Tras la Buenos Aires de Borges
I) ¿Qué es Buenos Aires? En uno de los poemas que tituló Buenos Aires, Borges escribió: “Es, en la deshabitada noche, cierta esquina del Once/ en la que Macedonio Fernández, que ha muerto,/ sigue/ explicándome que la muerte es una falacia” (en Elogio de la sombra, 1969).
II) Borges decía que siempre que hablaba de jardines, que siempre que hablaba de árboles, estaba en Adrogué -donde desde chico pasó veranos-. Que no es necesario que lo nombre. Un eucaliptus es Adrogué.
Las huellas de Borges en la Ciudad de Buenos Aires y en el Conurbano tienen formas así de diversas: desde palabras eternas hasta silencios. Placas de bronce y ausencia. Pero ambos aparecen unidos siempre. Es que el escritor nació en Tucúman 840, Centro porteño, el 24 de agosto de 1899 -mañana se cumplen 120 años-, y legó perfiles de lugares en cuentos, poemas, ensayos y hasta letras de tango.
En 1901, cuando él tenía dos años, la familia se mudó a Palermo. Nada de esa tierra de cuchilleros, milongas, truco y guitarras sobrevivió. Ni su casa de la ex Serrano 2135 -rebautizada Borges aunque él dijo que no quería que le pusieran su nombre a una calle-. Pero los relatos que escuchó y los personajes que conoció influenciaron sus textos, nombrados y no. El poeta Evaristo Carriego, amigo de su padre y vecino -su ex casa, en Honduras 3784, es sede de una biblioteca homónima- le inspiró un ensayo: “Evaristo Carriego” (1930). Ya en la vejez Borges aclararía: “Yo creí, durante años, haberme criado en su suburbio en Buenos Aires (...) Lo cierto es que me crié en un jardín, detrás de una verja con lanzas, y en una biblioteca de ilimitados libros ingleses. Palermo del cuchillo y la guitarra andaba (me aseguran) por las esquinas”.
La ceguera progresiva del padre determinó que la familia se fueran a Europa en 1914 para un tratamiento que no funcionaría. La Primera Guerra Mundial los encontró en Ginebra y debieron quedarse. Tras pasar por España, Borges volvió a Buenos Aires en 1921. Ese regreso se puede esbozar como un redescubrimiento, luminoso. El principio de una relación más amorosa. “Esta ciudad que yo creí mi pasado/ es mi porvenir, mi presente (...) yo estaba siempre (y estaré) en Buenos Aires” ( Fevor de Buenos Aires, 1923).
Las caminatas -hábito que no le quitaron ni la ceguera ni los años- se convirtieron en ritos. Recoleta -donde también vivió-, de nuevo Palermo, Constitución, el Bajo. El sur - de la ex sede de la Biblioteca Nacional que dirigió entre 1955-73- y Balvanera. “Iba al café La Perla de Once, donde Macedonio Fernández presidía los encuentros con otros autores y artistas”, recordó a Clarín la escritora y crítica Josefina Delgado. Ella lo conoció en 1981 y, aún entonces, el mundo de los compadritos con su mitología sobre el coraje y el lunfardo que había descubierto en la primaria lo entusiasmaban.
Borges, viajero apasionado hasta sus últimos días, amó otras ciudades, a las que también consideró “patrias”. Texas, donde desde 1961 lo invitaron a dar clases y conferencias. Ginebra. En noviembre de 1985 se instaló en esa ciudad de Suiza junto a su mujer María Kodama, allí murió siete meses después y allí está su tumba -no en el panteón familiar del Cementerio de Recoleta-.
No es casual que Adolfo Bioy Casares, su gran amigo, con quien escribió, haya señalado: “Me pregunto si parte del Buenos Aires de ahora que ha de recoger la posteridad no consistirá en episodios y personajes de una novela inventada por Borges. Probablemente así ocurra, pues he comprobado que muchas veces la palabra de Borges confiere a la gente más realidad que la vida misma”. w