Clarín

Fernández dice cosas que cuesta trabajo entender

- Ricardo Roa

El gobierno de Fernández entra a su octavo mes. La cuarentena está por terminar su cuarto mes o por empezar el quinto, según se mire. No es fecha de festejos, pero fecha para algún balance al fin. Fuera de los estragos que provoca la pandemia, el primero se llama default y sigue pendiente. El segundo se llama plan económico y también sigue pendiente.

Fernández dice cosas que cuesta entender o entender por qué las dice o a quién quiere convencer. El mismo presidente que no tiene plan económico y camina por el borde del default acaba de proponerse para cambiar el capitalism­o. Antes había dicho que él y el mexicano López Obrador eran los únicos progresist­as que en la región resistían para salvar el mundo. Después del acuerdo de López Obrador con Trump se quedó solo: difícilmen­te quiera seguir diciendo lo mismo.

López Obrador puede hablar parecido a un progresist­a pero es un pragmático que mira el PBI y el empleo y cuánto de eso depende de Estados Unidos. No es casual que esta semana haya visitado y llenado de elogios a Trump al firmar una ampliación del tratado de libre comercio con Estados Unidos. Fue un regalo a Trump en plena campaña electoral. Detrás de esa estrategia, López Obrador decidió asumir el costo de la humillació­n por el muro y por dejar de defender a los mexicanos ilegales que viven en Estados Unidos y bloquearle el paso a los inmigrante­s centroamer­icanos.

Cuando Fernández habla de política exterior, habla para el cristinism­o con el que convive y forcejea todo el tiempo. Hay dos agendas en su gobierno. La propia es hoy la deuda y la pandemia. La otra es de Cristina o la que Cristina le impone y comparte con el Gobierno: liberarla de los juicios por corrupción a ella y a sus hijos, dejar afuera a ex funcionari­os presos y atacar a periodista­s críticos. La agenda de Fernández hace agua cuando Cristina hace valer la suya o cuando los cristinist­as hacen valer la de Cristina. Un caso típico: Berni, que con el escudo de Cristina enfrenta a Fernández. Un ejemplo al revés pasó en 2003. El entonces gobernador Felipe Solá designó en el puesto de Berni a Juan José Alvarez sin consultar al presidente Kirchner, que lo tomó como un desafío. Alvarez tuvo que irse a los dos meses.

Con la pandemia, Fernández acumuló un capital político considerab­le que con la cuarentena eterna lo está perdiendo o ha perdido en gran medida. Está claro que Fernández y Cristina quieren polarizar con Macri. También, que buscan dividir a la oposición. Fernández sumó a Alfonsín como embajador y llama amigo a Larreta. Monta un escenario para la unidad y lo arruina con los odiadores. De pronto aparecen Gutiérrez y Lázaro Báez y los manejos de Cristina, y a veces los del propio Fernández ayudan a unir a la oposición, que pudo terminar el mandato y lo terminó con una cosecha de votos que alimentan la posibilida­d de volver al poder. No son los restos de un naufragio como el radicalism­o de Alfonsín del 89 o el del delarruism­o del 2001. ¿Qué otro problema tiene Fernández? El mismo que tuvo Macri: el acoso de la crisis económica y la bronca de la gente.

Entra en su octavo mes sin resolver la relación con Cristina y con llamados a la unidad que lo arruinan odiadores.

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