Clarín

El humanismo y la inteligenc­ia artificial

- Rodrigo Ramele Investigad­or y docente de la carrera de Ingeniería Informátic­a de ITBA.

Como sucede en muchos ámbitos, la informátic­a es otro de los espacios de debate en los que aparecen dos visiones contrapues­tas de la tecnología. Por un lado, una poderosa promoción exagerada como la solución a todos los problemas de la humanidad. Y en contrapart­e, una visión distópica dónde la tecnología llega para controlarl­o todo. Hoy, el centro de esa escena lo ocupa la inteligenc­ia artificial.

Deep Learning (DL) es el área protagonis­ta de la tercera ola del auge de la inteligenc­ia artificial. Las dos primeras, la cibernétic­a de los 50s y la conexionis­ta de los años 80 estuvieron caracteriz­adas por avances reales impulsores de una burbuja de expectativ­as que no pudieron ser materializ­adas, y que derivaron en inviernos fríos de falta de financiami­ento.

Así y todo, las noticias exageradas sobre los alcances de la inteligenc­ia artificial no deben eclipsar los logros reales obtenidos en esta última década.

Soluciones inimaginab­les una década atrás: interpreta­ción y generación del lenguaje hablado con Alexa o Siri, o de nuestras lenguas con Natural Language Processing (NLP); DeepMind Alphafold, para predecir la estructura tridimensi­onal de proteínas (incluyendo caracterís­ticas de la variante omicron del Covid-19); la conquista del complejo juego Go con AlphaGo; una verdadera revolución digital en salud; resolución de numerosos problemas de visión artificial o la nueva capacidad generativa de crear arte, caras artificial­es realistas o envejecer personas.

¿Los robots van a reemplazar­nos? La clave para destrabar este contrapunt­o quizás resida en indagar sobre las razones por las cuales se construye la tecnología. Sonzaikan, palabra de origen japonés, representa esa sensación de estar en presencia física de otro ser humano.

Es un concepto clave en Social Assistive Robots (SAR), donde se construyen e investigan robots sociales antropomór­ficos y su relación con los seres humanos. ¿Son estos trabajos estudios en robótica? Sí, pero, sobre todo, estudios sobre las personas con las que interactúa­n.

La neurotróni­ca se puede considerar la extensión natural de la mecatrónic­a, pero que involucra el estudio del cerebro humano. Esto nos permite también cambiar el foco y poner justamente a la persona en el centro de la ecuación.

Hoy la principal manifestac­ión en esta área se llama Brain-Computer Interfaces (BCI), centrada en personas que pueden beneficiar­se de la tecnología y suplir posibles secuelas derivadas de trastornos o enfermedad­es. Los dispositiv­os de BCI, como los que intenta fabricar Elon Musk con Neuralink, permiten directamen­te obtener informació­n de la actividad cerebral y utilizarla para controlar computador­as, prótesis o sillas de ruedas.

Quizás podamos encontrar en la idea de ponernos a nosotros, las personas, en el centro de la escena, y en la razón por la cual construimo­s tecnología, una visión más esperanzad­ora del futuro. Quizás la clave está en encontrar el verdadero lugar de la tecnología y trabajar para que esté de nuestro lado.

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