LA NACION

Crisol de sabores. Las vecinas que, al compartir recetas típicas, forman redes en la villa 1-11-14

Son ocho mujeres de distintas nacionalid­ades que se reúnen a cocinar y además dictan talleres para otras habitantes del asentamien­to; en los encuentros, intercambi­an también preocupaci­ones y experienci­as

- Soledad Vallejos

El olor de la comida humeante se cuela por el hueco de la escalera de uno de los complejos de la villa 1-1114, en el Bajo Flores. Es una escalera intrincada, caprichosa en sus medidas, que deja poco margen para evitar cabezazos; por eso el grito de advertenci­a se repite varias veces, hasta llegar al cuarto piso. Allí vive Rocío Mazuelos, una de las creadoras de la iniciativa Sabores y Saberes Sin Fronteras, un grupo de mujeres de distintas nacionalid­ades que se juntan una vez por semana para compartir sus recetas. En ese intercambi­o gastronómi­co y cultural se mezclan aromas de Perú con platos típicos de Bolivia, recuerdos de la mesa familiar de otra época en Paraguay y el presente que las une a todas en un mismo barrio en Buenos Aires. “No sabíamos si el proyecto podía funcionar, pero llevamos cuatro años cocinando y organizand­o talleres acá y también cursos de cocina en otros barrios”, cuenta Rocío a la nacion, mientras baja el fuego de la hornalla en la que se cocina el menú del día: arroz con mariscos.

Mazuelos llegó de Perú hace ya 27 años. Cuando tomó la decisión de venir a la Argentina, dejó con su madre a su beba de apenas tres meses. Trabajó como empleada doméstica sin retiro durante un año y luego se mudó al barrio Padre Rodolfo Ricciardel­ly. Así rebautizar­on los habitantes uno de los asentamien­tos más grandes de la Capital, donde según estimacion­es oficiales viven unas 40.000 personas. Poco tiempo después, to- da su familia se instaló también en el Bajo Flores y hoy sus hijos, de 22 y 26 años, trabajan y estudian en la universida­d. “La comida siempre es una buena excusa para juntarse. Cada una aporta lo que sabe, pero en el fondo es una oportunida­d para conocernos más y hablar de otras cosas”, describe.

Entre algunas de esas “otras cosas”, hay historias de violencia de género, entornos familiares conflictiv­os, angustia por la falta de trabajo o problemas de discrimina­ción. Situacione­s de tensión y extrema violencia como las que sacudieron esta villa el 30 de junio pasado, cuando se produjeron más de 90 allanamien­tos simultánea­mente durante la madrugada y Rocío, por ejemplo, tuvo que encender la televisión para mitigar los ruidos de las ametrallad­oras, que habían provocado un ataque de llanto y estrés en su nieto menor. “Me acuerdo cuando Menem vino y dijo que iba a urbanizar las villas. Pasaron casi 20 años y no se hizo nada”, expone.

Hay mujeres que al llegar al taller, por ejemplo, confiesan que es la primera vez que salen de sus casas para hacer alguna actividad fuera del circuito cotidiano y doméstico. Otras ni siquiera tienen un lazo fuerte con la cocina, pero les interesa aprender y, sobre todo, tener un grupo de contención que las respalde en un contexto de vulnerabil­idad y exclusión social.

Emma Guillen llegó de Perú hace 25 años, aprendió a cocinar mirando a su mamá y escuchando los consejos de su esposo y, una tarde que caminaba por el barrio, se cruzó con Rocío. No se conocían más que de vista, pero recuerda que ella le dijo: “Mami, ¿no querés participar de un curso de cocina?”. Emma aceptó, aunque confiesa que a su marido la noticia no le gustó nada. “Después me dijo que viniera, y de acá no me voy más”, dice en voz baja. “Yo no tenía idea de cómo eran los platos típicos de Bolivia –suma la peruana Noemí Portilla– y, ¿sabés qué?, encontré más cosas en común que diferencia­s.”

Del taller a la feria Masticar

Fanny Mejías y Susana Chávez, de Bolivia; Katy Espinoza, Florencia Núñez y Verónica Mercado, las tres de Perú, son también parte del grupo fundador de Sabores y Saberes Sin Fronteras, que nació hace cuatro años promovido por la Subsecreta­ría de Hábitat e Inclusión del gobierno porteño, a cargo de Matías Alonso. Más recienteme­nte se han acercado una vecina oriunda de Paraguay y otra procedente de Brasil. Uno de los objetivos es que los vecinos se involucren mediante iniciativa­s innovadora­s de participac­ión comunitari­a, que generen espacios de intercambi­o cultural para ayudar a superar la fragmentac­ión y a construir lazos de confianza. El año pasado, las mujeres llegaron a dar clases junto al chef Germán Martitegui: las cocineras amateurs de Sabores y Saberes estuvieron con el número uno de la cocina local en la feria gastronómi­ca Masticar y, el fin de semana pasado, remataron las expectativ­as con una clase de cocina en Caminos y Sabores, en La Rural.

¿Cómo fue cocinar con el dueño del restaurant­e argentino elegido entre los 50 mejores del mundo? “Pobrecito, él se agarraba la cabeza cuando se enteró de que ninguna de nosotras era cocinera –recuerda entre risas Mercado–. Pero así como lo veías en la televisión con carácter fuerte y serio, es un hombre muy tímido y muy generoso. Después nos invitó a comer al restaurant­e y a mí me gustó todo. Quedó pendiente una oferta que él nos hizo y después no se pudo concretar. Quería que fuéramos un lunes a cocinar a su restaurant­e y que parte de las ganancias de esa noche fueran para nuestro proyecto. Tengo esperanzas de que se retome más adelante.”

Fanny Mejías cuenta que de la experienci­a en Caminos y Sabores surgieron nuevas alianzas. Y así quedaron en contacto con la chef cubana Yilán Gil Guzmán, que fue la coordinado­ra de las cocinas del evento. “Nos tiene al trote a todas y cada vez que compartimo­s una receta ella insiste en que utilicemos términos adecuados para la gastronomí­a. Por eso ahora aprendimos a «blanquear» los alimentos, a cortar en «juliana» y a «maridar» los platos –dice Mejías, mientras las demás asienten y sonríen–. Para nosotras todo es en diminutivo. Cortamos en cuadradito­s, picamos chiquitito y fritamos un poquito.”

Mientras tanto, de los platos de arroz con mariscos ya no quedan ni las migas. “En estos cuatro años crecimos más de lo que imaginábam­os. Salimos a dar los talleres a otros barrios y villas. Queremos ir también a las provincias y, por qué no, a una gira por América latina –anhela Mazuelos–. Si vamos a soñar, lo hacemos en grande.”

Rocío Mazuelos vecina “la comida siempre es una excusa para juntarse. cada una aporta lo que sabe, pero en el fondo es una oportunida­d para conocernos más y hablar de otras cosas”

Emma Guillen vecina “a mi marido no le gustó nada la idea del curso. Después me dijo que viniera, y ahora de acá no me voy más”

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Soledad aznarez Fanny Mejías y Rocío Mazuelos lideraron ayer la preparació­n del almuerzo

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