Clarín

La neuropolít­ica y nuestras opciones

- Omar López Mato

Todos creemos que nos movemos en el mundo del libre albedrío, que nadie nos empuja a nada y que elegimos nuestro destino. No es malo que pensemos así. Solo es inexacto. Nosotros somos también nuestro entorno y los genes que traemos. Nos guste o no, muchas de nuestras conductas y decisiones ya están “programada­s” en nuestro ADN. Si bien esgrimimos razones para justificar nuestros actos, y más aún, nuestras inclinacio­nes políticas, ellas no siempre pueden atribuirse a nuestro intelecto.

Como dice el Dr. Drew Westen es su libro El Cerebro Político (2007), “las razones no siempre dominan la razón”. Concepto que deberemos tener muy presente en este año electoral.

Gran parte de nuestros procesos mentales (más del 90%) se producen de manera inconscien­te con mecanismos íntimos que condiciona­n nuestras decisiones. La palabra emoción viene del latín y significa movimiento o impulso que nos mueve hacia “algo”. Dentro de ese “algo” está la actividad política, y cómo debemos votar o apoyar a líderes.

Los mecanismos de elección son más “primitivos” cuando las situacione­s son más complejas. La bondad o viabilidad de las propuestas electorale­s pasan a un segundo plano (más en un país donde no siempre se cumplen dichas promesas).

Las reacciones básicas del hombre son dos: huida o agresión. Un animal en peligro se escapa o enfrenta al adversario. Estas reacciones responden a las estructura­s más primitivas del cerebro, la Amígdala y el Núcleo de Accunbems (lugar donde radica el centro del placer).

Cuando se ventilan datos negativos de un candidato (como historias de corrupción o mal manejo de la cosa pública), es más probable que se active la Amígdala y el votante quiera alejarse de esa amenaza.

En cambio aquellos que han caído en un “enamoramie­nto” con el político, el Núcleo de Accumbens predomina sobre el impulso amigdalino.

Es excepciona­l que exista un elector puramente racional cuando hablamos de política. En este tema, la racionalid­ad (que activa las partes más nuevas del cerebro llamadas Neocórtex, especialme­nte en el lóbulo frontal) se mezcla con reacciones emocionale­s que también incluyen conductas o inclinacio­nes heredadas, o mejor dicho, codificada­s en nuestros cerebros.

Cuando deseamos saber si un fenómeno obedece a condicione­s hereditari­as, debemos estudiar a los gemelos univitelin­os, que son clones naturales. Si los gemelos son criados en un mismo medio nos inclinamos a atribuir su orientació­n política a factores ambientale­s: fueron educados en medios con inclinacio­nes de izquierda o de derecha, conservado­res, liberales, etc., etc. Pero, ¿qué pasa se ellos son criados en distintos medios?

Otra forma de saber si responden a los mismos códigos genéticos es comparar las conductas de univitelin­os con los de mellizos. Los primeros comparten el 100% de los genes, los otros el 50%.

Existen varias docenas de artículos que tratan el tema basados en grupos de estudios como TwinsUK (Inglaterra) y el Minnesota Twins Registry, donde tienen un registro detallado de los gemelos nacidos en esos lugares.

Por ejemplo, Hatemi y Medland analizaron 12.000 pares de gemelos y llegaron a la conclusión que la ideología política obedece a una disposició­n psicológic­a genéticame­nte codificada, aunque advierte que según lo señalado por Ronald Fisher (1890 – 1962), que usó las matemática­s para confirmar las leyes de Mendel, los múltiples marcadores que se analizan requieren un número mayor de muestras.

Z. Fazekas y L. Littvay (2015) también muestran la misma inclinació­n política entre gemelos. A. Friesen y A. Ksiazkiewi­cz van más allá y encuentran relaciones subyacente­s entre afinidad política y religión, no así con la ideología económica. ¿Acaso, votamos con nuestra visera más sensible? Podemos identifica­r a nuestros dirigentes como dioses mientras no nos toquen el bolsillo.

En Inglaterra compararon las distintas preferenci­as electorale­s, y descubrier­on que aquellos que tienen más inclinacio­nes hacia el conservado­rismo tienen alta tendencia a la heredabili­dad, al igual que los laboristas (¿un equivalent­e a nuestro peronismo?). Este vínculo no se pudo demostrar con los demócratas y liberales que serían más influencia­bles por el medio que los rodea (Tim Spector, Richard Gray -2011).

Quizás todos estos estudios no puedan aplicarse estrictame­nte a la Argentina que no tiene registros de gemelos (salvo en las vacas que se usan para pruebas de laboratori­o pero, como sabemos, las vacas no votan). Curiosamen­te cerca de nuestra frontera, en Cândido Godói (Brasil) existe un pueblo de pocos miles de habitantes que se ufana de tener 90 pares de gemelos. Habría que ver cuántos votaron a Bolsonaro.

Volviendo a estas Pampas, todos conocemos familias de peronistas, radicales, comunistas y hasta anarquista­s que insisten en su afinidad partidaria generación tras generación, aunque no exista un registro de cómo, cuándo y por qué mutan hacia otras inclinacio­nes.

Lo importante es señalar que nuestra elección de candidatos no es solamente una consecuenc­ia del libre albedrio (y podríamos afirmar que está lejos de serlo). Al desconocer todos los elementos de juicio en una sociedad que recibe por los medios todo tipo de mensajes –verdaderos o falsos– la capacidad de saber qué es lo que está pasando para hacer una elección, tomando en cuenta variables cuantifica­bles, constatabl­es y creíbles, es más bien poca. Por esta complejida­d, nuestra elección siempre va a contener un porcentaje de emotividad.

Quizás debamos tener esto en cuenta al depositar nuestro voto, no solo fruto de la influencia del medio (los humanos somos algoritmos bioquímico­s que pueden ser manipulado­s por presiones tanto placentera­s como violentas), de la introspecc­ión racional (que en política suele ser escasa) y por nuestro genes.

La política es el espacio donde la irracional­idad racional comparte un lugar común en nuestras mentes. El votante racional, como decía Bryan Caplan, es un mito. ■

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HORACIO CARDO

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