Diego Peretti. “No soy un actor agraciado por la vara de Dios”
Protagonista de películas y obras de teatro, también se anima a la autogestión; en plena vorágine laboral reflexiona sobre el oficio
Llega a la entrevista con una cazadora de cuero negra, una remera rayada y el pelo revuelto, sujeto por una vincha. Con más de veinticinco películas en su trayectoria, Diego Peretti (54) desarrolló una comicidad que se transformó en su marca personal: la ingenuidad del hombre común al que le pasa algo extraordinario.
Por estos días se luce en el teatro Metropolitan con Los vecinos
de arriba, la comedia del catalán Cesc Gay que habla del desgaste de una pareja de muchos años, junto con Florencia Peña, Julieta Vallina y Rafael Ferro, bajo la dirección de Javier Daulte. Pero además, se encuentra en la recta final antes del debut de Por H o por B, una pieza de teatro independiente en la que participa desde su gestación junto al director, Sebastián Suñé, que acaba de estrenarse en Timbre 4.
En cine, después del lanzamiento de Casi Leyendas, film que protagonizó junto a Diego Torres y Santiago Segura, acaba de estrenar Mamá se fue de viaje, su último largometraje en tono de comedia que protagoniza junto a Carla Peterson, bajo la dirección de Ariel Winograd. Además, adelanta que hacia fin de año rodará La muerte de un comediante, un film autogestionado que nació a partir de una inquietud muy personal: “A los 50 años uno ya no tiene el peso del mandato que siente hasta su juventud adulta, y tampoco se le presenta la muerte como algo tan contundente hacia adelante, que es cuando uno empieza crear su propia órbita. Entonces te das cuenta de que la pregunta que te hiciste durante mucho tiempo, desde chico, aún no te las has contestado, y si seguís así no te la vas a contestar nunca”, sintetiza la trama de esta película que se rodará en Bruselas entre diciembre y enero, con dirección de Javier Beltramino.
Papá de Mora, de 15 años, su padre, Aldo, era maestro de Física y Matemáticas y su madre,Margarita, vendía ropa en un negocio. Se crió en el barrio de Constitución, estudió en el Nacional de Buenos Aires y más tarde se recibió de médico (psiquiatra) en la UBA. Sin embargo, antes de terminar la facultad descubrió que su vocación iba por otro lado. “Me encontré en un desierto, en un páramo, porque no me gustaba la actividad médica, tenía que poner un montón de energía ahí y no me gustaba. Tenía una depresión monumental. Entonces un amigo me dijo: «Por qué no empezás a hacer teatro, boludo?», y me mandó a la escuela de Raúl Serrano, una de las más importantes que había en ese momento en Buenos Aires. Me quedé prendido”, recuerda. –Con una mirada retrospectiva: ¿cómo te forjó ese oficio de actor todos estos años? –Ser actor es una disciplina un poco gitana, en el sentido de que no tenés una contención permanente, no hay ninguna seguridad. Entonces en la medida en que vas creciendo y desarrollándote como persona, te sentís adentro o afuera del sistema. Eso genera un tipo de personalidad un poco huérfana, pero también muy humana. Y si uno lo sabe aprovechar, si uno tiene el instrumento para expresarlo, esa combinación te da una poesía interesante. –¿Qué diferencia hacés entre actuar y opinar cuando actuás? –Actuar no es muy difícil. Es sorpresa (pone cara de sorpresa); tristeza (pone cara de tristeza); alegría (ídem); desconfianza (ídem). Pero opinar en la actuación te lleva a expresar valores, a determinada resolución de ciertos conflictos. Por ejemplo, Ulises Dumont tiene una poesía que trasciende lo que hace. Siempre está con una angustia urbana a punto de explotar que incide en cualquier personaje. El John Wayne nuestro es Luppi, el paternal, que si te da una palabra es una palabra. Eso Luppi lo tiene hasta para hacer de asesino serial. O la violencia comprimida de De Niro, el destino trágico de Brando. –O el hombre ordinario al que le pasan cosas extraordinarias, que sos vos. –Sí, en general muchas comedias ocurren a partir de eso. Creo que esa hoja la escribo medianamente bien. Esa ingenuidad con delay pero que a la vez está decidiendo hacia el bien y no hacia el mal automáticamente, puede llamarse cierta poesía actoral. –Alguna vez dijiste que sentís ciertos límites para el teatro que no encontrás en el cine. ¿Cuáles son esos límites? –En el teatro la poesía de un actor lo incluye de la punta del pie a la punta del último pelo que tenga más alto. Y en ese sentido, yo no soy un actor agraciado por la vara de Dios. No tengo una voz agraciada, no tengo una estética muy agraciada, y eso queda muy expuesto en teatro. Pero en el cine, tengo una expresividad facial que está más recortada, más fuera de contexto y puede guiar un poco más. En ese aspecto creo que puedo llegar más profundo que en teatro. No lo sé. –¿Qué hacés en tus ratos libres? –De todo. Deportes (voy al gimnasio, le pego a la pelota, natación); también leo libros políticos; veo series (Mad Men, House of Cards, Amercian Crime Story). También muchas películas de Netflix. –¿Qué análisis hacés del país? –Soy optimista siempre. Si uno pudiera hacer un mapa genético de Argentina y supiera que no va a haber ninguna interrupción del sistema democrático en 180 años, te diría que tenemos un buen destino. Pero nos falta discutir mucho entre nosotros sin ninguna interrupción. –¿En qué creés? –Creo que cada día tiene que ser vivido con la belleza de ser un día en la vida de alguien. Con esa ideología. Si duermo una siesta, y es una hora y media, pasarla bien en la siesta. Si crío a mi hija, cada vez que la crío, pasarla bien, más allá de las discusiones. Si voy a hacer una obra de teatro independiente, que los ensayos sean lindos, que sean entretenidos. Cada función de esta obra, que la pasemos bien, los cuatro, ese tipo de cosas. –¿De qué cosas estás seguro? – Qué se yo, a ver… de que soy una buena persona, en el sentido que trato de tener afinado el violín que me toca tocar en la orquesta, y tocarlo bien. –¿Hacés terapia? –No, no. Hice hace mucho tiempo. Pero no estoy en un momento que tenga que hacer terapia, prefiero más dialogar conmigo mismo que con otra persona. –¿Qué cosas te angustian? –La enfermedad mía y de terceros. Más que cualquier cosa. –Para terminar: ¿una máxima para vivir? –Cada día es único.