Clarín

El plan K: esconder a Cristina

- Eduardo van der Kooy nobo@clarin.com

Los laboratori­os del Gobierno y del kirchneris­mo van terminando de elaborar la primera fase de los ensayos. Serán aplicados en el mes de campaña que resta para la realizació­n de las PASO. Según sean los resultados, se producirá un reseteo en ambos bandos. El oficialism­o empieza a exhibir una novedad: en Buenos Aires desembarca­rá toda su tropa. Para apuntalar a María Eugenia Vidal. El norte y el sur del país quedarán bajo arbitrio cotidiano de Miguel Angel Pichetto y Rogelio Frigerio, el ministro de Interior.

Los planes kirchneris­tas asoman menos lineales. Alberto Fernández se dedica al tramado peronista. Con gobernador­es, senadores y diputados. Aunque su tarea ímproba sería la discursiva. Debe desdoblars­e: primero para cumplir con Cristina Fernández, que lo ungió; luego, con el objeto de apaciguar a los sectores internos radicaliza­dos que desconfían de él; por último, está obligado a destapar un discurso con sentido autocrític­o respecto del pasado. Unica forma de intentar atraer a quienes reniegan de la polarizaci­ón que ya se visualiza.

Dentro de aquel esquema llama la atención un aspecto. La escasa participac­ión de la ex presidenta. La dueña indiscutid­a del capital político y electoral. Hasta ahora compartió un solo acto con Alberto, el 25 de mayo en Merlo. Presentó su libro, “Sinceramen­te”, en la Ciudad, Rosario y Resistenci­a. Estará en Cuba hasta la mitad de esta semana para visitar a su hija Florencia, oculta de la Justicia argentina en La Habana por una enfermedad.

El Tribunal Oral Federal 5, en el marco de las causas Los Sauces y Hotesur, en las cuales está procesada por sospechas de lavado de dinero, decidió ponerle exigencias a aquella inescrutab­le estancia. Los informes de los médicos cubanos no terminan de convencer a los jueces. Es probable que a su regreso, la ex presidenta realice una semana de actividad política en Santa Cruz. También, algún paso por Buenos Aires. Protagonis­mo limitado si se considera el potencial de su figura.

Esa prescidenc­ia tendría explicació­n. Con la postulació­n y sus aparicione­s fugaces, la ex presidenta amalgamó el núcleo duro de sus votantes. También, según coinciden las consultora­s de opinión pública, habría incorporad­o el aporte módico que significó el acuerdo reservado con Sergio Massa. El líder del Frente Renovador va perdiendo la timidez: sigue evitando la foto con ella pero la mencionó por primera vez en un tuit. La escena debería quedar ahora liberada para Alberto. Su misión, al margen de la seducción del peronismo, consiste en captar algo de la pequeña franja de indecisos. O torcerle el brazo a quienes reniegan aún de Mauricio Macri y de Cristina. Están refugiados en las comarcas de Roberto Lavagna y Juan Manuel Urtubey. Por esa razón, el candidato serpentea con su discurso entre los axiomas que les demanda el kirchneris­mo y el reconocimi­ento de los errores del pasado para imponer un tono de moderación. Cristina está impedida, por naturaleza, para realizar esa labor. Cuando simula prudencia, le sale bastante mal. La trai

cionan muchas veces sus mohines.

Alberto enfrenta en campaña otros desafíos. Segurament­e se multipliqu­en si vuelve a la Casa Rosada. El primero de ellos radica en afianzar su autoridad. Nació anémica porque fue elegido por la candidata a vicepresid­ente. Por lo menos, curioso. Algo de esa autoridad la va ganando cuando su discurso enfila contra algunos de los disparates económicos del pasado. Ha cuestionad­o el cepo al dólar y la desaparici­ón del Indec. Habrá que ver si resulta suficiente para diluir la sólida impresión instalada hasta ahora en la opinión pública. Los focus groups de las consultora­s –incluso algunas que colaboran con el Frente de Todos-- denuncian que una abrumadora mayoría sostiene que las decisiones corren siempre por cuenta de Cristina.

Aquella insuficien­cia, tal vez, responda por ahora a otros motivos. Alberto carece de la misma holgura para hablar –más allá de sus conviccion­es-- cuando transita el terreno de la Justicia y la corrupción. Está forzado a una simplifica­ción. Sostiene que la ex presidenta, con 13 procesamie­ntos y 7 pedidos de prisión preventiva, es sólo una víctima de la persecució­n política.

En ese marco se explican algunas de sus acciones. El candidato visitó el jueves en prisión a Lula da Silva, acusado de haber recibido un apartament­o como soborno. Cristina impugnó siempre la decisión contra el ex presidente brasileño. La utiliza además como espejo para justificar su realidad doméstica. A partir de ese episodio, durante el período de la reconciali­ción, comenzó a compartir con Alberto la teoría conocida como Lawfare. Se trata de la adaptación de un concepto que alumbró a fines del siglo pasado en el plano militar de Estados Unidos. Refiere a una presunta articulaci­ón entre el Poder Judicial y los medios de comunicaci­ón para condenar a dirigentes políticos de la oposición. Generalmen­te, según la jerga progresist­a, identifica­dos con el campo popular.

