LA NACION

Esa puerta conducía al paraíso

- Ariel Torres —LA NACIoN—

Mi parra de uva chinche dejó de verdear como a los 80 años, en el invierno de 2004

En 1968 mi familia adquirió un caserón antiguo en el barrio de Barracas. Recuerdo el primer día que visité esa casa. La gruesa puerta de calle estaba abierta, seguía el largo zaguán –que habría sido y algún día volvería a ser testigo de amoríos inexpertos– y más allá dormitaba un patio interno con un toldo de lona mustia. Después, siempre en línea recta, seguían el comedor, la cocina y otra puerta abierta. Esa puerta conducía al paraíso.

Solté la mano de mi madre y salí corriendo. Todo lo demás, las hermosas persianas de hierro, las bisagras como de castillo feudal, las altas puertas de roble macizo, nada de eso llamó mi atención. Desde la calle había vislumbrad­o el patio y una sombra que sólo pueden permitirse las parras o los jazmines. No conocía estos nombres aún. Pero habiendo sido desterrado casi dos años antes de mi mundo idílico en los suburbios, esa sombra móvil, mezcla de susurros y luz, me atrajo como un reencuentr­o largamente esperado.

Corrí los casi 30 metros a toda carrera y franqueé el desgastado umbral de madera. Me detuve allí fascinado. La mitad derecha del antiguo patio estaba cubierta por un gigantesco jazmín del país, y todo el tiempo caían flores. Estaban lloviendo flores en la tarde apaciguada por la sombra, y el perfume era como una muchedumbr­e.

Pronto mi abuelo iba a enseñarme que el néctar de esas flores es dulce, y nunca, hasta hoy, abandoné la costumbre de presionar los leves tallos para extraer esa gotita que, aunque ínfima, vuelve a abrir la ventana del tiempo y me lleva a aquella tarde en que conocí el jazmín del patio del caserón de Barracas.

En la mitad izquierda gobernaba una anciana parra de uva chinche, que se podaba cada 9 de julio. Le sacábamos baldes de fruta, y mi madre logró evitar, por poco, que mi abuelo me iniciara en el delicado arte de la vinificaci­ón, que él mismo practicaba en su casa, sin mucho éxito.

De algún modo, el añoso arbusto y la deliciosa vid convivían en paz. Mi parra dejó de verdear como a los 80 años, en el invierno de 2004. El jazmín nos había dejado mucho antes. Lo relevaron glicinas, caballeros de la noche, un mburucuyá irredento y un plumbago melancólic­o. Ninguno lo igualó en prodigalid­ad.

Los vecinos del fondo tenían dos árboles magníficos. Un níspero y un ficus, que aquí llamamos gomero. De suyo, no está bien visto que un chico deambule por las medianeras y luego se trepe al árbol del vecino para robarle su fruta. Pero aquel níspero era tan gigantesco que el buen anciano nos alentaba a la cosecha.

–Hay para todos –le dijo a mi madre, cuando me llevó de la oreja a pedirle disculpas luego de haberme atrapado colgado de una rama como un mono, con una olla llena de los pequeños frutos amarillos. El hombre nos hizo pasar y señaló el angosto cantero, deshecho por las raíces furiosas del ficus. Crecían pequeños nísperos por todas partes.

De todos modos volví a mi casa de la oreja. Pero con una idea. Desde ese día empecé a plantar todas las semillas que llegaban a mis manos. Desde manzanas y limones hasta la amapola y el anís. También empecé a recolectar semillas de árboles en las plazas cercanas. Un braquiquit­o me enseñó una dura lección cuando extraje con las manos desnudas las semillas de sus frutos.

Mi pobre madre, que encontraba mi industrios­a curiosidad a la vez admirable y preocupant­e, vio cómo la compañía de latitas con brotes crecía, al amparo de un techo de tejas, en un rincón del patio. Después empecé a ahorrar para comprar semillas en los comercios industrial­es, donde me trataban como si me hubiera equivocado de local, hasta que empezaba a pronunciar nombres en latines torpes. Tuve en ese fugaz bosque en miniatura ginkgos, alerces, cipreses de los pantanos, pinos, por supuesto nísperos, ailantos y nogales. Enemigos ancestrale­s e invisibles que el hombre de campo conoce bien lo diezmaron muchas veces. Entonces recolectab­a nuevas semillas. Y volvía a empezar.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina