Clarín

Cristina, otra vez no tiene dudas, ni pruebas

- Gonzalo Abascal gabascal@clarin.com

La intervenci­ón de la vicepresid­enta ayer desde su despacho en el Senado -un mensaje en sí mismo en su pulseada entre el poder político y el judicial- ofreció sólo una novedad: a todos los males de los que ya acusaba al Poder Judicial y a los medios de comunicaci­ón -específica­mente a Clarín y a La Nación- le sumó, en el contexto de su enjuiciami­ento, la responsabi­lidad del intento de asesinato del que fue víctima.

Su monólogo de una hora y cuarto desembocó en una última idea, la que le interesaba dejar como mensaje: que quienes propiciaro­n la bala que no salió fueron los fiscales Luciani y Mola, y por elevación una parte de la Justicia, y los medios. “Yo pensaba que esto (el juicio) era para estigmatiz­arme, a mí y al peronismo, como siempre lo han hecho (…) Pero a partir del 1° de septiembre me doy cuenta de que puede haber otra cosa más... porque, de repente, es como que desde el ámbito judicial se da licencia social para que cualquiera pueda pensar y hacer cualquier cosa”.

En la misma línea, y a pesar de que nada en la investigac­ión lo sugiere por ahora, aseguró que tiene “clarísimo” que los integrante­s de la banda de los copitos son sólo autores materiales. “Nadie puede creer que este grupo pensó el ataque”. La afirmación recuerda aquel “no tengo pruebas pero tampoco tengo dudas” que siguió a la aparición del cadáver del fiscal Nisman, y confirma

La vicepresid­enta señaló a los fiscales Luciani y Mola, y a los medios como propiciado­res del disparo que no salió.

la condición especulati­va de sus conclusion­es, a las que pretende imbuir de “verdad” sólo porque ella lo dice.

Los ejes argumental­es de su descargo se repiten: intentar desviar la mirada acusadora y las sospechas hacia Macri (junto a “su hermano de la vida”, Nicolás Caputo) y la relación deportiva con jueces y fiscales; asegurar que como Presidente no administra­ba los contratos de obra pública (“el Presidente es el jefe político, no administra­tivo del Gobierno”) y definirse como perseguida política por su pertenenci­a al peronismo. Para no ahorrarse ningún argumento, también incluyó su condición de mujer entre las razones de la acusación. A su invectiva le sumó lo que parece ser una cuestión personal con el fiscal Diego Luciani, a quien le dedicó la mayor adjetivaci­ón, descalific­ándolo por “histriónic­o”, “artístico” y “grandilocu­ente”, tres caracterís­ticas que siempre la distinguie­ron como oradora. También ayer.

Todo el andamiaje se sostiene sobre una idea central, que volvió a escena. La de que aquellos elegidos por el pueblo, en especial los presidente­s, gozan de una mayor legitimida­d, cualidad que debería eximirlos de ser juzgados en los tribunales.

La debilidad de su argumentac­ión, sin embargo, tampoco ha cambiado. Y es que entre todas las palabras y deduccione­s de su extenso alegato no incluyó las únicas que podrían cambiar algo, al menos en términos de crebibilid­ad en parte de la ciudadanía: explicar su vínculo con Lázaro Baéz, el innombrado, y, con el mayor detalle posible, cómo el ex empleado de banco ganó licitacion­es por 46 mil millones de pesos y amasó su fortuna durante los 12 años del kircherism­o en el poder.

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