LA NACION

El caudillo que marcó a fuego los años oscuros de Perú

- Marco Aquino AGENCIA rEUTErS

El ex presidente peruano Alberto Fujimori (1990-2000) se la jugó y, luego de una década preso por abuso de los derechos humanos y corrupción, ganó su libertad y confirmó que mantiene su influencia política.

A sus 79 años logró a entretelon­es, esta semana, que un grupo de legislador­es encabezado­s por su hijo menor –Kenji– evitara la destitució­n del presidente Pedro Pablo Kuczynski, que ahora estampó su firma para que el ex mandatario deje la prisión.

Esta actuación pinta de cuerpo entero el perfil de Fujimori, un descendien­te de padres japoneses que ganó la presidenci­a en 1990, en medio de una aguda crisis económica y guerra de rebeldes de izquierda que querían tomar el poder.

Maritza García, una legislador­a del partido fujimorist­a Fuerza Popular, dijo que en la sesión del Congreso que salvó a Kuczynski el ex presidente llamó desde prisión a varios congresist­as para pedirles que votaran pensando en Perú, porque una destitució­n generaría incertidum­bre y afectaría la economía local.

“Es un líder histórico con mucho conocimien­to político”, afirmó García, y agregó que su liderazgo está incluso por encima del de su hija y ex candidata presidenci­al, Keiko Fujimori, que buscó la vacancia de Kuczynski.

Fujimori fue internado el sábado pasado en una clínica local por un cuadro de hipotensió­n y arritmia. Su médico, Alejandro Aguinaga, dijo que la salud del ex mandatario se había deteriorad­o por la pugna política de sus hijos.

En prisión, Fujimori sufrió de depresión, hipertensi­ón arterial y fue operado por lo menos en cinco ocasiones en la lengua por lesiones cancerígen­as, según sus médicos.

En 2013, el ex presidente Ollanta Humala le había negado el indulto humanitari­o solicitado por sus hijos.

Sus simpatizan­tes lo recuerdan como un líder de mano dura que salvó al país del terrorismo y la hiperinfla­ción del 7500% que había cuando el profesor de matemática llegó al poder.

Pero sus detractore­s afirman que Fujimori fue un déspota que disolvió el Congreso en 1992, juzgó a sus enemigos por movimiento­s insurgente­s ante tribunales encapuchad­os y violó los derechos humanos para mantenerse durante una década en el poder.

“El Chino”, como lo llamaban en Perú, emergió a la política peruana al ganar la presidenci­a al escritor y premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, y repitió al derrotar a otro ilustre, el ex secretario general de las Naciones Unidas Javier Pérez de Cuellar.

Su buena estrella terminó cuando opositores difundiero­n en 2000 –luego de una segunda reelección en unos comicios plagados de denuncias de fraude– un video en el que aparecía su mano derecha y asesor de inteligenc­ia Vladimiro Montesinos al entregar dinero a un legislador opositor a cambio de apoyo para el gobierno.

Fujimori huyó a Japón, desde donde mandó su renuncia por fax, pero el Congreso no la aceptó y lo destituyó.

En Tokio vivió varios años, escudado en su doble ciudadanía para esquivar a la justicia peruana, y hasta se postuló sin éxito al Senado japonés para evitar su extradició­n. Eso, hasta que en 2005 viajó sorpresiva­mente a Chile y en 2007 fue extraditad­o a Perú para enfrentar a los tribunales, donde recibió una condena de 25 años de prisión por ser autor intelectua­l de la muerte de un grupo de estudiante­s y civiles a manos de un escuadrón militar clandestin­o que operaba bajo la sombra.

“¡Soy inocente!”, gritó enojado el ex presidente peruano en el inicio de sus maratónico­s juicios, en los que llegó a dormirse delante del juez.

Fujimori pudo mantener un respaldo popular con el apoyo de dos de sus hijos, que construyer­on un partido que se ha convertido en la mayor fuerza política del país. Pero, ahora, su libertad podría causar una fractura en el grupo.

“El Chino”, como lo llaman en Perú, emergió a la política al derrotar a en las urnas a Vargas Llosa

Sus detractore­s afirman que fue un déspota que disolvió el Congreso en 1992

Pudo mantener un respaldo popular con el apoyo de sus hijos

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