Clarín

El impactante relato de un chico al que un policía le disparó en la cara

En un allanamien­to, la Bonaerense entró a su casa por error. Un agente le tiró con una bala de goma. Perdió un ojo, sufre las lesiones y pide justicia.

- Natalia Iocco niocco@clarin.com

“Nacho” habla despacito, para adentro. De a ratos sube el tono: “¿Quién hace algo así?”, cuestiona y deja caer la mano, pesada, en la mesa. Dice que está en “pie de guerra” porque al dolor físico se le suma la bronca que le brota de repente. Es tanta que mientras habla se toca la cara, dos o tres veces, con la intención de mostrar, de mostrarse. Primero no se anima. Amaga con impulso y no lo logra. Por debajo del marco se asoman las marcas. Son puntos, círculos perfectos que dejaron las postas de goma. Se derriten en la mejilla. Le duelen.

Ignacio Seijas (17) usa lentes oscuros adentro de casa. No imitan el look de los raperos que escucha: esconden el peso de la consecuenc­ia. Antes boxeaba, jugaba al fútbol y corría en la plaza para estar en forma. Ahora- diceya no puede “ni mirarse al espejo”, a veces ni “levantarse de la cama”.

El 20 de junio, a las ocho de la mañana, Ignacio estaba escuchando música en una habitación de la casa de su mamá. Lo atacaron 12 policías del Grupo de Apoyo Departamen­tal (GAD) y de la comisaría 7° de Lomas de Zamora que irrumpiero­n en un allanamien­to.

Buscaban cosas que habían sido robadas a una escuela del barrio, pero se confundier­on de departamen­to. A Nacho le dispararon en el ojo derecho con una posta de goma y empujaron a Marina Candia (36), su mamá, cuando intentó ayudarlo. Le apuntaron a su hermanita, Ariadna (3), y golpearon a Nelson Cabrera (33), su padrastro.

“Estaba escuchando música en la computador­a cuando siento el ruido de ollas que se caen en la casa de adelante, en lo de mi mamá. Abro para salir de mi pieza y agarro un cuchillo para abrir la puerta”, describe.

“Y cuando salgo me lo encuentro al oficial de frente, ni me dio la voz de alto que jaló el gatillo y me disparó. Encima yo dije ‘bueno, ya está con que me disparó en la cara ya es suficiente ¿o no?’ Vinieron los dos oficiales, me agarraron del cuello y me tiraron al piso. Encima de todo eso me empezaron a patear, tenía un chichón en la cabeza. Me pisaron, patearon a mi mamá, la insultaban apuntándol­e en la cabeza a mi hermanita que ni meses tiene”.

La secuencia duró algunos minutos, pero las secuelas parecen permanente­s. Desde ese día Nacho perdió el ojo y lleva adelante una recuperaci­ón larga y dolorosa. Ariadna tiene pesadillas y se despierta de madrugada pidiendo por su hermano. Marina y Nelson tuvieron que tirar abajo la habitación donde dormía Ignacio porque ahora tiene miedo de volver a esa casa.

Pablo Seijas (38), su papá, pasó el Día del Padre en la vereda del Hospital Gandulfo esperando noticias de su hijo: “Lo podía ver cinco minutos cada dos horas y, por el coronaviru­s, al otro día nos mandaron a casa y había que hacerle las curaciones acá.

¿Vos sabés lo que es hacer gritar de dolor a tu hijo? ¿Sabés lo que es?”,

dice y del cuello le brota un rojo que le invade toda la cara.

Ignacio habla y de pronto se anima. Se quita los lentes de golpe. “¿Quién hace esto? Alguien que está drogado, algún loco. Alguien que no está con capacidad mental ¿Hay algo más real que esto? No lo hay. Esta es la realidad”, dice mientras se muestra, sin poder disimular el costo.

El subtenient­e David Daniel (34) le disparó con un arma multipropó­sito cargada con postas de goma. Lo hizo a menos de un metro de distancia y directo al rostro. El impacto le reventó el globo ocular en el acto y le hizo perder la visión para siempre.

“Se vive al día a día con mucho dolor, es un ardor en el ojo que no me gustaría que lo pase nadie, un dolor en toda la parte de atrás... A veces no te dan ganas de levantarte de la cama, a veces que cae sangre de los ojos. Es muy feo”, describe Nacho.

Para que los músculos de la cara no pierdan fuerza tiene que usar una prótesis que se coloca todos los días y simula la forma del ojo que perdió.

“Antes me levantaba a la mañana, iba al baño, me limpiaba la cara y me veía: soy yo de nuevo. Después salía, la rutina de andar en bicicleta, correr en la plaza, hacer tiempo. Antes de la cuarentena, estar con amigos. Pero desde que me pasó esto no es lo mismo, tengo que andar con las gafas o con un parche. No me puedo mirar al espejo porque tengo toda la cara demacrada. Con 17 años quedé así y me tengo que aceptar”, insiste.

Ignacio estaba en el último año del secundario. Soñaba con dar clases de boxeo, animarse a rapear como 2Pac o B.I.G., sus favoritos.

El policía David Daniel quedó imputado -primero- por el delito de lesiones graves. Pero después de presentar todos los errores en el procedimie­nto lograron que cambiaran la carátula a homicidio agravado en grado de tentativa. Pasó solamente un mes preso. Marisa Salvo, jueza de Garantías N° 5 de Lomas de Zamora, decidió liberarlo al considerar que “el fiscal no ha podido acreditar su postura en cuanto a la existencia en el imputado de dolo de muerte en el momento del hecho”.

Para Salvo, como disparó con postas de goma, el policía no tuvo la intención de matar. Aunque lo hizo a menos de un metro y en el rostro de un menor de edad. Además, cuestionó al fiscal Sebastián Bisquert, de la UFI N° 8, porque en vez de presentar una declaració­n testimonia­l de la víctima, envió un video con el relato de Ignacio.

“¿Es jueza encima? ¿Qué le diría yo? Que empaque las cosas y que se vaya porque personas así, haciendo justicia no sirven. Hoy violan a una nena y a los dos o tres días dejan libre al violador. Hoy me matan a mí y dejan libre al asesino. Yo estoy acá, de pie. Pero mañana quién sabe”, cuestiona Ignacio, que habla con Clarín a tres meses del ataque.

Para Nacho su historia puede servir para que se hable de otros casos de violencia policial: “Me da bronca porque yo no estaba así, era un pibe sano. Ahora en cualquier lado, por cualquier cosa, me tienen que decir 'vos sos discapacit­ado', 'no podés hacer esto o lo otro'. Pero siento que soy la voz de muchos chicos a los que sí los mataron. Quiero que se haga justicia, por mí, por los que murieron”.

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GISELA SUÁREZ MERMOZ El acusado. Nacho sostiene la foto de David Daniel (34), el subtenient­e que lo atacó.

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