LA NACION

HACE ARTE CAMINANDO

Richard Long recorre y después compone; su obra, en el Faena

- Loreley Gaffoglio LA NACION

Son las once de la mañana y un silencio místico se apodera del Faena Arts Center: alguien duerme en un mattress de yoga. Sobre el mármol de Carrara, Richard Long –el artista británico quizá más radical e innovador de la posguerra– descansa custodiado por la materia con la que cimienta una de sus obras épicas: cientos de bolsas con corteza de pino misionero. Es su intervalo ritual antes de culminar la instalació­n site

specific que evoca, junto a un descomunal mural de barro aplicado gestualmen­te con sus manos sobre la pared y varios registros documental­es, los 17 días de solitaria caminata por Tupungato y el Cordón del Plata, que emprendió hace dos años. Hace una semana que llegó a Buenos Aires y, en este lapso, en jornadas extenuante­s, representó la otra dimensión– la conceptual– de su viaje. “Mendoza Walking”, que se inaugurará pasado mañana, será su primera exhibición en Buenos Aires. Una forma de compartir aquella travesía contemplat­iva. Primero hay que entender que el arte de Long consiste, ante todo, en el acto mismo de caminar, en dejar una huella en la inmensidad del paisaje. La cadencia, dimensión temporal y espacial de ese derrotero sirven de excusa para una exploració­n radical en el arte sobre el escenario natural: cada una de sus pisadas junto a su intervenci­ón azarosa en el terreno –al desplazar rocas que encuentra in situ o dibujar con ellas ascéticas formas geométrica­s, por ejemplo– construyen una nueva gramática escultóric­a. Long utiliza figuras arquetípic­as: círculos, líneas, cruces, cúmulos, formas de extrema simplicida­d. Sus intervenci­ones en la naturaleza son poesías concretas, narracione­s condensada­s surgidas a partir de un contrapunt­o con el terreno: un diálogo meditabund­o con la naturaleza. Rupturista como pocos, Long (Bristol, 1945) es uno de los mayores exponentes del land art a nivel mundial y un pionero de las caminatas como soporte artístico. A partir de ellas, por lugares remotos y salvajes, inscribió un precedente estético: que el arte puede ser un viaje y una caminata, la deconstruc­ción de un paisaje. Sus piernas en acción, el movimiento de su cuerpo, lo energizan. Estimulan su imaginació­n. Y así, a medida que recorre largos trayectos, con su carpa y alimentos a cuestas, los materiales con los que se topa lo interpelan. El gesto escultóric­o es siempre azaroso y puede ser tanto una obra efímera como una sorpresa para la posteridad, para quien lo encuentre. Aunque la gente no vaya a identifica­rlo como arte, reconocerá él. “Construí mi vida artística en función de las cosas que me gusta hacer. Amo la naturaleza, las rocas y las caminatas por espacios de horizontes abiertos. Mi ímpetu es hacer marcas anónimas en el paisaje”, dice en una entrevista con la nacion. Su derrotero por las montañas himalayas, el desierto de Gobi y el Sahara, las praderas inglesas, las costas abruptas de irlanda, el terreno nevado de Alaska, el altiplano boliviano y hasta el cauce arcilloso del río Avon, en su Bristol natal, han sido testigos de obras que él luego fotografía. Le comunica así al mundo la retórica de su intervenci­ón y creación. Esta indagación entre naturaleza y arte, que Long realiza sin tregua desde hace 45 años, lo consagró como artista precoz: tenía 22 años. No había terminado sus estudios en el londinense St. Martin’s School of Art cuando fotografió el rastro de sus pisadas, impresas en línea recta en un insistente ir y venir sobre el césped, “No hay tensión ni conflictos en mi arte, todo sucede azarosamen­te. Después de aquella primera línea descubrí que el arte puede ser un viaje en lugar de un objeto. Y que podía deconstrui­r una escultura en un paisaje y esa escultura podía tener 1000 millas de largo”, dice, ahora, sentado en el bar del hotel Faena. De anatomía magra y musculosa, este hombre ágil puede caminar 50 km diarios, durante un mes, y unir la mezquita de Córdoba con la catedral de Santiago de Compostela, o andar en medio del invierno a la intemperie para medir el solsticio y convertir el sendero en una obra puramente conceptual. “Caminar como arte –sigue Long– supone diversas formas de andar y un contrapunt­o entre las imágenes que me dispara un lugar y la complejida­d de la naturaleza. Un círculo de piedras con el Aconcagua detrás no es sólo una representa­ción: es la celebració­n de ese horizonte y de estar en ese lugar en ese momento. Pero como no es posible decir todo de una sola manera en una muestra, necesito la impresión de mi mano en la pared, mi huella en el piso, la fotografía de la escultura natural y las palabras que definen los muchos viajes que dispara uno solo.” Con un deseo intestino de hacer algo siempre original, Long aborda el paisaje sin ideas preconcebi­das: “Estoy en un lugar, con mi propia historia, mi amor al arte, mi bagaje cultural y la obra simplement­e ocurre”, dice. “Creo que el arte anida en la imaginació­n y es igual de poderoso que una idea bien estructura­da. Ambas trasciende­n con igual fuerza”.ß

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Silvana Colombo Un espiral de corteza de pino, de 13 metros de diámetro, recrea la huella que dejó el artista en el Cordón del Plata
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“Círculo de Aconcagua”, 2012. Fotografía de Long que registra su intervenci­ón en la naturaleza

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