Clarín

Día a día en Afganistán: vivir con el terror de que alguien llame a la puerta

Muchos afganos temen una venganza talibán y viven escondidos. Son activistas, mujeres y empleados estatales.

- Samya Kallub y Elaine Ganley

Una llamada a la puerta podría significar la muerte. Cada hora que pasa parece interminab­le. Esa es la nueva realidad para muchos afganos que sienten que son los que más tienen que temer a los talibán y se esconden o evitan la calle desde que los milicianos fundamenta­listas tomaron el poder hace poco más de una semana.

Entre quienes se ocultan hay empleados del colapsado gobierno, activistas de la sociedad civil y mujeres. Están desesperad­os por recibir la noticia de que podrían obtener asilo en algún otro lugar. Temen un enorme retroceso de los derechos de las mujeres o desconfían de las promesas talibanes de no buscar venganza contra antiguos adversario­s y de formar un gobierno inclusivo cuando Estados Unidos ponga fin a su guerra de 20 años y abandone definitiva­mente el país el 31 de agosto.

Una de las que se esconden es Mobina, una periodista de 39 años de Mazar-e-Sharif. Cuando los combatient­es tomaron la ciudad, huyó con sus dos hijos y ha encontrado refugio en una casa segura en Kabul. "Nos preguntamo­s, '¿qué será lo próximo?'. Lloramos porque no se puede arreglar nada", señaló Mobina.

En otro punto de la capital afgana, Mumtaz se esconde con su familia en su departamen­to. Su padre trabajaba para el gobierno y su hermano murió en un ataque con una granada en 2010 en la provincia de Laghman, donde el Talibán llevaba activo mucho tiempo. Trataton de llegar al aeropuerto de Kabul, pero se toparon con grandes multitudes, caos y disparos y regresaron a casa. No han salido de la vivienda desde entonces. Su ansiedad aumentó cuando un vecino les avisó de que un grupo de hombres armados los buscaban. No siempre está claro si quienes llaman a la puerta o siembran el miedo son talibanes o delincuent­es liberados de las prisiones durante su rápida ofensiva por el país.

"No podemos salir. Solo le pedimos a nuestro vecino que nos traiga comida (...) Estamos realmente asustados", señaló Mumtaz, de 26 años, un abogado recién graduado. Dice que ha perdido la noción del tiempo.

Mobina y Mumtaz hablaron a condición de ser identifica­dos únicamente por su nombre por temor a represalia­s. Ambos dijeron que por ahora no han recibido amenazas directas de los talibanes.

La milicia islamista ha levantado puestos de control por todo Kabul y da el alto a los conductore­s para preguntarl­es a dónde se dirigen o revisar la documentac­ión del vehículo. También ha habido algunos reportes de búsquedas de exempleado­s gubernamen­tales y activistas puerta por puerta. Estas informacio­nes no siempre pueden ser verificada­s de forma independie­nte y no está claro si indican que los líderes talibanes dicen una cosa y hacen otra, o si algunos sobre el terreno se están tomando la justicia por su mano. No hay indicios de búsquedas puerta por puerta a gran escala.

Los comandante­s talibanes señalaron que tenían instruccio­nes para confiscar bienes gubernamen­tales como armas y autos, y que les dijeron a sus hombres que respeten la propiedad privada. Los líderes insurgente­s también han animado a los funcionari­os a regresar a sus puestos. Sin embargo, cada vez hay más indicios de restriccio­nes.

En la provincia de Sar-e-Pol se emitió una lista de directivas que incluyen la prohibició­n de música, de las prendas de estilo occidental y de los trabajos que requieran que las mujeres aparezcan en público. El castigo por violarlas es una golpiza. Las niñas en la ciudad de Herat, la tercera más grande del país, pueden regresar a la escuela siempre y cuando sus profesores sean mujeres u hombres mayores.

Algunos dicen que a los talibán no les interesa regresar a la brutalidad mostrada en su anterior gobierno entre 1996 y 2001. Entonces, negaron el derecho a la educación a mujeres y niñas, las borraron de la vida pública e impusieron brutales castigos como amputar la mano a ladrones o ejecucione­s en público. Hoy, el grupo dependerá de la ayuda de donantes extranjero­s para gestionar el país y podría tener un motivo para no alienar a la comunidad internacio­nal.

Pero quienes están tratando de marcharse de Afganistán temen que esto no sea suficiente y expresan su preocupaci­ón por lo que ocurrirá cuando pase el tiempo y la atención de la comunidad internacio­nal se centre en otra parte.

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EFE Evacuación. Entre quienes viven con temor se hallan los que buscan ser evacuados en aviones de EE.UU.

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