Crusaders le da vida a una ciudad sacudida por tragedias
Christchurch sufrió un fuerte terremoto en 2011 y dos atentados a mezquitas en marzo pasado.
“No quiero ser producto de mi ambiente. Quiero que mi ambiente sea un producto de mí”. La frase la acuña el magistral Jack Nicholson en “Los Infiltrados”, la película que le valió a Martin Scorsese su primer y demorado premio Oscar. Y aplica para Crusaders, el vencedor de Jaguares en la final del Super Rugby. Es que el equipo tiene con la ciudad de Christchurch una simbiosis que difícilmente se pueda encontrar en alguno de los otros 14 participantes del certamen. Es una franquicia que late al ritmo de lo que sucede en la vida de esta porción de Nueva Zelanda con aroma a pueblo.
El conjunto de Scott Robertson juega en un estadio para menos de 20.000 espectadores. Parece poco si se piensa en el mejor equipo de rugby del país que mejor juega al rugby en el mundo. Pero no hubo otra alternativa. Un violentísimo terremoto que se produjo en 2011 y tocó los 7,1 en la escala de Richter dejó 185 muertos y gran parte de esta ciudad hecha escombros. Fue considerado el peor desastre natural en la región en casi un siglo.
El Lancaster Park, que podía albergar a 36.000 espectadores, no fue la excepción. Está inutilizable. Christchurch perdió la chance de ser sede del Mundial y Crusaders debió llevar su localía hasta a Inglaterra.
Sigue el recuerdo de aquella penosa tragedia. La Catedral de Christchurch, que alguna vez fue un hermoso edificio de estilo anglicano, está ahí, desmembrada, destruida. Hay proyectos para remodelarla, pero todavía no se determina si la fachada volverá a lucir su forma original o si se modernizará.
La ubicación del país, en el Anillo de Fuego del Pacífico, convierte a Nueva Zelanda en un territorio que respira bajo la amenaza. “El temor está ahí, nunca se va. Pero se aprende a vivir con eso”, dice Yun Si, un sesentón que nació en Corea del Sur y vive en Christchurch hace 22 años. “Aquello fue terrible, sí. Muy triste. Mi casa solamente sufrió daños menores”, le cuenta con alivio a Clarín.
Sobre la izquierda del volante, cerca de la palanca de cambios automática de su taxi (como territorio colonizado por los británicos, se maneja por la izquierda), el hombre lleva colgada una cruz de madera con la inscripción “Jesús”. Pero ahora se refiere al atentado que ocurrió en la mezquita Masjid Al Noor, a menos de media hora a pie del centro, frente al verde total (teñido por el otoñal amarillo) del parque South Hagley, y al que le siguió, en la de Linwood.
El primero fue el más violento: se cobró 42 de las 51 vidas a manos de un agresor identificado como Brenton Tarrant. El mundo se paralizó el 15 de marzo de este año, cuando el terrorista declarado de extrema derecha abrió fuego en el recinto religioso musulmán y lo transmitió en vivo por Facebook.
Y la tragedia no fue ajena a Crusaders. El nombre del equipo tiene una connotación religiosa que también vive en la ciudad, que no por nada se llama Christchurch (“iglesia de Cristo”). Pero el daño fue tan grande que se sometió a evaluación renombrar a la franquicia, lo cual no sucederá antes de 2020, para lo cual ya se encargaron estudios que permitirán ver el grado de aceptación del público.
Los “cruzados“que libraron múltiples guerras para expandir el dominio cristiano a partir del siglo XI tenían en los musulmanes al principal enemigo. Desde aquel tristísimo suceso histórico, ya no hubo desfile de caballeros con armaduras y espadas montando a caballo, como era tradición antes de los partidos de Crusaders como local. No son pocos los hinchas que se oponen al cambio de identidad.
Crusaders es éxito rotundo en el rugby. Diez veces campeón tras la final ganada a Jaguares, protagonista permanente en sus 23 años de vida en el Super Rugby, tiene otra cara: la de un equipo afectado de primera mano por los hechos que golpearon a la ciudad. Y que sigue adelante, tal como hacen sus habitantes. ■