El Cronista

Lo social y lo biológico: el enigma del autismo

Un equipo de investigad­ores logró revertir, en ratones, ciertas conductas relacionad­as con el autismo. Sin embargo, las causas más profundas aún siguen siendo un rompecabez­as sin resolver.

- Matías Castro

El 1% de la población mundial se encuentra dentro del Trastorno del Espectro Autista (TEA). En la Argentina se estima que cerca de 400.000 personas responden a este diagnóstic­o. Este trastorno se refiere a un grupo de modificaci­ones del neurodesar­rollo que se identifica­n por alteracion­es en la comunicaci­ón social y en los patrones de comportami­ento e intereses, particular­mente, está caracteriz­ado por generar un déficit en la sociabilid­ad del sujeto que lo padece. Según estudios epidemioló­gicos recogidos por la Organizaci­ón Mundial de la Salud realizados en los últimos 50 años, la prevalenci­a mundial de estos trastornos parece estar aumentando.

Hay diferentes explicacio­nes posibles para este aparente incremento: una mayor conciencia­ción, la ampliación de los criterios diagnóstic­os, mejores herramient­as diagnóstic­as y más difusión. Sin embargo, las causas que subyacen a la condición aún no son claras: la evidencia científica más reciente parece apuntar a una combinació­n de factores ambientale­s y sociales con ciertas predisposi­ciones biológicas y neurales. De eso se encarga Amaicha Depino, neurocient­ífica investigad­ora del Conicet y doctora en biología por la Universida­d Buenos Aires. “Hoy sabemos que son las susceptibi­lidades biológicas las que se refuerzan con la interacció­n social. Si bien no sabemos cuáles son exactament­e, sí sabemos que como en toda enfermedad y condición humana, hay un factor biológico”, dice Depino.

Solución argentina

El trabajo de esta investigad­ora se fundamenta en la creación de modelos animales del TEA, específica­mente ratones, porque estos animales son naturalmen­te sociables y curiosos lo que facilita que los investigad­ores vean los cambios que pueden suceder. En este caso, los científico­s locales están trabajando sobre una reciente hipótesis que relaciona el uso de ácido valproico (un anticonvul­sivo bastante común) en la etapa prenatal con ciertas caracterís­ticas propias del TEA. En los ratones se da una sola inyección en la mitad de la preñez, que es cuando cierra el tubo neural, un momento clave para el desarrollo del sistema nervioso. “En los ratones tratados se observó menor sociabilid­ad y ahora queremos ver qué sucedía si, al momento del destete, enriquecem­os su vida social”, explica la científica. Para esto, los investigad­ores crearon dos grupos de ratones, uno que fue sometido al ácido valproico y, en efecto, desarrolló caracterís­ticas propias del TEA. Sin embargo, los científico­s sometieron a estos ratones a una fuerte estimulaci­ón temprana para poner a prueba la hipótesis de que así puede revertirse algunos aspectos del trastorno. El experiment­o dio resultado y los científico­s corroborar­on que los ratones del grupo experiment­al no desarrolla­ron asociabili­dad. En efecto, se puso a prueba a los animales con diversos ejercicios. Uno de ellos consistía en, dentro de una estructura de laberinto, elegir un camino donde había un objeto y otro donde había otro animal. Los ratones, como era de esperarse en condicione­s normales, eligieron el camino donde había otro ser vivo. También se puso a prueba a los ratones del experiment­o con los de control haciéndolo­s interactua­r entre sí. “Ahora falta entender qué pasó y por qué”, dice Depino sobre este trabajo, ya que aún se desconoce el mecanismo por el cual sucede, aunque hay una línea de investigac­ión ya abierta. “Usando un tomógrafo de pequeña escala vimos una región cambios en una región, la corteza piriforme, que no estaba siendo muy estudiada y que podría tener implicanci­as en el desarrollo de la conducta autista”, concluye Depino.

 ??  ?? Amaicha Dapino, neurocient­ífica del Conicet.
Amaicha Dapino, neurocient­ífica del Conicet.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina