Esa otra red que también atrapa
Hay incuestionables buenas noticias para el cine argentino por estos días, al menos en los números. Dos más dos está muy cerca de alcanzar el millón de espectadores; Infancia clandestina (con el respaldo de su condición de representante formal de nuestro país en la carrera por el Oscar) reforzó los últimos días su concurrencia y ya está quinta entre las películas más vistas en cartel; Días de vinilo confía en el boca en boca para afirmar su carrera comercial y darles crédito a las posibilidades futuras de una genuina comedia clásica “a la argentina” como género con gran potencialidad.
Pero al margen de cifras y evaluaciones surgidas de ellas, un hecho curioso y extraordinario (dicho esto en el sentido más estricto del término) instala otra mirada, otra perspectiva y otro camino para vislumbrar, seguir y explorar alrededor del cine pensado y producido en estas tierras. La historia extraordinaria de estas horas tiene que ver con la rareza del estreno simultáneo de dos títulos ( Los salvajes y La araña
vampiro) con mucho en común y, a la vez, con elementos de sobra para afirmarse con peso propio por separado.
Estamos ante un lanzamiento conjunto que puede celebrarse y disfrutarse, por ejemplo, desde el descubrimiento de algunos ejes y líneas de coincidencia entre ambos. Pero que también podría despertar alguna aprensión desde el momento en que salen al mismo tiempo en busca del público con una exposición simultánea que podría llegar a diluir las posibilidades de afirmación que cada una explora por su lado.
Lo primero que podría decirse es que la casualidad metió la mano en esta presentación en sociedad al mismo tiempo. La Unión de los Ríos, esa fecunda usina de producción con genuino espíritu independiente a la que le debemos magníficos resultados con El estudiante y, ahora, con
Los salvajes, buscaba un lugar para dar a conocer su nueva obra (realizada una vez más con excelencia en todas las facetas de producción y al margen de los subsidios del Incaa) en el circuito de exhibición alternativo. “Ésta fue la fecha que nos ofrecieron el Malba y la Sala Lugones”, reconoció la productora Agustina Llambí Campbell, una de las cabezas creativas de La Unión de los Ríos, junto con Alejandro Fadel (director de Los salvajes), Santiago Mitre ( El
estudiante) y Martín Mauregui, que
prepara su ópera prima, una historia ambientada en la Patagonia durante la década de 1920.
Puntos de encuentro
Ocurrió el jueves, en el mismo momento (casi como un déjà vu de lo que había ocurrido durante el Bafici 2012) en que Los salvajes volvía a cruzarse con La araña vampi
ro. Las dos películas habían ganado justificada y considerable atención al ser presentadas durante el festival porteño de este año y parecían –por múltiples razones– destinadas a ser reconocidas transitando por líneas paralelas. Sin ir más lejos, y también como resultado de circunstancias azarosas y hasta forzadas por la necesidad, Medina llevó adelante parte de la posproducción de su película en la casa de Fadel. Unos y otros son viejos conocidos y comparten agradecimientos recíprocos en los títulos de crédito finales de ambos films.
Puede funcionar como un buen ejercicio vivir la experiencia de ver
La araña vampiro y Los salvajes como en aquellas dobles funciones que en otros tiempos se programaban en las salas de barrio. Hacerlo nos deja, como primer testimonio tangible, la precisa y generosa voluntad de los artífices de ambos films por afirmarse en la idea de la aventura y acompañar un viaje de resultado incierto rodeado de tensiones y alternativas inesperadas. Los marginales prófugos de Los salvajes recorren la espesa geografía boscosa que rodea las serranías de Córdoba y San Luis sin un lugar apropiado para el refugio permanente. Para ellos “el horizonte es- tá cada vez más lejos”, como señaló en estas páginas el jueves Fernando López, y casi lo mismo puede decirse de Jerónimo (Martín Piroyansky) y el baquiano alcohólico (Jorge Sesán), que buscan no muy lejos de allí, aunque en escenarios mucho más secos y agrestes, una cura para la picadura mortal de un gigantesco arácnido.
Esa idea del viaje hecho aventura en paisajes abiertos tan propia del western se refleja con igual contundencia y precisión en ambos films, que también encuentran señales de un común denominador en las referencias místicas y las alusiones precisas a la espiritualidad que van nutriendo la trama a lo largo de ambas travesías. Son elementos de profunda carga simbólica que se incorporan con naturalidad a la historia en vez de imponerse a marcha forzada desde afuera. No hay subrayados que empujen al espectador a abrazarse a alguna idea preconcebida. Todos los sentimientos, las emociones y los conflictos de los personajes surgen del relato, aparecen cuando ellos se ponen en movimiento.
Los salvajes y La araña vampiro respiran todo el tiempo en esos espacios abiertos y a través de imágenes poderosas, representativas del poder expresivo visual que sólo puede ofrecer el cine. Es posible que ninguna de ellas encuentre una respuesta multitudinaria de público (son historias arduas, ingratas, incómodas y densas, aun en su profunda y compleja belleza). Pero las dos también acercan, desde un lugar menos convencional, incuestionables buenas noticias para el cine argentino.ß