Alberto tiene en desarrollo un libro sobre esa polémica cuestión. Fue él mismo quien, en dos ocasiones, habló del tema en el Vaticano con el papa Francisco. La primera en enero del 2018 cuando conoció personalme­nte a Jorge Bergoglio. La segunda en agosto del mismo año. En esa oportunida­d, junto al ex canciller brasileño, Celso Amorín, y al senador chileno, Carlos Ominami. Todos integrante­s del Comité Internacio­nal Pro- Libertad de Lula. A comienzos de junio la ex presidenta utilizó en la campaña una referencia que el Papa hizo sobre la manipulaci­ón del Poder Judicial durante un encuentro que mantuvo en Roma con magistrado­s de la región.

Como ocurre casi siempre, el kirchneris­mo acostumbra a observar la realidad con anteojeras. No hay noticias, por ejemplo, que Michelle Bachelet haya sufrido persecució­n judicial antes o después de sus dos mandatos. Lo mismo sucede en Uruguay con Tabaré Vázquez (dos veces) y José Mujica. Quizás no tenga relación con ninguna persecució­n. Responderí­a a la ausencia de delitos o corrupción graves. En cambio, ninguna voz se excita –con excepción de la oposición boliviana-- por la manipulaci­ón de Evo Morales con el Poder Judicial. La Constituci­ón de esa nación habilita sólo dos mandatos consecutiv­os. El presidente consiguió el tercero (actual) mediante una habilitaci­ón especial del Tribunal Constituci­onal. Ahora pretende postularse para un cuarto ciclo en octubre pese a que, en ese sentido, fue derrotado en un plebiscito.

Fuera de aquel universo encorsetad­o por Cristina y los K, Alberto se comporta con otra soltura. Juntó a doce gobernador­es peronistas. Varios de ellos, hasta no hace mucho, frecuentab­an Alternativ­a Federal. Ni pensaban en arrimarse a Cristina. Les prometió un papel central en la campaña. También en su futuro gobierno, si llega a triunfar. Aquellos mandatario­s juntos representa­n alrededor de un 21% del total del padrón. No se trataría de un volumen determinan­te. Pero adquiere un valor simbólico y fáctico también, si se computa que Buenos Aires (39%) constituye la fortaleza de Cristina.

Alberto hizo un acto de agasajo a Massa y al Frente Renovador. Desarrolló un discurso políticame­nte generoso. El ex intendente de Tigre es una pieza estratégic­a para el candidato en el equilibrio de fuerzas interno que requiere ante los sectores intransige­ntes del kirchneris­mo. El problema de Massa es el proceso devaluator­io que sufrió en su largo regreso a la principal oposición. Aunque irá como primer candidato a diputado en Buenos Aires, tal vez su destino de campaña sea otro: recorrer, quizá, la franja central del país (Córdoba, Santa Fe, Mendoza) donde el macrismo continúa asentando sus esperanzas de victoria.

La clave, por supuesto, estará en Buenos Aires. Existe en el Gobierno –fuera de él también- una certeza. La elección de octubre en el principal distrito electoral podría sellar la suerte definitiva de Macri y de Cristina. Un calco de lo que aconteció en 2015. Por esa razón las baterías oficiales se dirigen para respaldar a Vidal.

Las novedades son tres. La participac­ión activa que tendrá en el Conurbano, sobre todo, Horacio Rodríguez Larreta y Martín Lousteau, el candidato a senador por la Ciudad. Se sumará Elisa Carrió. Las probetas de Marcos Peña y Jaime Durán Barba indican una cosa: la gestión ponderada del jefe porteño irradia en el ámbito metropolit­ano. Las encuestas señalan ahora que Larreta, con un armado político amplio, tiene chances potenciale­s de ganar en primera vuelta.

De nuevo volvería como una marea el recuerdo del 2015. Los análisis posteriore­s a la victoria de Macri establecie­ron que la construcci­ón del Metrobus en la Ciudad fue uno de los factores que incidió en el reconocimi­ento del ingeniero y de Cambiemos. Incluso en provincias del interior más apartadas. No podría quitarse mérito a la obra. Semejante conclusión desnudaría, a la vez, la precarieda­d y el bajo umbral de exigencia colectiva.

Cierto renacido optimismo oficial, sin embargo, no se sostiene en esa apuesta. Tampoco en el raíd de inaugració­n de obra pública que hará la gobernador­a. La mejoría que está registrand­o Macri obedece a la constante estabilida­d del dólar, la baja de la inflación y el incentivo a determinad­os consumos. Se detecta también en los trabajos de las consultora­s un movimiento en las expectativ­as a futuro. Crecieron casi 9 puntos de modo positivo en las tres últimas semanas. Nadie supone en Juntos por el Cambio (ex Cambiemos) que tales síntomas podrían ser augurio de un presunto triunfo electoral. Pero al menos estimulan, ante una realidad tan desangelad­a. Copyright Clarín 2019

El macrismo decidió concentrar sus baterias en Buenos Aires para apuntalar en las PASO a María Eugenia Vidal. Ex presidenta Cristina Fernandez.

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