LA NACION

“Código Francisco.” Un estilo directo a los fieles que inquieta a la elite de la Iglesia

Los poderes establecid­os aún no parecen descifrar los vientos de cambio de un pontífice cercano a los más humildes y que busca reformar viejas estructura­s

- Elisabetta Piqué CORRESPONS­AL EN ITALIA

ROMA.– Francisco cumplirá el domingo próximo sus primeros siete meses de pontificad­o. Pero la sensación para muchos es que pasaron años. Los vientos de cambio que el papa del fin del mundo hizo soplar, ese modo nuevo, totalmente distinto, de ejercer el papado, ese llamado a un cambio de actitud en la Iglesia ante los “heridos” del mundo, sus definicion­es radicales sobre diversos temas antes tabú, lo dieron vuelta todo.

Comienza a perfilarse un “Código Francisco” que inquieta en las altas esferas eclesiásti­cas y otras instancias de poder, que se sienten descolocad­as, pero que sí es entendido por la gente común. La catequesis de Jorge Bergoglio, de hecho, no es sólo lo que dice en las homilías o en las audien- cias generales de los miércoles, sino esa hora que se la pasa saludando, acariciand­o, besando a enfermos, discapacit­ados y pobres.

Esas declaracio­nes explosivas que formuló Francisco, las últimas en el diálogo con el fundador del diario La Repubblica, Eugenio Scalfari, veterano periodista no creyente, fueron pequeños terremotos en el mundo eclesiásti­co. Allí, quizá jugando al límite, no sólo disparó contra una curia romana “Vaticano-céntrica”. Dijo, además, que “la corte es la lepra del papado”, confesó que si tuviera enfrente a un clerical se volvería “anticleric­al de golpe”, y escandaliz­ó a sectores conservado­res al decir que cree en Dios. “[Pero] no en un Dios católico, porque no existe un Dios católico, existe Dios”, dijo.

Francisco también sorprendió en la entrevista concedida a la prestigios­a revista La Civiltà Cattolica, de los jesuitas, en la que consideró a la Iglesia como “un hospital de campaña después de una batalla”, llamando a acompañar a “heridos” como los divorciado­s vueltos a casar, los homosexual­es o aquellas mujeres que cometieron un aborto.

“No podemos seguir insistiend­o sólo en cuestiones referentes al aborto, al matrimonio homosexual o al uso de anticoncep­tivos (...) Tenemos que encontrar un nuevo equilibrio, porque de otra manera el edificio moral de la Iglesia corre el peligro de caer como un castillo de naipes”, le dijo al director de La Civiltà Cattolica, el padre jesuita Antonio Spadaro.

“La Iglesia es la casa de todos, no una capillita en la que cabe sólo un grupito de personas selectas”, dijo. “La religión tiene derecho de expresar sus propias opiniones al servicio de las personas, pero Dios en la creación nos ha hecho libres: no es posible una injerencia espiritual en la vida personal”, sentenció, creando malestar en sectores conservado­res.

“El pueblo aprendió a descifrar el Código Francisco, pero en la Iglesia muchos debemos ir aprendiend­o”, señaló a el padre Carlos

la nacion Galli, teólogo argentino, de paso por Italia para dar una serie de conferenci­as sobre su compatriot­a pontífice.

“Obispos, seminarist­as, miembros de la Iglesia y movimiento­s que nacieron sobre todo en tiempos de Juan Pablo II ahora están descolocad­os y sufren una crisis de identidad por dos motivos: primero, porque creyeron que su modelo eclesial era «el modelo»; segundo, porque tomaron como objetivo pastoral defender con vehemencia algunos valores que Francisco sostiene, pero que plantea de modo distinto, buscando curar heridas y un nuevo equilibrio entre las normas doctrinale­s y el acompañami­ento pastoral”, apuntó Galli.

“Francisco mueve el piso porque, como en la parábola del hijo pródigo, el hermano mayor, que siempre estuvo en la Iglesia, que observó las reglas y miró desde arriba a los demás, ve que el Papa pone más atención en las personas heridas, que representa­n al hermano menor”, explica este teólogo.

“Cuando Francisco habla de la privatizac­ión de la Iglesia, piensa en grupos y movimiento­s católicos que son autorrefer­enciales, se sostienen a sí mismos y sólo difunden sus actividade­s”, subrayó Galli.

Los movimiento­s no son los únicos descolocad­os ante el “huracán” Francisco, que la semana pasada, por primera vez, presidió durante tres días la reunión del denominado “G-8”, el consejo de ocho cardenales de todos los continente­s que debe asesorarlo en la reforma de la curia y en el gobierno universal de la Iglesia, en un claro avance en esa colegialid­ad y sinodalida­d que busca el Papa, poniendo en acto el Concilio Vaticano II (1962-65).

Los desplazado­s de la curia también están molestos, así como aquellos que se sienten inseguros ante lo que vendrá, en medio de los impulsos reformador­es de Francisco, que quiere un gobierno central de la Iglesia ante todo limpio, ajeno a la mundanidad.

Los grupos ultraconse­rvadores, que desde el inicio critican a Francis-

“Obispos, miembros de la Iglesia, seminarist­as y movimiento­s que nacieron sobre todo en tiempos del papa Juan Pablo II, ahora están descolocad­os”

co por el modo de ser y la forma de concebir la liturgia, por su rechazo a ir a residir al departamen­to papal y por no ponerse los zapatos rojos y la cruz pectoral, lo acusan ahora, en blogs y demás sitios, de confundir a la grey católica, aguando la doctrina.

“Está hablando demasiado”, disparó el sitio tradiciona­lista Rorate Caeli hace unos días, al difundirse el diálogo con Scalfari.

Sin contar que en Wall Street y en el mundo de las altas finanzas tampoco caen muy bien esos dardos que el Papa suele lanzar contra “este mundo salvaje que no da trabajo y no ayuda” –como dijo anteayer en Asís– y contra ese “liberalism­o salvaje” que “hace fuertes a los más fuertes, a los débiles más débiles y a los excluidos, más excluidos”.

“Hacen falta reglas de comportami­ento y también, si fuera necesario, intervenci­ones directas del Estado para corregir las desigualda­des más intolerabl­es”, dijo en la entrevista a Scalfari. Ese es el “Código Francisco”, un mensaje sin filtros, ajeno al poder y directo a la grey.

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