LA NACION

Palabra de madre

El irlandés Colm Tóibín sigue los hechos del Evangelio de Juan desde la perspectiv­a de María y logra una novela poética y respetuosa que presenta un personaje con una voz creíble

- Felipe Fernández

“Quieren que lo sucedido perdure por siempre […]. Lo que escriben, dicen, cambiará el mundo”, afirma la narradora de El testamen

to de María, que no es otra que la Virgen María. Los que “quieren que lo sucedido perdure por siempre” son los discípulos de Jesús que la visitan en Éfeso, adonde ella se ha refugiado después de la crucifixió­n de su hijo. Lo que están escribiend­o son los Evangelios. La breve novela de Colm Tóibín podría haberse llamado también “El Evangelio según María”. Su protagonis­ta representa una vital desacraliz­ación de la figura que aparece en el Nuevo Testamento y cuya divinizaci­ón se consolidó a través de la mariología.

El autor irlandés evita las distraccio­nes del color local y de la ambientaci­ón que suelen decorar las novelas históricas y propone un retrato intimista que se concentra en lo esencial: los sentimient­os de María y su punto de vista acerca de la vida y la muerte de su hijo. Para este enfoque –en el cual la fortaleza de lo ascético se impone a la tentación de lo pomposo– diseña una voz que se vuelve verosímil gracias a diversos elementos: precisión narrativa, una rítmica oralidad (preservada por una tersa traducción) y el empleo de una graduada dimensión poética del lenguaje.

Lo que calla María, una anciana que se prepara para su muerte, es tan importante como lo que cuenta. Sus reflexione­s muestran a una persona desconfiad­a y fundamenta­lmente escéptica. Los discípulos que vienen en busca de su testimonio no le caen simpáticos. No sabe si considerar­los sus protectore­s o sus guardianes. Se exasperan si ella no recuerda “lo que ellos creen que debo recordar”, y se refiere a uno que “escribió sobre cosas que ni él ni yo vimos”.

Esta mujer parece no compartir las enseñanzas de Cristo. Le desagrada su actitud de soberbia, en especial cuando le escucha decir que es “el Hijo de Dios”. No soporta oírlo hablar a los apóstoles con una voz “del todo falsa y el tono afectado”, “utilizando palabras grandilocu­entes y adivinanza­s, y vocablos extraños y orgullosos para referirse a sí mismo y a su labor en el mundo”. Sin embargo, su amor por ese hombre “lleno de poder”, que no la tiene en cuenta ni escucha a nadie, permanece invulnerab­le.

Se intuye en ella una postura feminista que se rebela contra la tradición patriarcal. “Siempre que vi a dos hombres juntos, vi estupidez y crueldad”, manifiesta, y no es casualidad que en Éfeso se identifiqu­e con Artemisa, “la vieja diosa, que vio y sufrió más

Los méritos literarios del libro trasciende­n el debate que el tema provoque entre lectores creyentes y ateos

que yo porque ha vivido más tiempo”.

A lo largo del libro –que en líneas generales sigue el Evangelio de Juan– se repasan algunos de los hechos milagrosos atribuidos a Jesús. Un amigo de María da su versión sobre la curación del paralítico. En ocasión de la boda de Caná, ella se entera de la resurrecci­ón de Lázaro y lo ve durante la fiesta, pero no demuestra entusiasmo, porque piensa “que nadie debería entrometer­se en la plenitud que es la muerte”. En la manera de enfocar la historia de este hombre vuelto a la vida, que “desprendía una sensación de suprema soledad”, se nota una perspectiv­a filosófica afín a la de “Lázaro”, el magnífico cuento de Leónidas Andreiev.

El episodio del agua cambiada en vino es presentado casi como un truco de prestidigi­tación. Jesús pide que le traigan seis barriles de agua y María comenta: “No sé si contenían agua o vino, sin duda el primero contenía agua, pero con aquel revuelo y aquella confusión nadie se enteró de lo que había ocurrido…”.

Uno de los momentos más crudos de su relato es el de la crucifixió­n. De esa experienci­a persiste su remordimie­nto por no haberse quedado hasta el final y la memoria de dos sueños consolador­es: uno en el que “tuve a mi hijo destrozado entre los brazos” y otro en el que Jesús “volvía a la vida”. Uno de los discípulos la obliga a repetir varias veces este último sueño para poder memorizarl­o. Se sugiere una intención manipulado­ra por parte de los apóstoles que se esfuerzan “por simplifica­r cosas que no son simples”. En una tensa conversaci­ón ellos tratan de convencerl­a de su concepción virginal, de la resurrecci­ón y la divinidad de Cristo y de su misión redentora. “Si quieren testigos –les contesta María–, yo lo soy y se los digo ahora, cuando afirman que redimió al mundo, que no valió la pena.”

Los méritos literarios del libro trasciende­n el debate que el tema pueda provocar entre un lector creyente y otro ateo. Sí se adivina en Tóibín un interés por explorar el complejo proceso que lleva a transforma­r el acontecer humano en una mitología, entendida esta palabra según la definición de Joseph Campbell, como un sistema de imágenes afectivas que evocan y dirigen energía psicológic­a.

Hacia el final, después de tanto dolor, la protagonis­ta encuentra un sosiego del alma y se reconforta en una visión liberadora, una suerte de elevación que puede interpreta­rse como una asunción simbólica, muy diferente de la asunción corporal proclamada por el papa Pío XII en 1950, pero igualmente enaltecedo­ra.

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EFE
La María de Tóibín tiene una postura cercana al feminismo actual que se rebela contra la tradición patriarcal. EFE
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COLM TóIBíN Lumen Trad.: Enrique Juncosa 126 páginas $ 99
El testamento de María COLM TóIBíN Lumen Trad.: Enrique Juncosa 126 páginas $ 99

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