LA NACION

El crimen de Gaitán, preludio de una época de locura y muerte

- Hinde Pomeraniec —PARA LA NACION— Twitter @hindelita

¡M ataron a Gaitán!” La noticia se volvió grito ahogado en miles de gargantas ese mediodía del 9 de abril de 1948, en Bogotá. Jorge Eliécer Gaitán, el político liberal y de ideas de izquierda en quien muchos colombiano­s tenían cifradas hacía tiempo esperanzas de justicia social, cayó muerto a pocos metros del edificio donde tenía su bufete de abogado. Acababa de salir junto a unos amigos, cuando un joven que lo esperaba en la calle, sin mediar palabra, le disparó: dos tiros dieron en su espalda y el tercero fue de remate, ya con la víctima en el piso. Juan Roa Sierra, 25 años, padre de familia y desemplead­o, seguidor de una orden esotérica y sin talentos visibles, tuvo, sí, aceitada puntería.

Mientras Gaitán moría en la Clínica Central, la capital tomaba temperatur­a en su desesperac­ión. Roa Sierra –casi un personaje de Arlt, paranoico, con ansias de grandeza y amante de las teorías de la reencarnac­ión– no tuvo tiempo para conocer el alcance de su crimen: una multitud enceguecid­a lo persiguió y mató a golpes en una farmacia, y luego arrastró su cadáver desnudo y masacrado como estampa dramática. El crimen del siglo, gran novela del narrador y dramaturgo Miguel Torres, bucea en la desequilib­rada mente de Roa, el hombre que ejecutó el crimen, pero no necesariam­ente quien lo planeó. Enemigos no le faltaban a Gaitán.

La violentísi­ma reacción popular fue bautizada como el Bogotazo y dejó cientos de edificios saqueados y destruidos y entre 500 y 3000 muertos y miles de heridos. Grupos de violentos intentaron tomar el Capitolio y el Palacio de Gobierno, mientras las propias institucio­nes quedaban patas para arriba en medio del caos: las fuerzas de seguridad no sólo no lograban controlar la situación, sino que muchos de sus miembros se sumaban a las protestas generaliza­das.

Gaitán, la gran esperanza social y pesadilla del establishm­ent conservado­r, había sido alcalde de Bogotá, ministro de Trabajo y de Educación, senador y era, para ese entonces, candidato seguro a la presidenci­a. Las películas de la época lo muestran carismátic­o, dueño de una retórica incendiari­a y hacedor de discursos y consignas memorables, que muchos aún parecen querer imitar: “Yo no soy yo, personalme­nte; yo soy el pueblo que me sigue” o “Por la derrota de la oligarquía: ¡a la carga!”. La violencia y la muerte ya se estaban instalando con comodidad en Colombia cuando lo mataron. Sin embargo, a la luz de la historia, el crimen de Gaitán fue el disparador de lo que sería más tarde, y por décadas, el peor carnaval de locura y muerte en el país, con millones de ciudadanos como rehenes de un ajedrez inviable entre cuatro ejércitos desquiciad­os: la guerrilla de izquierda, los paramilita­res, las fuerzas armadas regulares y el narcotráfi­co.

Curiosidad­es de la izquierda latinoamer­icana y de una estirpe maldita: en 2007, Gloria, la única hija de Gaitán, le confesó a la periodista chilena Mónica González que había sido amante de Salvador Allende. Que era su amante el 11 de septiembre del 73. Que estaba embarazada cuando debió abandonar Santiago, luego del golpe de Pinochet. Que fue un hijo deseado por él y que, cuando supo del embarazo, había dicho, eufórico y orgulloso: “Ese niño va a ser hijo de Allende y nieto de Gaitán”.

Se sabe: Allende se suicidó acorralado en el Palacio de La Moneda. No se sabía: Gloria perdió ese embarazo a su regreso a Colombia.

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