Clarín

La vida sigue su curso

- Silvia Fesquet sfesquet@clarin.com

Es un anochecer de viernes pero da casi lo mismo. Un día es igual a otro. El lunes puede ser martes, o jueves o domingo. ¿Ya son las 3 de la tarde? ¿Recién las 10 de la noche? Las horas también se confunden en un encierro que ha alterado, y tornado relativos, calendario­s y relojes. Hay quienes se han vuelto insomnes, y quienes duermen más que nunca. Dos caras de una misma moneda. La ciudad que se despliega ahí afuera es siempre idéntica a sí misma: calles y avenidas desiertas, algunas pocas filas de gente salpicada acá y allá, que señalan inequívoca­mente dos destinos posibles: una farmacia o un supermerca­do. Las caras semitapada­s, de miradas furtivas, semejan máscaras escapadas de un triste carnaval que nunca llegó a celebrarse. Esas imágenes de ciudad fantasma de Wuhan que tanto nos impactaban hace apenas unos meses que hoy parecen una eternidad, son ahora las de nuestro presente. Un curioso presente, un presente indefinido que sólo puede mutar en pasado, perfecto o imperfecto, según cada quien, pero que no se anima todavía a aventurars­e en futuro. Nada es para siempre, repite la memoria, empecinada, mientras los ojos recorren un paisaje familiar que hoy se ha vuelto irreconoci­ble. De repente la mirada tropieza, en la entrada de un negocio que nadie visita, con una parva de hojas secas. Esas hojas muertas de Prévert, a las que inolvidabl­emente cantó Yves Montand están ahí, amontonada­s, a la espera de que el viento, o alguna mano anónima, las saque de su inmovilida­d. Mientras nosotros permanecem­os en la nuestra, ajeno a nuestra voluntad, hay un tiempo que sigue su curso. Al verano se impuso el otoño, con su maravillos­a e irreductib­le melancolía. Algún día volverá la primavera. ■

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