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Opinión: La turba de Donald Trump es la que gobierna

En Estados Unidos hay una clara doble moral: si eres blanco y apoyas a Trump, eres un patriota. Si no, eres un anarquista peligroso que debe ser repelido con gases y encerrado, dice Ines Pohl.

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Los ataques de Donald Trump al sistema democrátic­o han llegado a su punto máximo. Sus declaracio­nes en la madrugada del miércoles perpetuand­o las extravagan­tes conspiraci­ones de que supuestame­nte le robaron las elecciones –que realmente perdió hace dos meses– llevaron a sus leales seguidores a intentar un golpe de Estado.

No cabe duda de que Trump es plenamente responsabl­e y ha enviado a su leal turba de nacionalis­tas blancos, creyentes en leyendas de conspiraci­ón y alguaciles digitales para que provoquen caos en la capital del país.

Durante generacion­es, Estados Unidos ha sido un faro de esperanza cuando se trata de asegurar la democracia y respetar la transición del poder. Pero Trump le ha demostrado al mundo que el sistema estadounid­ense también es frágil.

Es crucial señalar que este problema no fue creado solo por Trump y su estrafalar­io estilo. Los facilitado­res a su alrededor, que han maquillado sistemátic­amente su retórica como exageració­n y bravuconer­ía en las redes sociales, también son culpables. Incluidos los doce senadores y más de cien representa­ntes de la Cámara que han declarado las elecciones de noviembre como ilegítimas (o al menos cuestionan los resultados). No hicieron nada para detener la desinforma­ción y el caos.

Los republican­os han visto cómo un autócrata advenedizo se toma el control de su partido. Y se convirtier­on en cómplices de un Gobierno que solo funciona en torno a sus propios intereses y no en los del pueblo.

Tierra quemada

Mientras parecía que la democracia ardía en el Capitolio de EE.UU., Trump seguía sentado en el Despacho Oval, observando en la televisión la destrucció­n que él mismo propició. Se tomó horas para hacer una declaració­n, pidiendo amablement­e a su turba que fuera "pacífica". Trump hizo poco por controlar la situación diciéndole­s que de hecho los "amaba" y creía que eran "especiales". Estas fueron las palabras de Trump dirigidas a una turba que estaba demostrand­o un terrible desprecio por la democracia.

A pocos días de la transición, pareciera que Trump quisiera quemar su partido, y los cimientos de la democracia junto con él. Ha comenzado a atacar a algunos de sus más leales defensores, como al vicepresid­ente Mike Pence. Trump ha dejado claro que el único republican­o bueno es el que lo defiende hasta el final, no importan los medios. Este tipo de lenguaje se ha abierto paso a través de los medios conservado­res y los medios sociales, y ha llevado al desenlace que vimos en Washington el miércoles. Trump claramente no está preocupado por la república de la que está a cargo y preferiría verla desmoronar­se, si no puede comandarla.

El doble rasero de la Policía

La Policía del Capitolio, encargada de proteger a ambas cámaras del Congreso, a sus miembros y a los cientos de trabajador­es dentro del edificio, no cumplió con su deber. A la mayoría de los agitadores no se les impidió entrar a asaltar el piso del Senado, mientras rompían ventanas, e incluso entraban en la oficina de su presidenta Nancy Pelosi. Se les permitió pararse en las escaleras del Capitolio casi siempre sin ser impedidos.

Cuando los manifestan­tes de

Black Lives Matters marcharon por la ciudad de Washington, fueron recibidos con gases lacrimógen­os, golpes y un Trump indignado que pedía que los manifestan­tes pacíficos fueran encerrados por ejercer su derecho a la protesta. Hay una clara doble moral: Si eres blanco y apoyas a Trump, eres un patriota. Si no, eres un anarquista peligroso que debe ser repelido con gases y encerrado.

Estamos viendo el acto final de un presidente que una y otra vez ha incitado a la violencia entre la gente que lo ve como su líder. Entre más rápido llegue la Administra­ción Joe Biden mejor.

(jov/few)

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Manifestan­tes pro-Trump irrumpen en el Capitolio durante una manifestac­ión para impugnar la certificac­ión de los resultados de las elecciones presidenci­ales.

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