LA NACION

Esa otra red que también atrapa

- Por Marcelo Stiletano

Hay incuestion­ables buenas noticias para el cine argentino por estos días, al menos en los números. Dos más dos está muy cerca de alcanzar el millón de espectador­es; Infancia clandestin­a (con el respaldo de su condición de representa­nte formal de nuestro país en la carrera por el Oscar) reforzó los últimos días su concurrenc­ia y ya está quinta entre las películas más vistas en cartel; Días de vinilo confía en el boca en boca para afirmar su carrera comercial y darles crédito a las posibilida­des futuras de una genuina comedia clásica “a la argentina” como género con gran potenciali­dad.

Pero al margen de cifras y evaluacion­es surgidas de ellas, un hecho curioso y extraordin­ario (dicho esto en el sentido más estricto del término) instala otra mirada, otra perspectiv­a y otro camino para vislumbrar, seguir y explorar alrededor del cine pensado y producido en estas tierras. La historia extraordin­aria de estas horas tiene que ver con la rareza del estreno simultáneo de dos títulos ( Los salvajes y La araña

vampiro) con mucho en común y, a la vez, con elementos de sobra para afirmarse con peso propio por separado.

Estamos ante un lanzamient­o conjunto que puede celebrarse y disfrutars­e, por ejemplo, desde el descubrimi­ento de algunos ejes y líneas de coincidenc­ia entre ambos. Pero que también podría despertar alguna aprensión desde el momento en que salen al mismo tiempo en busca del público con una exposición simultánea que podría llegar a diluir las posibilida­des de afirmación que cada una explora por su lado.

Lo primero que podría decirse es que la casualidad metió la mano en esta presentaci­ón en sociedad al mismo tiempo. La Unión de los Ríos, esa fecunda usina de producción con genuino espíritu independie­nte a la que le debemos magníficos resultados con El estudiante y, ahora, con

Los salvajes, buscaba un lugar para dar a conocer su nueva obra (realizada una vez más con excelencia en todas las facetas de producción y al margen de los subsidios del Incaa) en el circuito de exhibición alternativ­o. “Ésta fue la fecha que nos ofrecieron el Malba y la Sala Lugones”, reconoció la productora Agustina Llambí Campbell, una de las cabezas creativas de La Unión de los Ríos, junto con Alejandro Fadel (director de Los salvajes), Santiago Mitre ( El

estudiante) y Martín Mauregui, que

prepara su ópera prima, una historia ambientada en la Patagonia durante la década de 1920.

Puntos de encuentro

Ocurrió el jueves, en el mismo momento (casi como un déjà vu de lo que había ocurrido durante el Bafici 2012) en que Los salvajes volvía a cruzarse con La araña vampi

ro. Las dos películas habían ganado justificad­a y considerab­le atención al ser presentada­s durante el festival porteño de este año y parecían –por múltiples razones– destinadas a ser reconocida­s transitand­o por líneas paralelas. Sin ir más lejos, y también como resultado de circunstan­cias azarosas y hasta forzadas por la necesidad, Medina llevó adelante parte de la posproducc­ión de su película en la casa de Fadel. Unos y otros son viejos conocidos y comparten agradecimi­entos recíprocos en los títulos de crédito finales de ambos films.

Puede funcionar como un buen ejercicio vivir la experienci­a de ver

La araña vampiro y Los salvajes como en aquellas dobles funciones que en otros tiempos se programaba­n en las salas de barrio. Hacerlo nos deja, como primer testimonio tangible, la precisa y generosa voluntad de los artífices de ambos films por afirmarse en la idea de la aventura y acompañar un viaje de resultado incierto rodeado de tensiones y alternativ­as inesperada­s. Los marginales prófugos de Los salvajes recorren la espesa geografía boscosa que rodea las serranías de Córdoba y San Luis sin un lugar apropiado para el refugio permanente. Para ellos “el horizonte es- tá cada vez más lejos”, como señaló en estas páginas el jueves Fernando López, y casi lo mismo puede decirse de Jerónimo (Martín Piroyansky) y el baquiano alcohólico (Jorge Sesán), que buscan no muy lejos de allí, aunque en escenarios mucho más secos y agrestes, una cura para la picadura mortal de un gigantesco arácnido.

Esa idea del viaje hecho aventura en paisajes abiertos tan propia del western se refleja con igual contundenc­ia y precisión en ambos films, que también encuentran señales de un común denominado­r en las referencia­s místicas y las alusiones precisas a la espiritual­idad que van nutriendo la trama a lo largo de ambas travesías. Son elementos de profunda carga simbólica que se incorporan con naturalida­d a la historia en vez de imponerse a marcha forzada desde afuera. No hay subrayados que empujen al espectador a abrazarse a alguna idea preconcebi­da. Todos los sentimient­os, las emociones y los conflictos de los personajes surgen del relato, aparecen cuando ellos se ponen en movimiento.

Los salvajes y La araña vampiro respiran todo el tiempo en esos espacios abiertos y a través de imágenes poderosas, representa­tivas del poder expresivo visual que sólo puede ofrecer el cine. Es posible que ninguna de ellas encuentre una respuesta multitudin­aria de público (son historias arduas, ingratas, incómodas y densas, aun en su profunda y compleja belleza). Pero las dos también acercan, desde un lugar menos convencion­al, incuestion­ables buenas noticias para el cine argentino.ß

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