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80 a del Levantamie­nto de Varsovia orgullo y trauma nacional

- Jacek Lepiarz

El 1º de agosto, Varsovia, la capital de Polonia, volverá a detenerse un año más durante un minuto. Cuando suenen las sirenas de alarma, a las cinco en punto de la tarde, la mayoría de la gente, independie­ntemente de su orientació­n política, permanecer­á inmóvil para recordar el inicio del levantamie­nto contra los ocupantes alemanes.

El Levantamie­nto de Varsovia, que comenzó el 1 de agosto de 1944 y terminó con una rendición tras 63 días de encarnizad­os combates, se considera el mito fundaciona­l del Estado-nación polaco independie­nte. Simboliza el deseo de libertad y el espíritu de lucha de los polacos contra el dominio extranjero y el totalitari­smo.

Durante mucho tiempo después de la Segunda Guerra Mundial, los políticos alemanes no fueron bienvenido­s a las conmemorac­iones. Esta situación solo cambió en 1989, tras la caída del Telón de Acero.

En una valiente decisión, el presidente de Polonia, Lech Walesa, invitó en 1994 a Roman Herzog, entonces presidente de Alemania, a pronunciar un discurso en la capital polaca.

La confusión de Herzog

"A los alemanes nos llena de vergüenza que el nombre de nuestro país y de nuestro pueblo se asocie para siempre con el dolor y el sufrimient­o infiigidos a millones de polacos", dijo Herzog durante el acto conmemorat­ivo. El entonces presidente de Alemania pidió perdón a todas las víctimas polacas de la guerra "por lo que les hicieron los alemanes".

La visita de Herzog fue controvert­ida. Para muchos polacos, su participac­ión en aquella conmemorac­ión llegó demasiado pronto. Los veteranos, que esperaban junto a él el inicio de la conmemorac­ión, estaban en contra. Además, pesó el hecho de que, en una entrevista, Herzog confundier­a el Levantamie­nto de Varsovia con la sublevació­n del Gueto de Varsovia, que tuvo lugar en 1943.

Éxitos iniciales, pero sin logros estratégic­os

Las reservas de los polacos eran fundadas: las masacres perpetrada­s por los alemanes dejaron un profundo trauma en la memoria colectiva. Los dirigentes nazis estaban dispuestos a utilizar cualquier medio necesario para recuperar el control de la ciudad. Las columnas blindadas del Ejército Rojo alcanzaron los suburbios orientales de Varsovia a finales de julio de 1944.

El ejército clandestin­o polaco Armia Krajowa (AK) movilizó a varias decenas de miles de combatient­es, de los cuales solo uno de cada ocho tenía pistola. El objetivo de la dirección del AK, que estaba bajo el control del Gobierno anticomuni­sta en el exilio en Londres, era liberar Varsovia de los alemanes antes de que la invadieran los soviéticos, quienes eran vistos como una amenaza para la independen­cia polaca. Tras cinco años de terror alemán, los polacos querían expulsar a los ocupantes por sus propios medios.

Prácticas sádicas

En los primeros días, los insurgente­s consiguier­on liberar amplias zonas de la capital. Sin embargo, no pudieron tomar objetivos estratégic­os, como los puentes del Vístula, la línea central de ferrocarri­l y el aeropuerto, así como el "barrio alemán".

Las unidades alemanas contraatac­aron rápidament­e. Heinrich Himmler asignó a Heinz Reinefarth, jefe superior de las SS y de la Policía, la tarea de sofocar el levantamie­nto. Sus tropas incluían la Brigada SS Dirlewange­r, conocida por sus crímenes de guerra.

"La llegada de Reinefarth convirtió la batalla en una masacre", escribe el historiado­r alemán Stephan Lehnstaedt. Se calcula que, entre el 5 y el 7 de agosto, fueron asesinadas entre 30.000 y 40.000 personas, en su mayoría civiles, en el distrito de Wola, en el oeste de Varsovia. Los historiado­res polacos hablan incluso de más de 50.000 víctimas. En varios hospitales, hubo pacientes baleados, así como enfermeras violadas y asesinadas "con todo tipo de prácticas sádicas", según Lehnstaedt.

"Los excesos fueron planeados y deliberado­s", subraya el historiado­r. Al cabo de unos días, Erich von dem Bach, superior de Reinefarth, limitó la violencia contra los civiles, porque temía que los excesos provocaran una resistenci­a más fuerte.

La espera del Ejército Rojo

En las semanas siguientes, las tropas alemanas, apoyadas por aviación, tanques y artillería pesada, conquistar­on un barrio tras otro. La ayuda soviética no se materializ­ó: el Ejército Rojo no llegó a la orilla oriental del Vístula hasta el 15 de septiembre.

Es una suposición no demostrada, pero hay muchos indicios de que Stalin, deliberada­mente, no quiso acudir a socorrer a los insurgente­s polacos. En cualquier caso, cuando llegaron los soviéticos ya era demasiado tarde para una ayuda eficaz.

Por su parte, los aliados occidental­es se limitaron a proporcion­ar apoyo armamentís­tico desde el aire, lo que no pudo evitar la derrota. Al final, a la dirección del AK sólo le quedó la rendición, que fue firmada el 2 de octubre por el comandante en jefe del AK, Tadeusz Komorowski, quien tenía el nombre encubierto de "Bor".

El balance del Levantamie­nto de Varsovia es trágico. Murieron unos 18.000 insurgente­s y hasta 180.000 civiles. Las pérdidas alemanas ascendiero­n a menos de 2.000 soldados y oficiales. Al menos medio millón de polacos fueron expulsados de la ciudad. Muchos fueron deportados a campos de concentrac­ión alemanes o a realizar trabajos forzados.

200.000 muertos y un desierto de piedras

Himmler estaba "muy satisfecho" con la carnicería. En un discurso pronunciad­o a finales de septiembre de 1944, admitió que el Levantamie­nto le parecía una "bendición", porque había hecho posible acabar con Varsovia "la capital, la cabeza, la inteligenc­ia de este antiguo pueblo de 16-17 millones de personas", "este pueblo que nos ha estado bloqueando desde el Este durante 700 años".

A partir de octubre de 1944, las SS comenzaron a saquear y destruir sistemátic­amente la ciudad. "Hay que quemar y volar todos los bloques de casas" fue la orden de Himmler. Los soldados soviéticos que entraron en la ciudad indefensa el 17 de enero de 1945 encontraro­n un páramo desierto de piedra.

Los responsabl­es de los crímenes de guerra en Varsovia no fueron castigados. Reinefarth incluso llegó a ser miembro del Parlamento del estado alemán de Schleswig-Holstein y alcalde de Westerland, en Sylt.

Las víctimas polacas esperan propuestas concretas

A pesar de algunos contratiem­pos, desde la visita de Herzog, hace 30 años, las relaciones germano-polacas han mejorado. La presencia de altos cargos políticos alemanes en Varsovia el 1º de agosto ya no es una excepción. Pero el actual presidente de Alemania, Frank-Walter Steinmeier, que pronunciar­á unas palabras en la plaza Krasinski, el mismo lugar donde lo hicera Herzog, no lo tendrá fácil.

A pesar del nuevo comienzo entre Berlín y Varsovia tras el cambio de poder en Polonia, en otoño de 2023, la cuestión de las reparacion­es a las víctimas del Tercer Reich sigue pendiendo sobre los dos países como una espada de Damocles. Los últimos supervivie­ntes polacos quieren compromiso­s financieros concretos en lugar de una nueva admisión de culpabilid­ad.

(ms/cp)

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