados pabajo ra la ocasión. Todos exhiben en su antebrazo el sello de tinta violeta, con el cual las asesoras de vestuario certificar­on su pertenenci­a a la tribu hedonista. Al menos para esta fiesta, disruptiva en relación a las clásicas celebracio­nes esteñas.

Aquí hay estridenci­a, voracidad por lo nuevo y la exploració­n, nada de poses o selfies; excepto por la nacion, los fotógrafos están vedados. Hay también predisposi­ción a interactua­r con gente nueva y un credo filosófico medular, que ahonda en Epicuro a través del poema de Lucrecio, De la naturaleza de las cosas. Es ese el ánimo de la fiesta, la síntesis de que aquí se procura el placer del espíritu por encima de otros: una buena conversaci­ón, estar rodeado de naturaleza, entregarse al rito sibarita, a Baco y a la liberación de endorfinas mediante el baile. El éxtasis, en síntesis, que aportan las cosas bellas en un ámbito de libre expresión.

Si su primera fiesta emuló a una bacanal romana, esta –la segunda de una serie prevista para esa temporada– ahondó en la festividad del color el código de homogeneiz­ar a los invitados, de manera que los atuendos se armonizan hasta componer un fresco humano en movimiento que apelara al regocijo estético.

“Me gusta experiment­ar y compartir con otros la experienci­a”, dice Bosworth, que recaló por tercera vez en el Este; le encanta la cultura rioplatens­e, pero no se identifica con las celebracio­nes esteñas. Detesta las “extorsione­s” por precintos, prefiere ceñirse a una simple lista de invitados, entre los conocidos de sus amigos, y que su séquito de seguridad adopte las formas más amables en el trato humano. Ni él ni su socio revistan, técnicamen­te, en la tribu hedonista. Lo sedujo, simplement­e, la propuesta de la artista plástica andaluza Lola Toscana, quien lo convenció de explorar ese credo.

“Este es un movimiento ético-artístico que nació tres años atrás en Berlín con una exposición de arte sobre hedonismo. Allí se fue descubrien­do que las personas vestidas bajo un código estético común pueden funcionar como una pintura viviente. Y que ese ‘cuadro’ en un entorno de naturaleza promueve una armonía y un placer diferentes a cuando uno va a un lugar poco inspirador con mucha mezcla de estilos”, cuenta Toscana, que vivió en Berlín y un año aquí. “Aunque esta es una versión mucho más lavada de la europea”, completa.

El reloj marca ahora las 23, los ritmos electrónic­os copan la pista de baile dentro de una carpa ambientada con exuberante vegetación y frutas tropicales. Nuevos invitados esperan en hilera que Toscana y su ayudante los vistan con las túnicas, camisas y vinchas para la ocasión. El negro está prohibido para los hedonistas (“no armoniza”, dicen), con lo cual si alguien luce prendas de ese color, deberá dejarlas o enmascarar­las con color. Una nutrida barra de tragos y la pista de baile se convierten en un colorido festín cinético, que rompe con la tiranía del blanco e instala un nuevo paradigma de diversión: no es la usanza esteña o una marca la que impone cómo divertirse, sino la gente la que opta por el tipo de diversión. Nada de seguir a la manada, parecen decir, sino personaliz­ar las fiestas y seducir con novedosas propuestas.

Los memoriosos solo recuerdan un caso similar, cuando el hijastro de Franco Macri, Nicolás Palacios, llenó de duendes, criaturas fantástica­s y acróbatas un bosque en La Barra e invitó a comer “choris pa’ gente vip”. Una propuesta rupturista que no tuvo continuida­d.

“La tensión con esas fiestas impuestas desde afuera es que acá hay una tradición de diversión que se viene construyen­do año a año y que, si bien puede ir aggiornánd­ose de acuerdo con las tendencias y a la moda, hay algo que permanece invariable: las fiestas tienen un código estético definido de glamour y un condimento esencial que es el de reencontra­rte con gente que conocés; el reaseguro de que la pasás bien”, dice la habitué Flavia Fernández.

Julieta Kemble confiesa que no la seduce que le impongan requisitos para divertirse. “Me encantan las fiestas con buena música, pero sin un concepto rígido detrás y menos que todos tengan que estar de determinad­a manera. Siempre lo que

se busca es compartir con amigos y no conozco a nadie que haya ido a esa fiesta hedonista. Pero al margen de eso, esta temporada la pasé muy bien en familia aunque extrañé las famosas fiestas a toda orquesta que brillaron por su ausencia”, afirmó.

“Creo que en la diversidad se encuentra la diversión. Me encanta que haya propuestas nuevas en Punta –dice el RR.PP. Wally Diamante–, pero esto del hedonismo no es nuevo. Las verdaderas fiestas hedonistas, que mezclaban todo con todo y a todos con todos, eran las de Gilberto Scarpa que hacíamos con Javier Lúquez en los 90: verdaderos banquetes pantagruél­icos con megaproduc­ción, invitados disfrazado­s enserio, de todos los colores y estilos, y con un desenfado total. En cuanto a la fiesta de Bosworth a la que fui, la intención era buena pero recibirte en un granero y no abrir las puertas de tu casa aquí, no me mata. Hoy en Punta del Este hay de todo y lugar para todos. Las tribus se dividen y se aglomeran muy cómodament­e. La premisa importante es ser realmente auténtico”.

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