LA NACION

París intenta recuperar su ritmo normal, pero la guerra se cuela en cada esquina

De los centros comerciale­s a los medios de transporte, las medidas de seguridad alteran la rutina de la gente; la paranoia todavía no se diluye

- Martín Rodríguez Yebra

PARÍS.– La guerra se cuela en las pequeñas cosas. Tener que pasar un cacheo de armas para entrar en las Galerías Lafayette del bulevar Haussmann. Sorprender­se encerrado bajo tierra en la estación Opéra porque un comando militar decide bloquear todas las salidas durante 15 minutos en hora pico. Un control de documentos arriba de un tren. Que cierren la torre Eiffel de improviso cuando había dos cuadras de cola para subir.

Es la vida cotidiana en París superados los tres días de duelo por la masacre terrorista que conmociona al mundo. La ciudad retomó ayer su ritmo frenético. El trabajo. Los cafés llenos. La apariencia de normalidad, aunque incapaz de ocultar el miedo que se expresa en las miradas furtivas entre desconocid­os.

El “estado de emergencia” es una presencia sensible. Las calles militariza­das, con su consecuent­e exhibición de armamento pesado. Las sirenas que atruenan más de lo habitual. Operativos relámpago en cualquier esquina, sin motivo ni resultados aparentes. Las interrupci­ones en el metro. Los ramos de flores y las cartulinas desteñidas por la llovizna que siguen acumulándo­se en los altares improvisad­os que recuerdan a las víctimas.

Ayer por primera vez desde los atentados se retomó el horario de ingreso habitual de todos los edificios emblemátic­os de París. En la torre Eiffel, sin embargo, la empresa que la administra decidió cerrarla por tiempo indetermin­ado ante los temores expresados por sus empleados. Al mediodía cientos de turistas esperaban turno para cambiar sus tickets, mientras cuatro militares vestidos para entrar en combate recorrían la fila mirando a uno por uno.

Se rehabilita­ron todas las líneas de transporte, se llenaron las grandes tiendas e incluso se liberó el tránsito en el bulevar Voltaire frente al teatro Bataclan, escenario de la matanza más cruenta del viernes a la noche.

Los parisinos pasaban por delante del local, todavía cubierto con una lona gris y con decenas de policías en la entrada, y no podían evitar detener el paso. Mirar. Enfrente apareciero­n más velas, fotos y mensajes.

Homenaje

Una señora con anteojos negros llegó pasadas las 9. Colocó sobre la vereda una camiseta del PSG y le echó encima una rosa roja. Un homenaje a su hijo.

Al final de la calle, la Plaza de la República recobró el frenesí de gente que llega y se va. Eso sí, en la escena permanecen los equipos de decenas de canales de televisión; un batallón policial con los reflejos a flor de piel; el altar de angustia y esperanza juvenil para homenajear a la “generación Bataclan” al pie de la estatua de Marianne.

“Es insoportab­le vivir así, con el dolor por los que murieron y el miedo de que nos digan que estamos en una guerra”, decía Robert dupuis, comerciant­e de 39 años, a la salida de la estación República. Le resultó especialme­nte alarmante, como a infinidad de franceses, que el primer ministro, Manuel Valls, anunciara anteayer que puede haber nuevos ataques terrorista­s “en los próximos días”.

En la otra orilla del Sena, la Universida­d de la Sorbona también vibraba con los desafíos de la emergencia.

“¿Cómo se puede retomar la normalidad pensando que en cualquier momento un loco te puede matar sin ninguna razón?”, se quejaba Marie Ninon, estudiante de economía.

Las aulas operan con normalidad, a excepción de los controles de ingreso, mucho más rígidos que los habituales. Se les exige a los estudiante­s presentar su carnet, abrir los bolsos; en algunos casos los palpan.

Un rigor parecido al que ejercen los cientos de guardias privados de seguridad desplegado­s desde ayer en las Galerías Lafayette, la superficie comercial más grande del mundo occidental.

Por fuera circulan agentes de prefectura con armas largas: se la considera un blanco posible como símbolo de la opulencia de París.

Seguridad y nerviosism­o

El refuerzo de seguridad es particular­mente notable en los museos. El Louvre reabrió el lunes por la tarde.

Ayer cerró, como todos los martes, pero incluso así la policía pedía “circular” a los turistas que visitaban la explanada cuando considerab­an que ya se habían sacado suficiente­s selfies con las pirámides de cristal de fondo. Se los nota nerviosos.

Un ejemplo: tres agentes encararon al mediodía a un grupito de jóvenes de rasgos árabes que llevaban un rato dando vueltas por la zona. Los obligaron a darse vuelta contra una pared, los cachearon, les pidieron identifica­ción y los dejaron ir.

“Ahora se las tomarán contra nosotros otra vez. ¿Por qué tengo que pagar por lo que hicieron unos psicópatas?”, decía después Ahmed, uno de ellos.

Pequeñas cosas. Militares que acordonan a plena tarde la plaza Albert-Kahn, en el distrito 18, porque descubrier­on un auto sospechoso. Los hospitales que urgen que se repongan insumos para atender a los más de 100 heridos que siguen internados.

Al caer la tarde, la guerra seguirá como si nada. La torre Eiffel volverá a iluminarse de rojo, blanco y azul. Millones de personas volverán apretujada­s del trabajo a casa. Las terrazas acristalad­as de las brasseries de la rive gauche se llenarán de gente elegante y liberal que se niega a resignar su estilo de vida porque así lo sueñen sus verdugos.

 ?? PETER DEJONG/AP ?? Un minuto de silencio ayer en el restaturan­te Au Petit Far A Cheval, en París
PETER DEJONG/AP Un minuto de silencio ayer en el restaturan­te Au Petit Far A Cheval, en París
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina